Botonera

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15.1.22

RESEÑA DE "PASAR, CUESTE LO QUE CUESTE", de Georges Didi Huberman y Niki Giannari, Shangrila, 2018

 



Reseña de Pasar, cueste lo que cueste en Kaos en la red 
Por Iñaki Urdanibia



«Éste es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los extranjeros y pobres son de Zeus»

                                 Homero, Odisea

«Escribir hoy sobre la emigración es cumplir el mismo deber que en su momento era escribir sobre los campos de concentración en la época nazi…los inmigrantes son los esclavos modernos y mano de obra casi gratis. Con ellos se comete un genocidio»

                                 Andrés Sorel, Voces del estrecho

«Hoy una reflexión sobre la hospitalidad supone, entre otras cosas, la posibilidad de una delimitación rigurosa de los umbrales o de las fronteras: entre lo familiar y lo no familiar, entre el extranjero y el no extranjero, el ciudadano y el no ciudadano, pero en primer lugar entre lo privado y lo público, el derecho privado y el derecho público, etc.»

                                 Jacques Derrida, De l´hospitalité



Hospitalidad empieza con hache como humanidad y también como hostilidad. De la última se dan sobradas muestras en toda las orillas del Mediterráneo con muros, vallas, concertinas y campos de internamiento que protegen la fortaleza-Europa, para detener lo que algunos califican como invasión bárbara; voces en este sentido se oyen de los Santiago Abascal, de los Matteo Salvini, Éric Zemmour o Nikos Michaloliakos, por ceñirme a las costas europeas del Mare nostrum. Las leyes y políticas de los países del Viejo Continente suponen también muros que rechazan a quienes buscan la vida alejándose de la guerra, de la represión y la miseria. Los argumentos son peregrinos en su crueldad: vienen a robarnos el trabajo, y a nuestra mujeres, a fomentar la delincuencia y sus costumbres contrarias al civilizado Occidente. Junto a estas muestras de hostilidad que usan a los migrantes como cabezas de turco, haciéndoles culpables de todos los males habidos y por haber -téngase en cuenta el origen etimológico de la palabras hostilidad, hostis, hostis en latín significa enemigo; así de claro, lo que no quita para reparar en la inquietante cercanía fonética entre víctima y huésped, de hostia, ae-. Junto a los comportamientos nombrados también se dan ejemplos de hospitalidad y decencia que son la cara digna de la humanidad. Dice el hospitalario René Schérer en su Zeus hospitalier, publicado en 1993, tras subrayar el carácter de huéspedes de no pocas luminarias del arte y el pensamiento, que la hospitalidad resulta en estos tiempos «molesta, intempestiva, sin embargo resiste, como la locura, a todas las razones, comenzando por la razón del Estado» (las cursivas son suyas).

Es el caso del libro «Pasar, cueste lo que cueste», firmado por Georges Didi-Huberman y Niki Giannari, editado por Shangrila. La obra centra su mirada en el documental que rodaron la nombrada Niki Giannari y Maria Kourkouta, cuyo título es el que da nombre a este artículo (https://www.youtube.com/watch?v=VReuK17ouDM). No me resisto a transcribir, al final del artículo, las palabras /poema de Niki Giannari, con el mismo título, que acompañaba a la cinta nombrada y que abre el libro del que hablo; es un grito por la dignidad y contra la injusticia, en el que con una claridad meridiana se expresan las maldades a que son sometidos los migrantes, con algunas flechas que señalan a tiempos pasados, la referencia a las cenizas, a los trenes o al suicidado en Port-Bou, Walter Benjamin, del que por otra parte se traen a colación cuestiones relacionadas con la memoria y la imbricación del pasado con el presente y el futuro.

Al explícito poema inicial acompaña la prosa de Georges Didi-Huberman que elogia a Giannari (Peloponeso, 1968), no solo por sus versos del dolor sino por su propia vida entregada e quienes nada tienen, instalada en Tesalónica y trabajando en un Dispensario Social de Solidaridad, de tendencia autónoma y radical, en donde se vuelca en la ayuda a los otros, «a los desposeídos de toda clase, a los gitanos, los refugiados, a los sin papeles, a los sin techo…»; fue allá, que cuando llegó su amiga de siempre, Maria Kourkouta la llevó al campo de refugiados de Idomeni, en donde más de trece mil personas malviven, huyendo de diferentes guerras y frenados en la frontera greco-macedonia, y realizaron en documental mentado además de volcarse por tratar de hacer más fácil, más llevadera, la vida de los encerrados entre vallas y alambradas de púas. El teórico de la imagen francés se apoya en el poema nombrado y en las imágenes del documental señalado para ir desbrozando el camino de las falacias de los defensores de la inhospitalidad para abrir el camino a la dignidad, a la probidad de la apuesta por la hospitalidad.

