Dies Irae, Carl Th. Dreyer, 1943
La imagen literaria de las lágrimas condensa muchos de los atributos ligados al sentir y al imaginar, al crear y al recordar, pero también presenta una naturaleza emocionalmente ambivalente que será investida con los atributos del síntoma durante la lírica amorosa del Renacimiento y con los del signo luego en el Manierismo. Durante el Barroco, sin embargo, encontramos el motivo recurrente de las lágrimas de la Magdalena en la poesía sacra, convertido ahora en símbolo de la sensualidad del pecado previo a la conversión: “So Magdalen in tears more wise/Dissolved those captivating eyes,/Whose liquid chains could flowing meet/To fetter her/Redeemer’s feet”. De este modo, Andrew Marvell (1621-1678) glosa el referido episodio evangélico en su poema Eyes and Tears.
Vemos como el llanto arrepentido de la mujer pública y su gesto de sumisión al varón la hacen merecedora del perdón. Nosotros, desde la consideración de las lágrimas como símbolo, esto es, manifestación sensible de los visajes del alma, abordaremos el motivo de las lágrimas en un sentido casi opuesto a una lectura superficial del Evangelio, y lo haremos desde dos momentos de Dies Irae (Vredens dag, Carl Theodor Dreyer, 1943).
El filme transcurre en el S. XVII, época contemporánea a Marvell y al desarrollo del tópico en la poesía sacra, pero la sensibilidad de Dreyer es netamente romántica y, en consecuencia, las lágrimas devienen símbolo, no de arrepentimiento alguno sino de afirmación de la pasión amorosa frente a los preceptos de una religión legalista asentada sobre los valores del dolor y la muerte, que reduce la vida a una antesala del Juicio Final.
El conflicto entre la pasión femenina y el universo legal del varón establece una dialéctica entre sendos principios, que bien podrían verse encarnados respectivamente en las lágrimas luminosas de Ana (Lisbeth Movin) y la palabra oscura que sale de la pluma del inquisidor; en correspondencia casi con la viva voz que invoca el deseo y la escritura inerte del poder que levanta acta tras el auto de fe In majorem gloriam dei.
La mirada de la mujer es transparente, transitiva, se orienta hacia un mundo que se ofrece como horizonte del ser amado. La mirada del hombre, por el contrario, es reflexiva, “Debo mirar hacia dentro”, dice Absalón (Thorkild Roose) en un momento de crisis. Cuando mira en la superficie de las cosas solo puede verse a sí mismo y su miedo, solo puede ver dolor y miseria; incapaz de contemplar la belleza del mundo, vive perplejo en la miseria de su condición a la que sublima con los atributos de un dios iracundo. Entonces, concluye, el mundo se merece un Día de Ira (...)
Vemos como el llanto arrepentido de la mujer pública y su gesto de sumisión al varón la hacen merecedora del perdón. Nosotros, desde la consideración de las lágrimas como símbolo, esto es, manifestación sensible de los visajes del alma, abordaremos el motivo de las lágrimas en un sentido casi opuesto a una lectura superficial del Evangelio, y lo haremos desde dos momentos de Dies Irae (Vredens dag, Carl Theodor Dreyer, 1943).
El filme transcurre en el S. XVII, época contemporánea a Marvell y al desarrollo del tópico en la poesía sacra, pero la sensibilidad de Dreyer es netamente romántica y, en consecuencia, las lágrimas devienen símbolo, no de arrepentimiento alguno sino de afirmación de la pasión amorosa frente a los preceptos de una religión legalista asentada sobre los valores del dolor y la muerte, que reduce la vida a una antesala del Juicio Final.
El conflicto entre la pasión femenina y el universo legal del varón establece una dialéctica entre sendos principios, que bien podrían verse encarnados respectivamente en las lágrimas luminosas de Ana (Lisbeth Movin) y la palabra oscura que sale de la pluma del inquisidor; en correspondencia casi con la viva voz que invoca el deseo y la escritura inerte del poder que levanta acta tras el auto de fe In majorem gloriam dei.
La mirada de la mujer es transparente, transitiva, se orienta hacia un mundo que se ofrece como horizonte del ser amado. La mirada del hombre, por el contrario, es reflexiva, “Debo mirar hacia dentro”, dice Absalón (Thorkild Roose) en un momento de crisis. Cuando mira en la superficie de las cosas solo puede verse a sí mismo y su miedo, solo puede ver dolor y miseria; incapaz de contemplar la belleza del mundo, vive perplejo en la miseria de su condición a la que sublima con los atributos de un dios iracundo. Entonces, concluye, el mundo se merece un Día de Ira (...)
Dies Irae: una crisis de lágrimas
Marco Antonio Nuñez en Lágrimas 1