Como el western, los pisapapeles de vidrio vienen de un país que ya no existe. Si el western es el género más melancólico del cine, porque nace el cine y acaba la conquista del Oeste, los pisapeles bien podrían asemejarse a los tumbleweeds, esas ramas de arbustos secos que ruedan sin plan por las calles de las ciudades de un Oeste americano en vías de transformación. Si América se yergue sobre una doble destrucción (el exterminio del indio, barrido por el asentamiento de los colonos que simbolizan la cultura, con su civilización y su ley implantándose en la naturaleza; y el avance de la frontera, el fin del paraíso de esa wilderness sin línea de horizonte que será, de ahora en más, un paraíso perdido), el pisapapeles goza brevemente de un estatus de colección (Napoleón III envía a Madame de Castiglione dieciocho pisapeles de Baccarat, treinta de Clichy y cuarenta y cinco de Saint Louis, para que refresque sus manos en un tórrido día de julio y deslice su mirada por los jardines floridos y los motivos acuáticos apresados en esas bolas de vidrio) para pasar a las máquinas de la reproducción mecánica en serie y acabar convirtiéndose en un souvenir de plástico.
Los tumbleweeds se mueven indolentes al compás del viento, entre el silencio y el polvo de un paisaje condenado a desaparecer. El pisapapeles pisa los papeles para que el viento no los ponga a volar. Ninguno de los dos, ni los tumbleweeds ni los pisapapeles, pudieron resistir el viento huracanado de la historia, el mismo que arrastra al Angelus Novus de Klee que insiste en mirar hacia el pasado. Hacia el pasado miramos los que vemos westerns y ahuecamos la mano para asilar en ella un pisapapeles. Imagino al Angelus Novus cargando un tumbleweed entre sus ropas y alzando en su mano izquierda (la siniestra, la inhábil) una esfera de vidrio en la que nieva, en la que la nieve cae y se deshace sobre una escena que nunca existió. El pisapapel siempre tuvo en claro que lo que albergaba, y desencadenaba, era un estado mental. El western también lo sabía pero necesitaba, para mostrar el rango y la extensión de esa escenografía psíquica, planicies interminables y ríos sin nombre donde lanzarse a galopar y vadear orillas con la pistola en la cintura. Ante un pisapapel esférico de vidrio se deponen las armas y se cae rendido a un no sé qué, estimulado por la agitación del instrumento que genera, infaliblemente, un fenómeno meterológico minúsculo frente al que siempre creeremos estar a salvo. Qué inocentes. El arma del pisapapeles es espolear el ansia, un ansia como una fiebre. Fiebre de la pradera (...)
Los tumbleweeds se mueven indolentes al compás del viento, entre el silencio y el polvo de un paisaje condenado a desaparecer. El pisapapeles pisa los papeles para que el viento no los ponga a volar. Ninguno de los dos, ni los tumbleweeds ni los pisapapeles, pudieron resistir el viento huracanado de la historia, el mismo que arrastra al Angelus Novus de Klee que insiste en mirar hacia el pasado. Hacia el pasado miramos los que vemos westerns y ahuecamos la mano para asilar en ella un pisapapeles. Imagino al Angelus Novus cargando un tumbleweed entre sus ropas y alzando en su mano izquierda (la siniestra, la inhábil) una esfera de vidrio en la que nieva, en la que la nieve cae y se deshace sobre una escena que nunca existió. El pisapapel siempre tuvo en claro que lo que albergaba, y desencadenaba, era un estado mental. El western también lo sabía pero necesitaba, para mostrar el rango y la extensión de esa escenografía psíquica, planicies interminables y ríos sin nombre donde lanzarse a galopar y vadear orillas con la pistola en la cintura. Ante un pisapapel esférico de vidrio se deponen las armas y se cae rendido a un no sé qué, estimulado por la agitación del instrumento que genera, infaliblemente, un fenómeno meterológico minúsculo frente al que siempre creeremos estar a salvo. Qué inocentes. El arma del pisapapeles es espolear el ansia, un ansia como una fiebre. Fiebre de la pradera (...)
"Sehnsucht"
Mariel Manrique
Mariel Manrique
en La supervivencia. Herramientas mínimas
Revista Shangrila nº 25