Botonera

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26.9.18

XV. "RAINER WERNER FASSBINDER. SOLO QUIERO QUE ME AMEN", Jesús Rodrigo García (coord.), Shangrila 2018





Veronika Voss, Rainer Werner Fassbinder (1981)

Serge Daney


Veronika Voss



Fassbinder no sabía que Veronika Voss sería su penúltimo filme.  En blanco y negro, profundiza en la galería de las estrellas desdichadas  a través de las que ajustaba sus cuentas con la historia alemana.  Una historia de droga, en última instancia. 


La película transcurre en Munich, en 1995. Fassbinder tiene nueve años y Adenauer, setenta y nueve. Ya han pasado diez años de posguerra. La Alemania de los hermanos Walter acaba de ganar la copa mundial de fútbol y Curd Jurgens comienza su carrera de anti-nazi bonito. Mucho más tarde, Henri Langlois dirá: “Con Fassbinder nació el cine alemán de posguerra”. Primera película en 1965, última película en 1982. Penúltima película: Veronika Voss, hoy en nuestras pantallas. 

Langlois tenía razón, absolutamente. Antes de Fassbinder no había en Alemania sino una sola pregunta, del tipo ¿cómo hemos podido vivir con esto, con esta bestia inmunda? Después de Fassbinder, por su causa, la pregunta experimentó un insidioso desplazamiento: ¿cómo hemos podido olvidar tan fácilmente? “En Alemania”, decía Fassbinder, “hay muchas cosas de la historia alemana que no nos enseñaron, muchas cosas con las que tenemos que ponernos al día”. Y también: “No hemos luchado para tener nuestra democracia, porque en la zona oeste nos fue impuesta”. Otro olvido. 

Fassbinder no olvidaba. La Alemania de su infancia, la del viejo canciller, no había sido muy bella. Tampoco habían sido un gran momento, en la historia del cine alemán, aquellos días de la UFA que ya no son de vino y rosas. Lo glauco, con negros muy negros (la vergüenza) y blancos demasiado blancos (la amnesia). El blanco y negro de Veronika Voss, con su música y sus vestidos de época, la iluminación giratoria, la fealdad de un país en su boom económico.

El drama de un hombre es olvidar hasta sus sueños de infancia. El drama de un cineasta es haber crecido en un país sin sueños, y por lo tanto sin cine. Fassbinder murió a los treinta y seis años, controvertido, agotado. Se extenuó construyendo una casa para guardar sus sueños. Era una fábrica él solo. Con sus huelgas, sus automatismos, sus pequeños jefes, su trabajo en serie, su marca, todo. El sueño a fabricar era, me imagino, muy simple, con estrellas de la UFA que lo encarnaran, con Veronikas Voss a “salvar” de la pendiente fatal a las que las arrastraba la Historia, así como el joven primer hitchcockiano salva a Rebeca de las llamas en una producción de Selznick. Nada más, quizá. Pero el trabajo del cineasta Fassbinder consistirá en recrear una a una, ex nihilo, todas estas cosas reales, demasiado reales, fuera de las cuales un sueño no se encarna y sigue siendo una fabulación retro. En este trabajo interpretó todos los papeles. Arqueólogo de su presente, “materializó” su sueño. Fue su chamarilero [...]