ERO-MONOGATARI.
LA EVOLUCIÓN DE LA REPRESENTACIÓN
PORNOGRÁFICA EN LA SOCIEDAD JAPONESA
LA EVOLUCIÓN DE LA REPRESENTACIÓN
PORNOGRÁFICA EN LA SOCIEDAD JAPONESA
Álvaro Arbonés
Entrails of a Virgin, Kazuo Komizu, 1986 (Splatter-eros, subgénero del Pinku Eiga)
Introducción
No existe sociedad que no pueda ser comprendida a través de cómo gestiona sus pulsiones. A partir del momento que asumimos que todo ser humano comparte, aunque solo sea en potencia, ciertos impulsos básicos con cualquier otro individuo, comprender cómo la sociedad moldea nuestra forma de gestionar nuestros impulsos es cuestión de decidir cuál de ellos resulta más fácil de analizar; dada su dimensión, además de la importancia que se le confiere, cómo vive su sexualidad la sociedad parece ser la puerta de entrada más cómoda al análisis de la misma. Ahora bien, no nos engañemos: eso no significa que no haya formas más idóneas de hacerlo. Analizar las propias formas del lenguaje resultaría más efectivo, pues sirve tanto como herramienta para comunicarnos como corsé a través del cual se moldea nuestra forma de pensar. El problema es que donde el lenguaje requiere un estudio minucioso que, además, resulta difícil de trasladar a otras lenguas debido a la paradoja de tener que explicar las formas de dominación de un lenguaje desde las formas de dominación de otro, la sexualidad tiene una ventaja esencial a la hora de ser analizada: todo el mundo folla, sabe (al menos en teoría) cómo se hace y el porno es la sexta industria más lucrativa del mundo. Y la primera entre las denominadas “culturales”.
No existe sociedad que no pueda ser comprendida a través de cómo gestiona sus pulsiones. A partir del momento que asumimos que todo ser humano comparte, aunque solo sea en potencia, ciertos impulsos básicos con cualquier otro individuo, comprender cómo la sociedad moldea nuestra forma de gestionar nuestros impulsos es cuestión de decidir cuál de ellos resulta más fácil de analizar; dada su dimensión, además de la importancia que se le confiere, cómo vive su sexualidad la sociedad parece ser la puerta de entrada más cómoda al análisis de la misma. Ahora bien, no nos engañemos: eso no significa que no haya formas más idóneas de hacerlo. Analizar las propias formas del lenguaje resultaría más efectivo, pues sirve tanto como herramienta para comunicarnos como corsé a través del cual se moldea nuestra forma de pensar. El problema es que donde el lenguaje requiere un estudio minucioso que, además, resulta difícil de trasladar a otras lenguas debido a la paradoja de tener que explicar las formas de dominación de un lenguaje desde las formas de dominación de otro, la sexualidad tiene una ventaja esencial a la hora de ser analizada: todo el mundo folla, sabe (al menos en teoría) cómo se hace y el porno es la sexta industria más lucrativa del mundo. Y la primera entre las denominadas “culturales”.
Partiendo de ese paradigma, la sociedad japonesa es tal vez la que se muestra más opaca vista desde el exterior: a ojos occidentales, todo lo que la rodea está envuelta en un halo de extrañeza. De ahí que de Japón suelan decirse muchas cosas equivocadas. Desde presuponerle un machismo mayor que en los países occidentales hasta creer que formas de fetichismo más o menos extremas son canon sexual del país; y si bien hay cierta parte de verdad, esa imagen responde a un único motivo: la dimensión, y particularidad, de su industria pornográfica. Enorme dada las dimensiones del país, pero atravesada de decisiones legislativas controvertidas. Y para entender cómo llegaron hasta los tentáculos violadores y las actrices que, sí, gimen, pero de dolor, el mejor camino que podemos tomar es viajar por la cultura japonesa del siglo XX [...]
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