Botonera

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27.11.18

VI. "PRESENCIAS. ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA DEL CINE", Eugène Green, Shangrila 2018



Gustave Flaubert



En torno a 1850, dos elementos que marcan una ruptura importante con la cultura burguesa del S. XIX, la ficción de Flaubert y los comienzos del impresionismo, son de origen normando. Podemos considerarlo una casualidad, si creemos en las casualidades.

Pero también es posible establecer una relación entre el lugar y sus efectos. En tanto provincia francesa, la especificidad de Normandía reside tanto en la geografía como en su historia. Es un territorio dividido en dos por el Sena, que vincula la región a la capital y la arraiga en un Estado pero al mismo tiempo desemboca en el mar, esa apertura a lo universal y lo infinito. Este movimiento hacia el exterior, inscripto en la geografía, es relevante: junto a Bretaña y Aquitania, Normandía es una de las regiones con mayor extensión de costas de Francia, y los puertos han jugado un rol esencial en su economía y su historia. Hay una gran diversidad de paisajes y una gran variedad en la calidad de la luz. Desde el punto de vista histórico, Normandía es también una de las regiones con una larga memoria “no francesa”: invadida en los S. IX y X por bandas de bárbaros nórdicos, que lograron afianzar una dominación política sin modificar el fondo humano y cultural galo-romano, Normandía fue en el S. XX, bajo el gobierno de Enrique II de Inglaterra, un ducado independiente en el centro de un inmenso imperio, que incluía Anjou, Aquitania, Inglaterra y Sicilia. Así, esta región “rural”, que vive en la realidad material de una rica economía agrícola, también es portadora de un imaginario que, a través de la actividad portuaria y el pasado histórico, hace una referencia constante a “otra parte”, en el espacio y en el tiempo. 

Puede sorprendernos vincular dos fenómenos tan diferentes como el trabajo de Flaubert, un artista solitario que se desmarca de todas las tendencias culturales de su época, y el movimiento “impresionista”, percibido de entrada como una acción grupal que rápidamente se desplazó a la capital. Pero además de la “unidad de lugar” de ambos fenómenos, y del hecho de que constituyen la primera impugnación “moderna” del romanticismo, espero demostrar que estas dos respuestas normandas constituyen los inicios del cine. 

Flaubert dio una respuesta ambivalente a la creación artística desde su primer y consecuente ensayo de ficción, publicado recién en 1912 bajo el título “La primera educación sentimental”. La ambigüedad provenía de la descomposición, por parte del autor, de los dos elementos aparentemente contradictorios de su ser, reproducidos en los dos protagonistas, Henri et Jules, tal como Flaubert lo admite explícitamente en una carta a Louise Colet del 16 de enero de 1852:

Literariamente hablando, hay en mí dos hombres distintos: uno cautivado por los gritos, el lirismo, los grandes vuelos de águila, todas las sonoridades de la frase y las cumbres de la idea; y otro que tantea y ahonda en la verdad tanto como puede, que ama hacer visible el hecho pequeño de una manera tan poderosa como el grande y que quisiera hacerte sentir materialmente las cosas que reproduce; a este último le gusta reír y disfrutar con las animalidades del hombre. En mi opinión, La educación sentimental fue un esfuerzo por fusionar estas dos tendencias de mi mente (hubiera sido más fácil tratar la cuestión humana en un libro y hacer lirismo en otro). Fracasé.

Flaubert es uno de los raros escritores de su siglo en haber reconocido esta dualidad, este conflicto, en el interior de un mismo ser, entre la realidad de la materia y la del espíritu. Igual de rara es su capacidad de reconocer una derrota, y en esa misma carta a “la musa” considera un segundo fracaso sus versiones sucesivas de La tentación de San Antonio. “Ahora”, reconoce el autor, “estoy con mi tercer intento. Sin embargo, ya es hora de triunfar o arrojarse por la ventana” [...]