Botonera

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31.3.16

XVII. LÁGRIMAS 1 - PASEO POR EL AMOR, EL DOLOR Y LA MUERTE, Revista Shangrila nº 26, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2016





Caracteres de las pasiones humanas, Charles Le Brun, 1750


(...) Las lágrimas siempre han tenido mala fama en el campo de la estética: se las asocia al melodrama y a lo melodramático, aspectos que tampoco han sido nunca muy bien valorados por la cultura en general. En el arte las lágrimas se consideran peligrosas, por eso tienden a escasear en las representaciones. Y si algún artista se atreve a provocarlas con alguna de sus obras, aún es peor, porque, en tal caso, esta será tildada de cursi o desterrada a esa ambigua categoría que es el kitsch. Que este ostracismo es especialmente grave lo prueba la opinión que Hermann Broch tenía del kitsch, al que consideraba, ni más ni menos, que “el elemento del mal en el sistema de valores del arte”. Las lágrimas, pues, no serían solo una cuestión de mal gusto sino también un asunto moral. Cuando Godard hizo aquella famosa afirmación de que un travelling es una cuestión moral, se estaba refiriendo a la polémica respecto al ligero movimiento de cámara que Gillo Pontecorvo se había atrevido a introducir en un punto álgido de su película Kapo (1959). Rivette llegó a tildar este travelling de abyecto, y Serge Daney afirmó que se trataba de pornografía “artística”. Hablamos del plano en el que un personaje se suicida abalanzándose sobre la alambrada eléctrica del campo de concentración en el que está prisionero. La opinión que le merecía a Rivette este gesto retórico era que “aquel que decide, en ese momento, hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio”. Supongo que lo que molestaba del travelling en cuestión era que estaba allí para provocar las lágrimas del espectador, es decir, para subrayar emocionalmente un suceso que ya era emocionante en sí. Un exceso.


No cabe duda de que las lágrimas son kitsch porque, entre otras cosas, el kitsch implica, como digo, un exceso emocional. Desde el punto de vista de las emociones, las lágrimas parecen surgir siempre cuando se traspasa un determinado límite de la expresión de los sentimientos. Es quizá por ello que los grandes fisionomistas clásicos, de Lavarter a Le Brun, nunca las representan en sus grabados sobre las emociones. Su inventario de rostros patéticos compone un catálogo general de las emociones humanas del que faltan notoriamente las lágrimas. Puede que sea porque los neoclásicos suponían que no eran estéticamente necesarias, que todo queda expuesto mediante las formas que adquiere el rostro de acuerdo con cada turbación que afecta al alma. Esta concepción superficial del realismo es la que se encuentra detrás de las apreciaciones en torno al travelling de Pontecorvo: la realidad se basta sola para expresarse a sí misma. Nada qué ver, pues, con el melodrama, que es indudablemente barroco. (...)

Preferiría no hacerlo. Por una epistemología del llanto
Josep M. Català en Lágrimas 1