Botonera

--------------------------------------------------------------

13.6.18

y XIV. "JOHN CASSAVETES. INTERIOR NOCHE", José Francisco Montero (coord.), Shangrila 2018




Las reuniones del solitario.
Individuo y grupo en el cine de Cassavetes

Miguel Ángel Muñoz


John Cassavetes


[...] Slavoj Zizek escribía que en las películas de Cassavetes “los estallidos histéricos (femeninos) son filmados cámara en mano y desde una proximidad excesiva, como si la cámara misma se sintiera atraída hacia el dinámico estallido histérico, con el resultado de que los rostros furiosos resultan extrañamente deformados y se pierde la estabilidad del punto de vista”. Ese procedimiento se manifiesta con una profunda lógica en Opening Night, que atribuye al escenario –el lugar del plano general– poderes contra la amenaza fantasmal del primer plano. En términos deleuzianos, “el primer plano hace del rostro un fantasma, y lo entrega a los fantasmas”. En La imagen-movimiento se ahonda en esa naturaleza: “El primer plano no desdobla a un individuo, como tampoco reúne a dos: el primer plano suspende la individuación. Entonces el rostro único y desfigurado une una parte de uno con una parte del otro. En este punto, ya no refleja ni siente nada, sólo experimenta un miedo sordo. Absorbe a dos seres, y los absorbe en el vacío. Y en el vacío él mismo es el fotograma que arde, con el Miedo por único afecto: el primer plano-rostro es, a la vez, la cara y su borramiento”.

Eliot Weinberger, por último, recoge en Algo elemental una frase de Wyndham Lewis que podría definir la esencia de los personajes de John Cassavetes, desbordados por la euforia, el exceso y un peculiar tormento, protagonistas de una filmografía única que, como una de sus típicas bromas, nos acoge amistosamente y a la vez nos expulsa como si nos considerara sus enemigos: “En el corazón del remolino hay un gran lugar silencioso donde se concentra toda la energía”. Weinberger comenta la presencia en la imaginación humana de ese vórtice, el lugar originario con el que muchas culturas designan el punto del que parte todo. El Vacío para el taoísmo, el torbellino sobre el que se montan los chamanes para escapar del mundo, el vórtice que era para Dante el infierno, el agujero negro en el que, según profetizó Edgar Allan Poe, colapsaría el universo entero. Todas las estrellas y los planetas serían uno, y toda la gente sería una. El vórtice es el origen y el final de los tiempos. De ahí parte todo, ahí concluye todo. Los personajes de Cassavetes lo sabían bien. Eran elementales, un vórtice de energía descontrolada. Querían que las películas en las que reinaban se alimentaran de algo absolutamente puro. Aunque la pureza se mostrara contaminada desde el inicio con la suciedad de los malos modos, con la ebriedad, los desvíos y las bromas equivocadas, al cabo de un tránsito humano, demasiado humano, ese remolino accedía a un plano de luz, tan cegadora que deslumbraba nuestros ojos y ante la que los fotogramas ardían.