Botonera

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13.1.20

RESEÑA DE "INCÓGNITA TIERRA (DE SEBALD)", Pablo Perera Velamazán, Shangrila 2018




Reseña del libro Incógnita tierra (De Sebald),
Pablo Perera Velamazán, Shangrila 2018,
en la revista Escritura e imagen, vol. 15 (2019)
Universidad Complutense de Madrid

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QUÉ HACER CON LA MUERTE
Tomás Z. Martínez Neri*




No sabemos qué hacer con la muerte. Simplemente, no sabemos que hacer con ella. Miramos a menudo en otras direcciones para encontrar respuestas, pero tampoco tengo claro que en otros lugares sepan muy bien cómo manejarse ante este acontecimiento; no estoy realmente seguro de que las prácticas del antiguo Egipto, con su libro específico de los muertos, o su hermana, la momificación en vida de los shokushinbutsu, por citar ejemplos extremos alejados de nuestro hacer cotidiano, sean modos que demuestren alguna habilidad definitiva con la muerte. Allí donde miro, sospecho que el problema es siempre el mismo y que, inevitablemente, nos arrastra a un enigma irresoluble. Pero cuando me fijo en nuestra cultura, en el modo en el que en Occidente damos cuenta de la muerte (en general, de la finitud), la sospecha se vuelve claramente afirmativa: no sabemos qué hacer con ella. Quizás viene de antiguo. No lo sé. Incógnita tierra trata precisamente de esto, de qué hacer con la muerte, que es, al fin y al cabo, tratar de la muerte misma. No nos llamemos a equívoco, no es un manual de prácticas de embalsamamiento ni un tratado de autoayuda gracias al cual podamos realizar un duelo saludable y correcto, siguiendo cierto algoritmo con sus tiempos medidos y sus estados consecutivos. No. Incógnita tierra trata de la muerte tal y como la muerte es, para empezar: cadáver, resto. Habla de muertos. Sus páginas muestran un catálogo impecable de cuerpos sin vida: en su tinta fallecen personas, fallecen familiares, fallecen filósofos clásicos y contemporáneos, fallecen animales. Pero también fallecen cosas y fallecen cosas sin cuerpo como ideas, pretextos, excusas; incluso el criterio ordinario de escritura fallece, mostrando una disposición de los caracteres y las palabras, de las frases y los párrafos que, en el levantamiento de acta de la escritura corriente, muestra, irónicamente, una escritura viva, físicamente activa, dinámica, gozo del lector no burgués, que diría Barthes, y pesadilla de los editores. Pero con lo dicho no hay que equivocarse, Incógnita tierra no es un mero conjunto de muertes yuxtapuestas expuestas refinadamente. Si así fuera habría salido mal, pues algo que si no sabíamos ya, y que Incógnita Tierra nos ayuda a comprender, es que cada muerte es única y en su yuxtaposición con otras muertes quedaría simplemente fuera de lugar. La muerte no se colecciona como los objetos de aquellos interiores que tanto interesaban a Benjamin (que, sea dicho de paso, también eran un modo de afrontar la muerte). No. En esta novela se realiza un recorrido, se dibuja un mapa, pero un mapa en cierta manera incompleto ya que es solo el pedazo, seleccionado conscientemente (arrancado, otra muerte más), de una obra más amplia que, por motivos de edición, aparece, por ahora, en este formato. Pero es un mapa, y lo es de una tierra ciertamente incógnita (el título es estrictamente literal), de modo que tampoco puede el lector esperar que ese mapa le permita recorrer el espacio de la defunción con cierta seguridad y soltura. Inevitablemente, si hablas de la muerte hablas también de lo imposible, y cuando una cartografía pretende roturar un terreno de imposibilidades, como es el caso, cualquier intento de recorrerlo sin mácula va a ser difícil de seguir. Quien quiera salir ileso de este recorrido debería no emprenderlo.


