ÉPILOGO
SIGUIENDO MI CAMINO
Roberto Amaba
Rara vez se justifica el espacio alternativo reclamado por los márgenes. Amigo de imposturas y falsas disidencias, requiere de propiedades que, en su aparente sencillez, resultan de difícil cumplimiento. En este caso me refiero a la curiosidad que mueve al conocimiento y a la originalidad que escapa del gregarismo propio de la escritura cinematográfica. Una otredad cierta y sincera que va adquiriendo forma a lo largo de esta filmografía cosechada por Jesús. Lo hace combatiendo la pereza, eludiendo ese reciclaje de clichés, mentiras y medias verdades que hemos dado en llamar historia del cine. Es esta una otredad discreta que aparece con el único fin de prometer su desaparición porque sabe que, así, permanecerá. Historia parcial, marginal, fragmentaria y no obstante universal, que no necesita abrazar causas perdidas porque ella es, en sí misma, olvido y omisión. Imágenes que no requieren de grandes plataformas ni de soldados de la cinefilia para restituir su vigencia y vigor.
Uno de los pensamientos inmediatos que brota tras cotejar el texto con las películas que lo propiciaron, es el de la imagen perdurable. En tiempos de hastío intelectual generado por debates encauzados que decaen antes que el sol, hemos de recibir con dicha esta idea de permanencia, de eternidad latente, de imágenes que nunca se cansarán de esperar a que volvamos la vista hacia ellas. Planos, palabras y secuencias que se posan sobre modos, objetos, paisajes y gestos que nos acompañarán con carácter orgánico el resto de nuestras vidas. Más allá del clasicismo, más acá de la modernidad, las imágenes adquieren la forma y la fuerza de un desafío, de refugios frente a imposiciones, de baremos frente a modas. Imágenes que facilitan modos de percibir y de expresar ajenos a las disputas entre crítica, academia y diletantismo. Quizá se pueda dibujar una solución a este conflicto entregando nuestro ego, y tal movimiento se intuye durante la lectura. Un repudio del narcisismo dentro y fuera de la pantalla donde el yo, contracorriente, deja de ser importante, donde el autor apenas ejerce de chico de los recados, de médium prudente pero entusiasmado que nos recuerda que hoy concluyeron las excusas para elegir imágenes, para apartarse de unas y para acceder a otras bien diferentes a las impuestas por la fatídica agenda social.
De entre estas emociones encarnadas por todo tipo de personajes que Jesús se limita a señalar, destaca cierto sentimiento de lo cotidiano, de una naturalidad afectiva marcada por la tolerancia, el sacrificio y la bondad. Como en una película de Kaurismäki, nos deslizamos en la ausencia absoluta de estridencia, en la profunda necesidad de dejar vivir a los demás sin imponer normas, gustos y conductas. Porque de esta ruptura tan presente de los espacios y de los tiempos del prójimo, nacen muchas de las tragedias, de las aventuras y de las comedias aquí recogidas. La reclamación tranquila de esa emoción privada que, a hurtadillas, el mejor cine supo respetar y compartir, nos ofrece una confluencia entre letra e imagen que hoy resulta, más que nunca, reconfortante.
Salamanca, enero de 2020
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