Daguerrotipo, 1837
[...] Después, en la época romántica, la noche no hizo más que espesarse y extenderse, y con ella el vértigo, incluso aunque los poetas de aquellos años trataran de recobrarse a través de la religión, con representaciones y formas de creencias concebidas por ellos en privado. Este esfuerzo es lo que acerca a Keats y Hugo, o a Nerval, y a Novalis y a Friedrich. Sin embargo, todavía no es suficiente para liberar a Delacroix de la obsesión del «lago de sangre», como bien observó Baudelaire: resultó inútil que el pintor atormentado se encomendara a Apolo. Alrededor de 1840, todo estaba listo para una toma de conciencia más intensa, también más determinada, del gran «fuera» de la imagen: del no-ser. Una cristalización, como dice Stendhal a propósito del amor en 1822, buscando tal vez así desviar la atención.
Y de hecho, fue en esos mismos años, a mediados del siglo de Baudelaire, cuando se produjo una cristalización muy diferente de aquella de la idea de quien ama, o cree que ama. La hizo posible un acontecimiento, el cual, hay que recalcarlo, fue celebrado inmediatamente con una solemnidad impresionante, laica y religiosa al mismo tiempo.
Tuvo lugar en la Academia de Ciencias de Francia, donde el 7 de enero de 1839 Aragon anunció al mundo la invención de lo que llevará el nombre de daguerrotipo, un procedimiento mediante el cual las imágenes de las cosas del ambiente circundante se fijan de modo permanente en un soporte, en este caso de cobre. ¡Quedan fijadas! No es todavía lo que hará viable la fotografía. Es solo una toma directa, sin posibilidad de reproducción, para la cual tendremos que esperar aún otros diez años. Pero ¡no importa! Lo que causa sensación es que sobre la placa de cobre se obtiene una reproducción tan completa como precisa de lo que otrora solo podíamos encontrar en sus tres dimensiones. Y así es como este «fuera», este cambio perpetuo, ha sido ahora fijado y quedará ahí, inmovilizado, en esta nueva imagen muy singular.
¿Por qué es tan importante la fijación? ¿Por qué estoy a punto de afirmar que esta inmovilización fue un acontecimiento tan decisivo como el de transferir en la imagen la realidad del «fuera»? Porque es lo que garantiza que cosas que no podrían más que ser consideradas cada una en sí misma y por sí misma logren cohabitar de manera permanente con otras percibidas del mismo modo, y abandonar así su plano de realidad en movimiento, temporal, para existir en el plano de las imágenes, es decir, justo donde estas afirman sus pretensiones. Cabe señalar que ver una cosa allí donde no está no era una completa novedad en la época de Daguerre. Hacía largo tiempo que existían situaciones en las cuales la captura de un exterior se producía sin la intervención de un artista, como por ejemplo la observación del suelo lunar a través del telescopio de Galileo. Pero las figuras así producidas no se fijaban en un marco, no podían competir pues con las imágenes tradicionales, que al poseer uno tenían así el poder, como he recordado, de sugerir que lo que ellas mostraban estaba dotado de una realidad, de un ser: un ser, incluso, de una naturaleza más excelsa que la nuestra. Y ahora, con el daguerrotipo, y muy pronto con la fotografía, que son algo fijado, algo enmarcado, pueden colocarse entre las imágenes [...]
Y de hecho, fue en esos mismos años, a mediados del siglo de Baudelaire, cuando se produjo una cristalización muy diferente de aquella de la idea de quien ama, o cree que ama. La hizo posible un acontecimiento, el cual, hay que recalcarlo, fue celebrado inmediatamente con una solemnidad impresionante, laica y religiosa al mismo tiempo.
Tuvo lugar en la Academia de Ciencias de Francia, donde el 7 de enero de 1839 Aragon anunció al mundo la invención de lo que llevará el nombre de daguerrotipo, un procedimiento mediante el cual las imágenes de las cosas del ambiente circundante se fijan de modo permanente en un soporte, en este caso de cobre. ¡Quedan fijadas! No es todavía lo que hará viable la fotografía. Es solo una toma directa, sin posibilidad de reproducción, para la cual tendremos que esperar aún otros diez años. Pero ¡no importa! Lo que causa sensación es que sobre la placa de cobre se obtiene una reproducción tan completa como precisa de lo que otrora solo podíamos encontrar en sus tres dimensiones. Y así es como este «fuera», este cambio perpetuo, ha sido ahora fijado y quedará ahí, inmovilizado, en esta nueva imagen muy singular.
¿Por qué es tan importante la fijación? ¿Por qué estoy a punto de afirmar que esta inmovilización fue un acontecimiento tan decisivo como el de transferir en la imagen la realidad del «fuera»? Porque es lo que garantiza que cosas que no podrían más que ser consideradas cada una en sí misma y por sí misma logren cohabitar de manera permanente con otras percibidas del mismo modo, y abandonar así su plano de realidad en movimiento, temporal, para existir en el plano de las imágenes, es decir, justo donde estas afirman sus pretensiones. Cabe señalar que ver una cosa allí donde no está no era una completa novedad en la época de Daguerre. Hacía largo tiempo que existían situaciones en las cuales la captura de un exterior se producía sin la intervención de un artista, como por ejemplo la observación del suelo lunar a través del telescopio de Galileo. Pero las figuras así producidas no se fijaban en un marco, no podían competir pues con las imágenes tradicionales, que al poseer uno tenían así el poder, como he recordado, de sugerir que lo que ellas mostraban estaba dotado de una realidad, de un ser: un ser, incluso, de una naturaleza más excelsa que la nuestra. Y ahora, con el daguerrotipo, y muy pronto con la fotografía, que son algo fijado, algo enmarcado, pueden colocarse entre las imágenes [...]