Botonera

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31.5.21

y XV. "ISLAS. FUGA Y ABISMO", Mariel Manrique (coord.), Valencia: Shangrila 2021



NO DEJES ROSAS
Manuel Merino
[Fragmento]



Ibiza, Es Vedrá.  Postal enviada por Walter Benjamin en 1932. Foto: D. Viñets.



[…] der Regen folgt´ ihm […]
([…] la lluvia le seguía […])

Erinnerung an Frankreich (Recuerdo de Francia), 
Paul Celan, 1948.


… ahogados los deseos piadosos en las copas vacías, solo quedaba dejar atrás aquel silencio inagotable de miradas esquivas, pagar lo consumido y salir del local. Imposible saber qué confusa condena se agazapa en el paso siguiente. Una torpe caída con su constelación de efectos, una niebla de años, un espejo agotado que ya nada devuelve, una barca muy vieja con nombre de mujer.

Sacudirse después la ropa polvorienta y no conceder peso al tosco augurio de su sombra borrada por esas mismas nubes, ahora más compactas, que buscaron descargar con aburrida mansedumbre cuando el navío abandonó la rada.

Quedarán en el aire a su partida un par de temas caprichosos, muy obvios para él, pero que conviene resolver aquí aunque solo fuese por situar algo mejor al personaje. De esa forma aquel espacio físico solo podría ser un Mediterráneo inmemorial detenido en el tiempo, y un verano ya vencido también. Era su segundo viaje a esa costa en busca de un lugar barato donde poder vivir. Entre abril y julio del año anterior lo había intentado por primera vez y ahora acaba de saber que tampoco esta vez lo encontrará. 

Por eso mismo quizá resulte innecesario mencionar ese pensamiento que le pesa, cien veces rechazado por doloroso y cierto, de que quizá para él todo ha quedado definitivamente atrás. Que nunca sabrá cuándo sucedió. Que fue algo sin aviso, que ya solo queda esperar. A cambio, eso le salva todavía, mantiene como fe invulnerable la continua tarea de contarlo y el extraño valor de no atreverse a conocer cómo será ese día en que la capa de la fabulación no sirva. Cuando al desprenderse de ella siga siendo un mendigo y su perro le ladre. Pero por hoy le aguanta y ayuda a anotar en su libreta chica otro episodio antiguo, imposible saber qué fue lo cierto ni cuánto deseó lo imaginado, pero escudado en sus palabras vuelve a encontrar en ellas, fundida siempre en ese blanco sucio de memoria importuna, cada vez más cercana, la silueta de piedra donde juran que aún laten las cenizas de Homero. 

Cuando pasé, despacio, lo recuerdo ahora, como si aquel barco vacío pretendiese detener su ruta hacia ningún lugar, el paisaje, casi un espejo mineral, ardía sin árboles ni viñas ni campanas. Solo una ermita blanca como un fósil vacío que ya olvidó a sus dioses flotaba cercada en la calima por un lamento ciego de chicharras, carcomido por el sol insaciable. Era verano. Las olas gemían sus envites fingidos contra el borde afilado de la costa rojiza tan rota como aquel mismo día. Ni una nube ni un ala ni siquiera un vilano en el aire cobalto que cegaba. Pero a cambio hubo algo que atrapó mi mirada y que, hasta ahora, pasados tantos años, nunca supe qué fue. Llámalo voz. Apenas un rumor, una presencia, cierto aviso. Nada. Siempre es igual y atendiendo a esa ley sin cordura todo continuó como debía. El pelo revuelto por la brisa. La piel equivocada cada momento más ardiente. La sal en la saliva y los ojos empezando a olvidar hasta ahora mismo. La camiseta añil, que quizá flote todavía en otro cuerpo manchado de un olor diferente, golpeaba como una bandera de ninguna patria la carcomida barandilla de cubierta, las manos abiertas como redes, salpicadas de espuma, tan vacías. Habrá que volver, recuerdo que pensé, mientras todavía era el momento exacto de no marcharme nunca y atender a ese ruego de no seguir viaje. Y elegir ser una sombra de piedra tan igual a la ermita, tan perfecta en su ausencia, tan simplemente eterna, que alzara como un dios sumergido un brazo lento y el mar se detuviera por temor a quebrar su reflejo, despidiendo a aquel barco donde yo no estaría.

Renunciar al error es a veces el excesivo coste que exigen las alturas para entregarnos su verdad. Feliz pulso de coraje y locura que entretiene a los ángeles y empuja a la eternidad a las estatuas. Pero ahora que entre otros naufragios aquel ni se menciona, me ha sido concedido descifrar ese aviso superior que entonces no atendí: No habrá regreso. Nunca es tan tarde.


Tokio-Ga (Wim Wenders, 1985)


Como en cualquier manual de instrucciones donde es ley avanzar, antes del estadio siguiente se necesita un hecho, un nombre propio, un deseo aplazado, una certeza simple y tragar su veneno. Era septiembre y a su favor, llovía [...]






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