El librito, lo breve si bueno…, habla de los desheredados, de los exiliados, de quienes buscan refugio, de los parias, y de los obstáculos que encuentra, que les son puestos, en su camino, verdadera peregrinación de espectros que no son sino el recuerdo de nosotros mismos, ya que al fin y a la postre todos procedemos del mismo origen y los humanos somos nómadas por naturaleza, y los que llegan son nosotros otros. En la lectura, me vienen al recuerdo las lúcidas reflexiones de Hans Magnus Enzensberger, en su La gran migración y/ en la Perspectivas de guerra civil, sin obviar su posterior Ensayos sobre las discordias; y creo recordar, que en el primero de los libros nombrados pone el ejemplo de una barca a la que no dejan subir a quienes están en trance de ahogarse, al arrogarse quienes están en ella la propiedad, cuando es claro que acaban de subirse a ella; las identidades impolutas son un invento del fascismo y de sus rostros actuales, ya que las raíces son propiedad de las plantas, no de los seres humanos a pesar de aquello que aseverase Johann Peter Hebel: «somos plantas -nos guste o admitirlo- que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el éter y dar fruto»; homo sapiens que fue el único que sobrevivió por su carácter de homo migrans. Quienes llegan son considerados como seres sobrantes, pillados, atrapados anónimos, encerrados en un infame y revitalizado universo concentracionario en el que solo consta un número de matrícula, o papeles provisionales, figura del homo sacer, analizado por Giorgio Agamben, siempre a disposición, sobre su vida y su muerte, del soberano de turno, y el estado de excepción convertido en algo habitual, a lo que han de añadirse la aplicación de la biopolítica pensada por Michel Foucault, como barreras, muro que mantenga indemnes a los locales frente al posible contagio del exterior.  

En el libro asoman Paul Celan y sus versos del humo y la ceniza, Jacques Derrida y sus criterios con respecto a la hospitalidad, Hannah Arendt y sus reflexiones sobre los parias de cuya condición ella también formó parte, poniendo fecha de nacimiento de la colonización dentro de los límites de la propia Europa, y trazando una genealogía que concluyó con la práctica anulación del derecho de asilo, palabras que aun siendo escritas en 1930, resultan aplicables al hoy; Marx y Engels y el inicio de su Manifiesto, el fantasma que recorre Europa…que sirve de inspiración a Niki Giannari que desvía la mirada de la continuación de la frase, el comunismo, para trasladarla, influenciada por la cercanía de la sangrante realidad y la lectura del derridiano Espectros de Marx, a las cuestiones éticas y políticas relacionadas con el temor a los que llegan, esos espectros, y a que puedan convertirse en nuestros conciudadanos; «cuando se nos aparece un espectro, es nuestra propia genealogía la que emerge a la luz, controvertida y en debate. Un espectro sería entonces nuestro “extranjero familiar”. Su aparición es siempre reaparición…ancestral», y si regresa es para reabrir nuestra, siempre persistente, herida genealógica. Leo los versos del poeta, también griego, Georges Séféris: «Su alma/ Cuando quieres conocerla Es en una alma/ Que es preciso mirarla/ El enemigo y el extranjero, / Los hemos visto en el espejo».

Seres cuyo único deseo es pasar, ese es su delito, y que quedan atrapados en un ni para adelante ni para atrás; esa es la acogida que les otorga Europa; ya decía Hannah Arendt que «nadie quiere enterarse de que la historia contemporánea engendró un nuevo tipo de seres humanos -los que han sido enviados a los campos de concentración por sus enemigos y a los campos de internamiento por sus amigos».

Y los versos, cual verdades como puños, de Niki Ginnari guían a Didi-Huberman, impulsan las reflexiones sobre la suerte, mala realmente, de aquellos que están todavía en movimiento, actitud de la que los sedentarios occidentales tenemos mucho que aprender…Decía Emmanuel Lévinas, en su Totalidad e Infinito, que «abordar a Otro en el discurso es acoger su expresión en la que desborda en todo momento la idea que de él pudiera llevar consigo un pensamiento. Es, pues, recibir de Otro más allá de la capacidad del Yo…».

Unos espectros recorren Europa

(Carta de Idomeni, fragmento)

Tenías razón.

Los hombres olvidarán estos trenes

como olvidaron aquellos otros.

Pero la ceniza

recuerda.

Aquí, en el parque cerrado de Occidente,

las naciones sombrías amurallan sus campos

de tanto confundir al perseguidor y al perseguido.

Hoy, una vez más

no puedes quedarte en ninguna parte,

no puedes ir hacia adelante

ni hacia atrás.