Incógnita tierra no es el título completo, cuenta con el subtítulo (de Sebald)nombre recurrente en la obra y nombre gracias al cual realizamos recorridos concretos, específicos, por carreteras, entre pueblos, pues también es este un libro de viajes, tanto metafórica como literalmente. Pero también se le podría añadir, jugando a ser miserablemente pedante, otro subtítulo: algo así como “experiencia de la conciencia ante la muerte”. Hay algo repugnantemente filosófico en ese subtítulo que propongo, y lo hago un poco a propósito como chascarrillo hacia un autor cuyo interés se mueve como pez en el agua entre aquellos desmontadores de la ficción hegeliana. Pero es que, a mí me parece que esta ficción que reseño es una radical fenomenología, una radical fenomenología de la muerte. ¿Por qué? Podría simplemente remitir a la lectura de Incógnita tierra, pero daré alguna pista. Para empezar, lo que se trata, de lo que se habla en este libro es del flujo interrumpido constantemente y vuelto a recobrar de una conciencia. Además, la muerte, o el qué hacer con ella, de que aquí se trata lo es en toda su magnitud, es decir, lo es en todo a lo que a su experiencia se refiere: como ya he señalado, se habla del cuerpo muerto, el desmembrado e incluso aplastado cuerpo de algunos organismos, de la muerte en su sentido más pedestre, que es el del cuerpo al que se le ha sustraído un cierto noséqué; de entidades que estuvieron vivas y que han dejado de estarlo. Sí, se habla de todo esto, pero lo que es mucho más importante, y la razón por la que esta obra es radicalmente fenomenológica, es por el hecho de que su examen alcanza a todo aquello que entra en juego en la experiencia del deceso, sin ser el cuerpo muerto, el cadáver el máximo protagonista, o el ser humano el que ocupa el lugar esencial en esta ficción narrada en primera persona, no. Son también los animales los que ocupan un lugar importante; los animales y, tanto su experiencia mortuoria como la nuestra con respecto a ellos. Pero hay más, porque también entran en juego los objetos, las pertenencias, aquello que estuvo y que sobrevive a la muerte pero que, inevitablemente, tal y como se narra en Incógnita tierra, no son meras cosas inertes indiferentes a dicho acontecimiento, sino que son también parte insoslayable en la danza macabra que es la existencia: una casa que hay que remodelar y vaciar de las pertenencias de aquella persona que la habitó, una carta que puede cambiar radicalmente la atmósfera y la intención de quienes la encuentran, una rotonda que es, a su vez, hogar y lugar de paso de animales humanos y no humanos, una valla en la carretera, una estatuilla de terracota, una cinta de video, un ordenador azul, la subida de unas escaleras, una mirada en un dvd, la espera antes de cruzar una puerta, unas flores con una nota,... pero es que aún hay más: el espacio y el tiempo mismos. Ese lugar y ese momento que anteceden y que preceden a una vida particular, el lugar mismo donde acontece una muerte y el momento mismo entre la vida y la muerte. Porque no solo se puede referir uno a la muerte en su sentido radical de pérdida definitiva de la vida. Precisamente, este relato comienza con la experiencia de un desmallo y una mancha de sangre en el suelo a raíz de la contusión. La experiencia de volver en sí, de volver tras la inconsciencia del impacto, de volver a un mundo que se dejó sin esperarlo y al que se llega totalmente transformado por esos segundos ausente de él. Porque probablemente la vivencia, si es que se puede denominar así, más cercana que podamos tener de la muerte sea precisamente la de perder la consciencia en un desmayo. ¿Qué ha sucedido en ese lapso de tiempo? ¿Qué ha sido el mundo en ese lapso de tiempo? No es una pregunta baladí ni menos aun fácil de responder. Yo soy la vida y el mundo, ¿qué les sucede cuando yo ya no estoy? ¿Qué les sucede antes de que yo estuviera y cuando yo ya no esté? Es uno de los interrogantes que Incógnita tierra pone en juego a partir de una experiencia tan ordinaria como la de desmayarse o como la de ver el mundo en imágenes que anuncian tu llegada a una vida que aún no habitas pero que ya, inevitablemente, habitarás. Y es que, atender a lo que sucede desde una mirada sincera imposibilita toda respuesta pronta y dada por supuesta. Hasta el punto de que, tal y como se afirma en la obra, la vida misma es sobrenatural cuando se la reconoce a la luz de los momentos que la recortan, que la limitan, que la hacen ser lo que es: ese puente tendido entre dos nadas que en absoluto son nada y que en absoluto son la misma clase de nada. Puente que también tiembla, también reverbera su saber de la muerte. Eso nos señala la mirada sincera de esta novela: el modo en que no sabemos realmente que hacer inmersos en esa vida que, muy barrocamente, está, aunque no seamos conscientes, tocada constantemente por la muerte.

He podido escuchar que este libro debería estar prohibido. Se apela a la dureza y crudeza de su tema principal: cómo va a poder leer la experiencia de la muerte una sociedad que, directamente, no sabe enfrentarla, una sociedad que la repele. Es un tema tabú, no se puede debería permitir. Pero la verdad es que no estoy de acuerdo con este diagnóstico. Esta obra no tiene ese peligro. Pero esto no significa que Incógnita tierra esté libre de culpa, de sospecha. Porque, lo que sí es sospechoso en ella, sospecha que aún no he conseguido clarificar, es el por qué, precisamente, un texto como este se deja leer. Por qué me he encontrado mecido en su lectura, acomodado, resguardado. Esa es la extraña sutileza que señalaría a cualquiera que se acerque a estas letras: te vas a encontrar bien.... rodeado de muerte. Es cierto que la lectura resulta en cierta medida exigente a nivel intelectual, dadas sus referencias y el lenguaje selecto, a veces técnico, que usa. Pero el núcleo sobre el que pivota el texto, la trama, el hilo rojo, invisible, que te permite dejarte caer en sus páginas, sí me parece que está al alcance de cualquiera que simplemente esté dispuesto a realizar una lectura activa; un lector que permita al libro ser él mismo, ya que esta suerte de tratado fenomenológico sobre la muerte está contradictoriamente vivo, no va a permitir caer en manos de un lector cualquiera. Y esto es así no solo por lo que hace a la cuestión de su manera de exposición, como he señalado anteriormente, sino porque esta obra además exige sus tiempos, sus momentos, su propio ritmo y su propio lugar. No se deja leer en cualquier parte ni en cualquier momento.

En definitiva, ese es el misterio que acompaña a esta novela, una novela que se sigue escribiendo en cada lector que ha tenido, que continúa su escritura, que reverbera en tu propia experiencia y que, inevitablemente, trastoca el escenario en el que habitas, encontrándote sus letras a la vuelta de cada esquina. Quizás la respuesta es que es legible en tanto que es escritura, pero escritura de verdad, que nos señala a una cuestión tan inquietante como relajante: que no es fácil sostenerse en un gesto para un mundo que ya no va a suceder más, que ya no es más que su segura extinción. Pero, infatigablemente, lo intentamos.


* Tomás Z. Martínez Neira (puroarte@gmail.com), Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid.