Botonera

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18.2.22

IV. "LA BRUJA. UNA FIGURA FASCINANTE. ANÁLISIS DE SUS REPRESENTACIONES EN LA HISTORIA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEOS", Monserrat Hormigos Vaquero / Carlos A. Cuéllar Alejandro (coords.), Valencia: Shangrila 2022




LA BRUJA: UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

CARLOS A. CUÉLLAR ALEJANDRO


La bruja como mito (2020), Carlos A. Cuéllar Alejandro



La bruja es un arquetipo que, como concepto, presenta serias dificultades si se quiere encontrar un correlato en la realidad cotidiana pretérita o actual. Una bruja es una entidad (real o ficticia) muy diferente según la perspectiva histórica, cultural y religiosa de quien la nombra, designa, define o recrea. Lo mismo cabe decir del brujo. Intentar establecer un estado de la cuestión sobre los estudios en torno a la brujería encuentra tres grandes obstáculos íntimamente relacionados y difíciles de resolver, tanto que lo más sensato es aprender a vivir con ellos, aceptar su existencia y tenerlos en cuenta a la hora de tener el descaro de hacer cualquier tipo de afirmación al respecto.

El primero de ellos es la enorme variedad de perspectivas ideológicas desde la que han partido los profesionales de la historia: desde aquellas que aceptan la realidad histórica de la brujería y la demonizan por considerarla una herejía que rinde culto al Diablo; hasta aquellas otras que afirman que la brujería nunca ha existido y que es un mito creado por el patriarcado y, muy especialmente, por las instituciones culturales judeocristianas; pasando por una tercera vía que define la brujería como religión pagana recuperada por praxis tan artificiosas (y a veces artificiales) como la Wicca. Junto a estas posturas generales que han ofrecido ramificaciones con matices muy interesantes, se sitúan muchas otras, igualmente razonables e igualmente discutibles. La Historia como disciplina académica, al fin y al cabo, nunca ha sido la Historia como realidad vivida. Así, toda Historia es, quiéralo o no, un discurso que intenta dar por verdaderas una serie de hipótesis o de interpretaciones determinadas por la subjetividad del historiador o la historiadora. Luchar por la objetividad histórica es una utopía, esperarla es una ingenuidad, afirmarla es una mentira. Con un tema como la brujería el problema se agudiza todavía más pues en ella pesan mucho las inclinaciones políticas y religiosas. Y es que no hay discurso inocente, y mucho menos los emitidos desde la historiografía. Si hablamos, en cambio, desde la Antropología, el gran peligro por su parte es extrapolar al pasado o a culturas diferentes, datos e interpretaciones obtenidas en el estudio de comunidades actuales específicas.

La segunda dificultad es mayor si cabe: cómo definir el concepto de estudio. Si la Magia (por pensar en un fenómeno muy próximo al que abordamos) ha generado definiciones muy exactas, distintas, pero perfectamente complementarias (1), no ocurre lo mismo con la brujería. A lo largo de mis lecturas e investigaciones no he conseguido encontrar una definición que fuese lo suficientemente rigurosa como para aceptarla desde un punto de vista académico y universal. Las disponibles son válidas solo para el grupo de acólitos que comparten la ideología de la persona que ofrece dicha definición. Hablo, por supuesto, de las definiciones que han pretendido ser específicas. Las que no lo son resultan demasiado vagas, demasiado generales, tanto que confunden sus límites con los de otros conceptos como Magia, Religión, incluso Ciencia. ¿Qué es la Brujería? El concepto dificulta todavía más su comprensión si nos atenemos a los diferentes términos que en distintas lenguas parecen aludirlo. ¿En inglés significan lo mismo sorcery y wizardy? En español ¿brujería y hechicería hacen referencia a la misma práctica? Además, el poder cultural y político de los diferentes cristianismos (tanto el papista como los protestantes, excluyo en parte al ortodoxo) en los países occidentales y en sus colonias forzó la comunión en un mismo campo semántico de la brujería, la hechicería, la magia, el chamanismo, el satanismo y los cultos paganos en general. Así, hace ya medio siglo que numerosos especialistas nos avisaron del peligro de estar usando un mismo término para designar fenómenos muy diferentes según la sociedad de la que se esté hablando. (2) Conviene aclarar que, aunque muy extendida, la creencia en la brujería no es ni ha sido universal. Culturas como la del Egipto Antiguo tenían la Magia tan integrada en su vida cotidiana y en su cosmovisión que no distinguían entre Magia y Religión, ni concebían la Brujería porque tampoco distinguían entre Magia Blanca y Magia Negra. En estas culturas donde la Magia es o ha sido moralmente neutra, su uso con fines malévolos se asociaba a los traidores o a los enemigos extranjeros que la utilizaban para perjudicar a la comunidad, del mismo modo que hubiesen podido utilizar cualquier otro medio o instrumento, el espionaje o la lucha armada por ejemplo.

