El expreso de Shanghai, Josef von Sternberg, 1932
(...) en mi adaptación [de El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé], a diferencia de lo que sucedía en el libro, Shanghai no aparecía nunca. Su paisaje y su atmósfera únicamente se evocaban a través de la presencia de un vestido, un abanico y un par de postales (una del Bund y el río Huang Pu, en los años ‘30; otra, del Jardín de las Alegrías). Todo el tema del exotismo, del lugar remoto y legendario donde la protagonista –una niña de trece años, que sueña la vida desde su lecho de enferma– depositaba su ilusión de un futuro mejor, cristalizaba en esos objetos llegados de China como regalo de un padre de existencia clandestina, fabulado y jamás visto. Por eso, el título de mi guion era La promesa de Shanghai; es decir, ni gesture ni embrujo: solo promesa, promesa del mundo. Como cineasta, yo no podía –ni quizás podré nunca– viajar verdaderamente a Shanghai más que a través de lo imaginario. Está escrito: “Los cineastas habitan un país que no aparece en ningún mapa. Porque los engloba a todos. Ese país es el cine y todavía es el momento de explorarlo desde dentro”.*
*Serge Daney y Louis Skorecki, “L’homme à la caméra”, Libération, 1987.
Víctor Erice, "Amarga victoria"
Serge Daney. Despues, con - Trafic37