Botonera

--------------------------------------------------------------

20.3.17

XV. "UNAS SOMBRAS, UN TREN". Revista Shangrila nº 28-29, marzo 2017




Tren de sombras



Decía Cocteau que el cine “toma a la muerte en el trabajo”. Toma, capta. ¿Captura? No: es el cine el que debe ceder, lo que hace cada vez que alguien dice “corten” o cuando se acaba el rollo (o la cinta, o la fuente de energía). La muerte sigue pasando, visible, sonora, sujeta a su trabajo, pero escapa: virtualmente infinita, en la medida en que ha de trabajar mientras la vida dure y esta sigue siempre más allá de cualquier desfallecimiento. No hay espejo capaz de seguirle el paso y por eso el relato, al constituirse, ha de renunciar a tal persecución para retomar el combate donde mejor se defiende: en el espacio cerrado, aun volcado por completo a su propia exposición, de un escenario, con su fatal y clásica por eso unidad de acción, lugar y tiempo. Ya que es precisamente la imposición de la idea de conjunto a la materialidad de unos fragmentos, como a las islas con que se lo forma la noción de archipiélago, la que conforma un relato, una obra, un todo en un sinnúmero de pasajeras piezas sueltas. Es esto lo que se hurta a la muerte: el concepto, capaz de renacer cada vez que alguien lo comprende de uno u otro modo, que mantiene lo perecedero junto en un bucle como abstraído de la sucesión del tiempo, que lo dispersaría. Descomposición: cuando se rompe la relación entre las partes –así dice Spinoza–, como ocurre cuando un fragmento de cine –el plano aislado, más válido como ejemplo cuanto más imposible sea de restituir en una secuencia– aparece mezclado en un clip o perdido en cualquier recopilación de materiales heterogéneos, resurge a la superficie claramente la obra de la muerte en el momento de su realización, segundo a segundo, ya sin el velo de eternidad prestado por la integración de lo concreto allí agonizante al discurso abstracto que sirve y por el que justifica su sostenida presencia. Mejor aún, como ejemplo, si no se trata de una estrella, si no hay un nombre bajo el que ubicar la persona o el lugar a la vista, si no es posible fechar ese momento sorprendido. Puesta al desnudo por el anonimato, la imagen en movimiento sin un cosmos que la sostenga es inexorablemente la muerte en escena. Nostalgia y angustia concentradas en los fotogramas que resurgen de un tiempo ido, pasado como el presente pasa. O el testimonio de Wim Wenders sobre los últimos días de Nicholas Ray: cuando hablabas con él estaba vivo, pero en cuanto lo mirabas a través de la cámara era evidente que se estaba muriendo [...]


 "Cine fantasma".
Ricardo Baduell