Botonera

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16.5.19

XI. "CINE-DIARIO (EDICIÓN INTEGRAL 1981/1986)", Serge Daney, Shangrila 2019



Ingmar Bergman



[...] Bergman habla poco con los periodistas, ya no necesita a los medios ni a sus cristales deformantes. Dicen que es caprichoso, lacónico, decididamente fóbico. También dicen que puede ser un monstruo de gentileza con el que llega hasta él. Debe tener un sexto sentido, un radar que le dice a cada instante dónde termina su mundo (su “isla”) y dónde empieza la amenaza del otro. Teleasta avant la lettre, ha filmado los rostros de sus actores desde muy cerca, porque un poco más lejos era ya demasiado lejos. Hombre de teatro, hizo de su vida una troupe que, en compensación, lo protegió. Hombre de imágenes, solo abandona el estudio para ir a mirar televisión a su casa. En vísperas del fin de semana, parte para su isla con cuatro o cinco videos bajo el brazo. 

Bergman viejo. Los ojos claros, las cejas encanecidas, el rostro demacrado en algunos lugares, hinchado en otros. Desparejo, dividido, encantador. La risa (un poco forzada) es la de una vieja dama que se sabe estrella, a pesar de todo. La mirada, la de un niño atento o un seductor al acecho. La elegancia es deliberadamente nórdica [...] 



Ingmar Bergman



–Cuando pasan uno de sus filmes por televisión, ¿cómo se imagina a su público? ¿Tiene eso alguna influencia en Ud.? 

–Lo he dicho a menudo: lo importante cuando se hace un filme para la televisión es pensar en los primeros planos. Es cien veces más importante en la televisión que en el cine. Porque el rostro y la mirada de un ser humano siempre pueden fascinar. Hay que ser muy consciente de eso. Por eso me gusta mucho trabajar para la televisión (pausa). Y luego me doy cuenta hasta qué punto es importante. Quizá menos en Francia, pero en Suecia, donde vivimos muy alejados unos de otros, el hecho de encender a la noche esta ventana mágica en la oscuridad, en la famosa oscuridad escandinava (risas), ¡es una comunicación enorme, fantástica! 

–¿Tiene Ud. la sensación de haber sido uno de los cineastas más rápidamente conscientes de los poderes de la televisión, al punto de habar hecho, en el cine, una TV mejor que la de la propia TV? 


–En ciertas películas, sí... [...]

–Hoy se dice con frecuencia que el cine tiende a encogerse. Esta más cultivado, es más conciente de esta cultura, pero ha perdido la amplitud que tuvo en sus inicios, en la época muda. ¿Qué piensa de esto? 


–Vea, yo hago películas desde hace más de cuarenta años y el cine se inventó en París en 1895, hace un poco más de ochenta años. Y ahora nos encontramos en medio de una gran revolución, en gran parte técnica: la electrónica. Y yo estoy contento. Porque si pensamos en ello, es muy curioso: hoy trabajamos exactamente de la misma manera que los hermanos Lumière, con las mismas máquinas. Es más sofisticado, pero el principio es el mismo. El color no aportó nada al arte; el sonido fue casi una catástrofe. Personalmente, ¡me siento tan fascinado por la vieja manera de hacer cine, con la cámara, el proyector y las sombras sobre una pantalla blanca! Ahora estoy feliz de dejar todo eso. Los jóvenes pueden continuar y hacer las investigaciones necesarias para mantener el cine en el camino del porvenir. Porque todo va a cambiar muy rápido, ¿no? 

–Sí, sí. Lo que me impacta es que cineastas como usted o Antonioni (a quien hice la misma pregunta) no parecen sentirse espantados ni nostálgicos. Los más jóvenes están más incómodos, se sienten atrapados entre dos épocas. 

–Entiéndame bien. Lo digo más allá de todo sentimentalismo. Lo que sucede no me hace sentirme desdichado [...]