Botonera

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24.10.18

XII. "CARTAS, CUERPOS, ESCRITURA", Revista Shangrila nº 32, Shangrila 2018




CARTAS PARA MATAR, CARTAS PARA NO MORIR

Mariel Manrique


La muerte de Marat, Jacques-Louis David (1793)




Charlotte Corday, tiranicida.
Nada queda de Charlotte Corday, excepto tres fotografías de su calavera en el libro de Cesare Lombroso titulado La donna delinquente, la prostituta e la donna normale (co-escrito con Gugliemo Ferrero y publicado en Turín en 1893), ese nec plus ultra de la antropología criminal basada en la supuesta anormalidad patológica, que prohíja criminales innatos, desviados de la “normalidad” de la especie humana e inexorablemente condenados al delito. En la Exposición Universal de París organizada en 1889, cien años después de la Revolución Francesa, Lombroso había examinado el cráneo de Charlotte y concluido en la existencia de un número extraordinario de anomalías, más propias de un varón que de una mujer parisina promedio. Si lo atávico masculino se revelaba en el crimen, lo atávico femenino emergía para Lombroso en la prostitución. El silogismo era inapelable: como Charlotte fue virgen hasta morir, había arrastrado al vivir la psicología de un hombrecito, tal como revelaban los “desvíos” craneales medidos y pesados con esmero por el profesor, más típicos de un envenenador serial que de una señorita de cascos ligeros. La calavera de Charlotte ofrendaba a Lombroso una evidencia adicional. La niña de sus amores, su fetiche científico: la foseta occipital media convertida en el tótem lombrosiano para la identificación de ladrones y asesinos [...]





Feliciano Centurión, jardinero.
[...] Feliciano Centurión había nacido en [...] San Ignacio de las Misiones, el 20 de marzo de 1962. Otra vez en la historia, el aire de su país era irrespirable. Desde el 15 de agosto de 1954, lo gobernaba el dictador Alfredo Stroessner. Fue una dictadura de treinta años, con su saldo espeluznante de secuestros, torturas y asesinatos. A los 14 años, la familia de Feliciano optó por el exilio voluntario en Formosa. Así fue cómo Feliciano llegó a Argentina, desde un país marcado, en su pasado y su presente, por un doble horror: el de una guerra de exterminio y el de una dictadura interminable. Luego bajó a Buenos Aires, “como Rosa de lejos”, contaba entre risas, como aquella muchacha ingenua del interior protagonista de una telenovela inolvidable que batió récords de audiencia y fue la primera que se emitió en colores en Argentina. En colores, básicamente, fue la vida de Feliciano. Se enamoró de hombres, pero era un hombre que amaba a las mujeres. Especialmente, amaba las manos de las mujeres que tejían y bordaban, y transmitían saberes y prácticas de generación en generación, ese arte “menor” de la manualidad confinado a la intimidad doméstica y expulsado por la historia del arte hegemónica a la periferia de lo “decorativo”. El dedal, el hilo y la aguja, la lana y los bastidores llevaban una doble marca estigmatizante: la marca de lo femenino, la marca de lo artesanal [...]