Botonera

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9.5.20

XXVII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Kubrick en el laberinto
Carlos Tejeda





Atraco perfecto, 1956 / Espartaco, 1960 / Lolita, 1962 - Stanley Kubrick



En una secuencia de la película Persona (Ingmar Bergman, 1966) la psiquiatra le expresa a una enmudecida Elisabet Vogler, a quien pone rostro Liv Ullmann, que a pesar de que tratemos de ocultarnos detrás de los herméticos y ficticios escondites que nos creamos, “la vida se cuela por todas partes”. En cierta manera esta idea puede definir un rasgo que poseen las películas de Stanley Kubrick, ya que son exploraciones sobre los entresijos de la condición humana, supeditada al mismo tiempo por un componente tan inherentemente humano como son las pulsiones internas que irán prefigurando el destino de sus personajes, un destino marcado a su vez por los caprichos del azar, los dictados de su entorno o del paso del tiempo. Seres con una marcada individualidad, inflexibles, algunos megalómanos, meticulosos otros y en su mayoría con un temperamento obsesivo en su afán por alcanzar sus propósitos, rasgos que en cierta manera son un reflejo del carácter del propio cineasta.

Hay que matizar que los dos primeros largometrajes del director neoyorquino, Fear and desire (1953) y El beso del asesino (Killer’s kiss, 1955), fueron sus dos únicos guiones originales ya que el resto de su filmografía, es decir, sus siguientes diez largometrajes, parten de obras literarias que el cineasta, más que adaptar, transforma a imagen y semejanza de su particular mirada, a la vez que cada proyecto que aborda le imprime un nuevo giro, tanto conceptual como visual, con respecto al anterior. En palabras de Ciment: “Como en los grandes artistas, cada obra realizada nace de la crítica y casi aniquilación de la obra precedente”. (1)

1. CIMENT, Michel, Kubrick, Madrid: Akal, 2000, p.59.

Para trazar un primer apunte sobre la idiosincrasia de los personajes kubrickianos, bien puede servir una reflexión que hace en voz en off el protagonista de El beso del asesino al comienzo del film: “Es increíble como a veces acabas metido en un lío al que no eres capaz de encontrar sentido, y aún así no puedes pensar en nada más. Al final no sirves para nada, ni para nadie. Quizá ocurra por tomarse la vida demasiado en serio”. Los recelos y la codicia condicionarán el robo al hipódromo en Atraco perfecto (The killing, 1956), película que consolida a Kubrick como cineasta, y en el que la intervención del azar en el último momento truncará un plan que ha sido estudiado al detalle y cuya consecución se ha desarrollado a la perfección. Como los esfuerzos del coronel Dax en la antibelicista Senderos de gloria (Paths of glory, 1957), durante un consejo de guerra en su defensa de tres soldados escogidos, también al azar, como castigo ejemplar hacia las tropas por un acto de supuesta cobardía durante un ataque suicida contra una inexpugnable posición enemiga. “El juicio contra estos hombres es una parodia de la justicia humana”, clama Dax en su alegato final ante el jurado militar, ya que el proceso es en realidad una farsa para encubrir la negligencia del iracundo y ambicioso general Mireau (George Macready) quien había ordenado a la artillería disparar contra sus propios hombres a los que un indiscriminado fuego enemigo impidió salir de las trincheras.


La lucha por la libertad que inicia Espartaco (Kirk Douglas) cuando se convierte en el líder de la gran rebelión de los esclavos que se alza contra la república de Roma en el film del mismo título rodado en 1960. Al fin y al cabo, “cuando un hombre libre muere, pierde el placer de la vida. Un esclavo pierde su dolor. La muerte es la única libertad que conoce el esclavo. Por eso no le tiene miedo”, expresa en un momento dado el protagonista. Y frente a él, Craso (Laurence Olivier) el ambicioso general romano quien anhela poseer a Varinia (Jean Simmons), la esclava de la que está enamorado Espartaco.

La obsesión del maduro profesor Humbert Humbert (James Mason) por la adolescente (Sue Lyon) en Lolita (1962) que le llevará a pergeñar todo tipo de tretas para ganarse sus favores, incluso a contraer matrimonio con su madre, la extravagante viuda Charlotte Haze (Shelley Winters), como a soportar todo tipo de humillaciones que le inflige la chica. Un paulatino camino de autodestrucción en el que de nuevo interviene el azar –el accidental atropello de Charlotte, por ejemplo–, que llevarán al malogrado profesor, como indican los rótulos finales, a morir por una trombosis antes de ser juzgado por el asesinato de Quilty (Peter Sellers), asesinato con el que se inicia el film [...]




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