1. Pienso en definiciones tan acertadas como diferentes de especialistas como Francis Barrett,  Eliphas Lévi, Papus, Aleister Crowley y Cecil Williamson, por citar ejemplos célebres y rigurosos en sus respectivos campos.

2. Remito, por ejemplo, a BEIDELMAN, T. O., “Towards More Open Theoretical Interpretations”, en DOUGLAS, Mary (ed.), Witchcraft Confessions and Accusations, London: Routledge Library Editions, 1970.

El tercer y último problema deriva en realidad del anterior. Desde nuestra miopía cultural de raíz nacionalista, creemos, al hablar o escribir en castellano, que el término “bruja” es homologable a los usados en otras lenguas, otros países, otros continentes, otras culturas. Pero es probable, en cambio, que los términos designen oficios o naturalezas distintas. El castellano “Bruja” puede encontrar cierto consenso en la Península Ibérica, donde existen vocablos anteriores como “Bruxa” (en gallego y portugués), “Broxa” (aragonés) o “Bruixa” (catalán), lo que parece demostrar un origen prerromano. En cambio, “bruja” no ofrece ningún vínculo idiomático aparente con otras lenguas modernas como el francés (Sorcière) (3), el inglés (Witch, Sorceress) (4), el italiano (Strega) o el alemán (Hexe). Tampoco podemos inferir una conexión con la terminología antigua donde, según las culturas y matices, funcionaron vocablos como “Alruna”, “Strix”, “Venefica”, “Malefica”, “Stiria”, “Masca”, etc. Pero es que, además, en la propia Península Ibérica se han empleado otros términos como “Sorguñ” (en euskera) o, en el caso gallego, de nuevo: “Meiga”, “Baralleira”, “Vedoira”, Feiticeira” y “Menciñeira”. Desde la perspectiva occidental colonialista cristiana, la Mambo (sacerdotisa del culto Vudú haitiano) era considerada una hechicera. ¿Lo era también la chamana? ¿Qué diferencia fundamental hay entre una chamana (5) y una bruja? ¿Qué distingue a estas figuras de las mujeres ordenadas en el sacerdocio de la Iglesia Anglicana? Muchas son las preguntas que podrían derivarse de las definiciones e indefiniciones del arquetipo. Así pues ¿de qué hablamos cuando hablamos de bruja? ¿En qué medida podemos tener garantías –cuando estudiamos culturas ajenas a la nuestra, cuando leemos en su lengua original textos escritos en otros idiomas o en otras épocas, cuando leemos traducciones a nuestro idioma de textos escritos en otras lenguas– de que estamos designando al mismo tipo de persona, que estamos estudiando el mismo fenómeno?

3. Sorcière deriva del latín sors (suerte o destino) y sortarius (sortílego, echador de suertes).

4. En realidad, Witch no especifica género alguno, muchos especialistas usan el término para designar tanto a hombres como a mujeres. A veces se prefiere concretar con vocablos compuestos como Witch-man, Witch-woman o Witch-maid. También existen términos como Wizard y Warlock que se refieren específicamente al sexo masculino. El inglés, como muchos otros idiomas, usa otros vocablos equivalentes, sinónimos o similares, con matices diferenciadores como Sorcerer (Sorceress, si es mujer) o Necromancer.

5. El chamanismo abre otro campo afín e inabarcable en este capítulo, donde tampoco hay consenso y sobre el que recomiendo la lectura del clásico estudio de Mircea Eliade Le chamanisme et les techniques archaïques de l’extase (1968), del polémico libro de Carlos Castaneda Las enseñanzas de Don Juan (1968), así como del estudio de Josep Mª Fericgla titualdo Los chamanismos a revisión. De la vía del éxtasis a Internet (2000).

La brujería es una cuestión de perspectiva, es lo único que tengo claro. En este sentido, y por partir de algún tipo de supuesto, aceptaré inicialmente como válida la definición que Wolfgang Behringer dio de la brujería por ser esta la más lógica desde el punto de vista de la Historia como disciplina académica. Así, brujería es “... a generic term for all kinds of evil magic and sorcery, as perceived by contemporaries”. (6)

6. BEHRINGER, Wolfgang, Witches and Witch-hunts: A Global History, Cambridge: Polity Press, 2004, p.4.

Aclarada la problemática desde la que partimos ¿cómo explicar el estado de una cuestión cuya propia definición está lejos de recibir consenso entre historiadores, analistas e, incluso, practicantes? Un estado de la cuestión mínimamente detallado y riguroso exigiría cientos (quizá miles) de páginas, especialmente en el tema de la brujería que, como bien afirma James S. Amelang, “...es una de las áreas que ha experimentado cambios conceptuales y metodológicos más significativos”. (7)

7. AMELANG, James S., “Invitación al Aquelarre: ¿Hacia dónde va la Historia de la Brujería?”, Edad de Oro, XXVII, Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2008, p.29.

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