Botonera

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17.5.18

II. "JOHN CASSAVETES. INTERIOR NOCHE", José Francisco Montero (coord.), Shangrila 2018




Introducción a John Cassavetes en seis escenas

José Francisco Montero


Así habla el amor


[...] Es probable que Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) sea el filme más luminoso de un cineasta conocido por una crudeza a menudo desgarradora, pero también por una proximidad en la que la calidez es inseparable del dolor. 

Es la de John Cassavetes una obra en la que se delatan, aunque sea de una forma muy subterránea, todo tipo de estructuras que sojuzgan al individuo, que lo determinan inflexiblemente. Pero ello nunca se hace de forma maniquea o autocomplaciente: semejante labor de sometimiento siempre cuenta, en las películas de Cassavetes, con la complicidad de sus víctimas, que al cabo son el principal apuntalamiento de este férreo armazón. Aunque tampoco moralizante ni sermoneadora: a sus relatos les basta con mirar a los personajes con esa implacabilidad que solo puede proceder de la más íntima ternura.

Pero todo ello no es óbice para que el cine de Cassavetes también muestre en la propia existencia de sus películas y en su textura final, íntimamente contagiada de las circunstancias de su producción, los espacios abiertos para resistirse e incluso para obtener pequeñas victorias en esas estructuras que de manera global acaban prevaleciendo. La esperanza que impregna Así habla el amor –y en realidad la mayoría de los filmes de su autor– es también la que permitió la realización de toda su obra.

Tanto en términos de producción como creativos su carrera fue posible y se configuró formalmente en virtud de una irreprimible querencia –que por supuesto tampoco estuvo exenta de contradicciones– por poner las reglas en entredicho, disolver jerarquías –numerosas pero sobre todo indisociables: del sistema productivo, estéticas, narrativas…– y romper convenciones: tanto en la configuración de sus personajes como en la propia evolución de su obra es trascendental la certidumbre de que esas fuerzas que obstaculizan la expresión individual asumen en esencia la figura de los convencionalismos. La trayectoria de John Cassavetes –considerado en muchísimas ocasiones casi como el paradigma del cineasta desideologizado, con mucha probabilidad porque en su obra este aspecto no es nunca un efecto buscado y explícito sino verdaderamente estructurante– nos permite pensar que el director americano podría suscribir sin vacilaciones la afirmación de Roland Barthes acerca de que “el estereotipo es un hecho político, la figura mayor de la ideología” –una convicción que, es preciso añadir, en alguna ocasión se expresó de forma más explícita y superficial: baste recordar la escena de los “hombres mecánicos”, esos estereotipos que uno tiene que interpretar en la vida, de los que habla en un momento de la película un personaje de Faces (1968).


Seymour Cassel y Gena Rowlands


Pero fue el propio Barthes el que escribió, en este mismo libro, que “nueve veces sobre diez lo nuevo no es más que el estereotipo de la novedad”. La obra de Cassavetes no renuncia en absoluto al provechoso diálogo con la tradición, a reflejar incluso su papel determinante, de igual modo que lo hace en la vida y en la obra de cualquiera. Tanto en la pareja protagonista de Así habla el amor como en toda la carrera del director de lo que se trata, en definitiva, es de la posibilidad de casar una tradición y su profunda renovación: es revelador que Una mujer bajo la influencia (A Woman Under the Influence, 1974), su película quizás más lacerante pero también, junto a aquella, la más esperanzada, vuelve a hablar de la posibilidad de esta convivencia entre lo más normativo (Nick Longhetti) y una actitud muy extravagante y caracterizada por un lenguaje extremadamente personal (Mabel Longhetti). 

Desde el principio el cine de Cassavetes se distanció tanto de la abstracción formal y la vocación marginal de la escuela de Nueva York en la que en un primer momento fue enmarcado –no otro es el movimiento realizado entre la primera y la segunda versión de Shadows (1957-1959)– como de la “perfecta” causalidad y la pretendida transparencia del llamado cine clásico. Mejor que ningún cineasta de su generación, de forma más consecuente que los de la siguiente, y siempre sin renunciar a la radicalidad formal, Cassavetes encontró en una posición fronteriza –noción por lo demás esencial en toda su obra– su insólito lugar en la historia del cine norteamericano [...]