Botonera

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19.11.18

III. "PRESENCIAS. ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA DEL CINE", Eugène Green, Shangrila 2018



Eugène Green



Esta reflexión sobre las primeras manifestaciones del arte cinematográfico comienza con la evocación de un café en Praga.

La Malostranská kavárna, cerrada desde hace tres años “por reformas”, y quizá ya inexistente, era uno de los más antiguos cafés de la capital de Bohemia. Ubicado en la planta baja del viejo ayuntamiento de la comuna de Malá Strana, tenía desde el S. XIX una sólida reputación de “café literario”. Fue a causa de los recuerdos culturales que encerraba que, apenas llegado a Praga por primera vez, en junio de 1968, lo visité, pero debido al sofocante calor me instalé afuera, en la terraza de madera que daba al café el aspecto de un merendero.

Observé a tres personas sentadas a una mesa vecina. Era una experiencia aparentemente muy banal, pero esos seres adoptaron para mí una realidad particular, a la vez en el mundo exterior y en mi mente. Acabaron transformándose, exactamente treinta años más tarde, en los personajes de un guion en el que, a través de dos momentos en el tiempo, entre septiembre de 1967 y mayo de 1998, consumaron su destino en una acción que los vincula a otras presencias encontradas en Praga, salidas de un pasado mucho más lejano: el compositor Wolfgang Amadeus Mozart y la princesa Polixena de Lobkovic, aquella que, en 1628, donó al convento de las carmelitas en Malà Strana la efigie piadosa llamada el pražský Ježišek, el pequeño Jesús de Praga. 

Esta historia, cuyo inicio y conclusión se revelaron en dos momentos de mi vida, en la Malostranská kavárna, no tiene nada de “autobiográfico”, y sin embargo siento en ella un profundo misterio personal. Cuando esos seres devinieron personajes en 1968, creí poder dotarlos de existencia en una pieza de teatro, porque entonces era mediante el teatro que pensaba encontrar mi propia realidad. Cuando en ese mismo café, en 1998, se develó el final de la acción, ya había tenido frente mí la perspectiva de hacer una película, y la historia de estos personajes se impuso como un tema cinematográfico.

Desde el momento en el que, a los dieciséis años, mientras miraba El desierto rojo, de Antonioni, supe que quería hacer películas, el cine ha sido para mí a la vez una pasión, una actividad imaginaria que posee la misma realidad concreta que cualquier otra ficción terrestre y un objeto de reflexión. Por eso, más de treinta años más tarde, cuando la posibilidad de realizar una obra cinematográfica finalmente se presentó, tuve la sensación de estar en un país conocido, e incluso experimenté la tentación de redactar un librito para resumir esa larga meditación. Pero me di cuenta de que si quería transmitir mi experiencia de una forma razonada, era preciso, en primer lugar, resolver el misterio de la relación entre el cineasta y el mundo natural, y responder con precisión la siguiente pregunta: ¿cuál es la Naturaleza que capta el ojo del cineasta? De una manera confusa, entendí que esta pregunta estaba ligada a la historia cuya necesidad se había impuesto en ese café praguense, a tal que punto que, si bien concernía a personajes extraños a mí, se había convertido en mi historia, a la que debía dar una realidad ficticia y, a través de esta, una realidad absoluta [...]