Estás inmovilizado.

A nuestros perseguidores, se dice,

los encontramos delante de nosotros

en las ciudades que habíamos dejado,

en las ciudades que buscamos,

y en las otras, que habíamos soñado.

Algunos eran de los nuestros.

Y otros, despreocupados,

miraban la guerra, el mar y los muertos

en los escaparates.

¿Cómo parte alguien?

¿Por qué se va? ¿Hacia dónde?

Con un deseo

que nada puede vencer,

ni el exilio, ni el encierro, ni la muerte.

Huérfanos, agotados,

con hambre, con sed,

desobedientes y obstinados,

seculares y sagrados,

llegaron

deshaciendo las naciones y las burocracias.

Se posan aquí,

esperan y no piden nada,

solo pasar.

De cuando en cuando, giran la cabeza hacia

nosotros,

con un reclamo incomprensible,

absoluto, hermético.

Figuras insistentes de nuestra genealogía olvidada,

abandonada, nadie sabe dónde y cuándo.

En este vasto tiempo de la espera,

enterramos sus muertos de prisa.

Algunos les iluminan un pasaje en la noche,

otros les gritan que se vayan

y escupen sobre ellos y los patean,

otros incluso los apuntan y se apuran

a echar llaves a sus casas.

Pero ellos continúan, sumisos,

en las calles de esta Europa necrosada,

que “sin cesar amontona ruina sobre ruina”

mientras la gente observa el espectáculo

desde los cafés o los museos,

las universidades o los parlamentos.

Y sin embargo,

en esos pequeños pies llenos de barro, carnalmente

yace el deseo que sobrevive

a cada naufragio

-un deseo que, nosotros, nosotros perdimos hace

mucho

tiempo-

el deseo político.

Quise encontrar una piedra en la que apoyarme, dice,

y llorar, pero no había piedra.

Porbou, 26 de septiembre de 1940.

El día en el que se cierra la frontera,

Walter Benjamin se da la muerte.

¿Si llegas un día antes, o un día después?

Porque nadie llega a la frontera

un día antes o un día después.

Llegamos en el Ahora.

En un trozo de barro,

que me lleven con ellos,

ellos que saben estar

todavía en movimiento

O, al menos, que yo pueda caer, resbalar,

tenderme en la tierra a ras de las camomilas,

para que vengan los niños

a posar sus pies tiernos, a ensuciarme,

y reír con todo su corazón sobre mi vientre,

mientras dure esta guerra civil,

mientras la tierra sea extranjera.

Se corta la tierra

Franjas profundas de los muertos exactamente al lado

de las líneas de fronteras.

Tengo vergüenza delante de los niños,

que, obstinados, se entregan conmovidos a la vida.

Tengo vergüenza frente a esas mujeres.

Tengo vergüenza ante esos hombres que se apresuran para ser

como nosotros, en Alemania.

Aun cuando terminen por ser como nosotros,

tranquilos, dependientes y poco a poco privados de su alma,

hasta olvidar lo que son

y de dónde vienen,

siempre estará esta noche

en la que cantaron alrededor del fuego.

¿Hay esperanza todavía?

¿Todavía tenemos tiempo?

Cuando los miro sin verlos,

me vuelvo invisible también para mí mismo

y me disuelvo sin memoria,

sin historia,

sin aliento, en esos ojos que oscurecen el viento.

¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Adónde van?

Parece que estuvieran aquí desde siempre.

Se esconden

y, cuando desaparece el daño,

reaparecen

como el cumplimiento de una profecía

casi olvidada de la mirada.

Comprendo, mientras pasan los días,

que no quieren llegar a ninguna parte, solo atravesar una y otra vez la historia,

como contraventores, e indisciplinados,

elegidos, y tan animados

que son capaces de partir y volver

al corazón de este hospicio inhóspito

en el que se ha convertidosEuropa,

en ese territorio

no habitado por los pueblos.

Mientras las horas pasan,

en ese intervalo lleno de barro,

en esas terribles alambradas,

comprendo que ellos ya han pasado.

Apátridas, sin hogar.

Están allí.

Y nos acogen

generosamente

en su mirada fugitiva,

a nosotros, los ingratos, los ciegos.

Pasan y no piensan.

Los muertos que hemos olvidado,

los compromisos que asumimos

y las promesas,

las ideas que amamos,

las revoluciones que hicimos,

los sacramentos que negamos,

todo volvió con ellos.

Por donde mires en las calles,

o las avenidas de Occidente,

ellos marchan: esa procesión sagrada

nos mira y nos atraviesa

Ahora, silencio.

Que todo se detenga.

Pasan. 






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