PARA MAYA DEREN
RUDOLF ARNHEIM
N.º 24, primavera de 1962
Hay una fotografía de Maya Deren tan llamativa y tan conocida que algunos de nosotros pensamos en ella cuando pensamos en Maya Deren. Está tomada de una escena de su película Meshes of the Afternoon y muestra a una chica mirando por la ventana. Aquellos que conocieron a Maya Deren la reconocen y, sin embargo, la de la imagen no es realmente ella. Su rostro se transforma en material fotográfico. Una transformación posible gracias a uno de los dos grandes milagros de la fotografía. ¿En qué consisten estos dos milagros?
Mediante uno de ellos, el más escandaloso y espectacular de los dos, los objetos son capaces de grabar sus propias imágenes sobre la emulsión sensible. Es gracias a este milagro que incluso ahora, después de su muerte, podemos ver la figura de Maya Deren grabada con la autenticidad de una huella dactilar y que, de hecho, puede estar presente entre nosotros con una proximidad casi física.
Este milagro de la fotografía, sin embargo, es esencialmente materialista. Hay otro, más discreto, pero más mágico, que es el de la transformación de la realidad por el propio medio. Aunque las fotografías son apreciadas por preservar la apariencia corpórea, nosotros admiramos aún más esta técnica nueva por ser capaz de desmaterializar el rostro familiar de la chica en una forma precisa de transparente blancura. Vemos su cabello oscuro desaparecer en los reflejos de los árboles sobre el cristal de la ventana. Ese cristal de la ventana no está presente como tal. Se hace visible por las manos levantadas de la chica presionando ligeramente contra él, contra algo que no está allí. Esta transformación es el verdadero milagro de la imagen fotográfica; y Maya Deren fue una de sus hechiceras más delicadas.
Hemos tenido muchos magos toscos. Algunos se llaman a sí mismos surrealistas, aunque, en lugar de ir más allá de la realidad, se limitan a añadirle algunos trucos. Se apoderan del sombrero de copa y del conejo, y la combinación del sombrero de copa y el conejo es toda la magia que pueden ofrecer. Otros —el género expresionista de hacedor de milagros— han invadido nuestro espacio prosaico con maquillajes salvajes y paisajes tortuosos. Maya Deren tenía poca paciencia con cualquier técnica. Insistía en que la verdadera magia de la fotografía en movimiento es más que una reorganización de la materia prima, más que una mascarada. Y ella, que llegaba a ser enérgica hasta el punto de la violencia cuando luchaba por sus ideas, tenía los dedos y los ojos sensibles propios de un cirujano cuando se trataba de dar forma a sus visiones fotográficas sin dañar los tejidos de la superficie física. [...]
Hay una fotografía de Maya Deren tan llamativa y tan conocida que algunos de nosotros pensamos en ella cuando pensamos en Maya Deren. Está tomada de una escena de su película Meshes of the Afternoon y muestra a una chica mirando por la ventana. Aquellos que conocieron a Maya Deren la reconocen y, sin embargo, la de la imagen no es realmente ella. Su rostro se transforma en material fotográfico. Una transformación posible gracias a uno de los dos grandes milagros de la fotografía. ¿En qué consisten estos dos milagros?
Mediante uno de ellos, el más escandaloso y espectacular de los dos, los objetos son capaces de grabar sus propias imágenes sobre la emulsión sensible. Es gracias a este milagro que incluso ahora, después de su muerte, podemos ver la figura de Maya Deren grabada con la autenticidad de una huella dactilar y que, de hecho, puede estar presente entre nosotros con una proximidad casi física.
Meshes of the Afternoon (Maya Deren, 1943)
Este milagro de la fotografía, sin embargo, es esencialmente materialista. Hay otro, más discreto, pero más mágico, que es el de la transformación de la realidad por el propio medio. Aunque las fotografías son apreciadas por preservar la apariencia corpórea, nosotros admiramos aún más esta técnica nueva por ser capaz de desmaterializar el rostro familiar de la chica en una forma precisa de transparente blancura. Vemos su cabello oscuro desaparecer en los reflejos de los árboles sobre el cristal de la ventana. Ese cristal de la ventana no está presente como tal. Se hace visible por las manos levantadas de la chica presionando ligeramente contra él, contra algo que no está allí. Esta transformación es el verdadero milagro de la imagen fotográfica; y Maya Deren fue una de sus hechiceras más delicadas.
Hemos tenido muchos magos toscos. Algunos se llaman a sí mismos surrealistas, aunque, en lugar de ir más allá de la realidad, se limitan a añadirle algunos trucos. Se apoderan del sombrero de copa y del conejo, y la combinación del sombrero de copa y el conejo es toda la magia que pueden ofrecer. Otros —el género expresionista de hacedor de milagros— han invadido nuestro espacio prosaico con maquillajes salvajes y paisajes tortuosos. Maya Deren tenía poca paciencia con cualquier técnica. Insistía en que la verdadera magia de la fotografía en movimiento es más que una reorganización de la materia prima, más que una mascarada. Y ella, que llegaba a ser enérgica hasta el punto de la violencia cuando luchaba por sus ideas, tenía los dedos y los ojos sensibles propios de un cirujano cuando se trataba de dar forma a sus visiones fotográficas sin dañar los tejidos de la superficie física. [...]