Me parece muy razonable la creencia celta de que las almas de aquellos que hemos perdido están cautivas en algún ser inferior, una bestia, un vegetal, una cosa inanimada, perdidas en efecto para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega, en el que pasamos junto a un árbol, y entramos en posesión del objeto que es la prisión de esas almas. Entonces ellas se estremecen, nos llaman, y tan pronto como las hemos reconocido, se rompe el hechizo. Liberadas, vencen a la muerte y regresan a vivir con nosotros. Así sucede con nuestro pasado. No vale la pena que intentemos evocarlo, todos los esfuerzos de nuestra inteligencia son inútiles. Está escondido fuera de su dominio y de su alcance, en algún objeto material (en la sensación que nos procuraría ese objeto material) que ni siquiera sospechamos. Depende del azar que encontremos ese objeto antes de morir, o que no lo encontremos, jamás.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido
(Porque, según Alfred Tennyson, nada morirá)