"Escribo porque no lo puedo remediar".
Entrevista a Ana Mareny a propósito de su libro
Transiciones. Historias cortas de la breve vida,
publicada en la revista digital Valencia City. Por Rafa Marí.
Ana Mareny
Precisamente "El poder de lo irremediable" se titula uno de los relatos más emocionantes y atípicos de los que componen la irrupción en el panorama literario de Ana Mareny con un libro, Transiciones (Historias cortas de la breve vida) –publicado por la valenciana Shangrila Ediciones dentro de su colección Desiderata–, tan cautivador, contundente y redondo que uno se queda sin términos de comparación. En ese breve relato, escrito en un tono apremiante, desbordante, poético, puede asomarse el lector a algunas de las claves de la personalidad de su singular autora: Nada afuera, todo contenido en nosotros, siento que mis pies giran… Y también: Y no renuncio a la caricia de nuestros zapatos que quieren derretirse para no interponerse entre los dos… Y también: Inocentes de creer que el tiempo para y la magia espera… Y también…
Llegar aquí no ha sido fácil. Quiero decir llegar a esta terraza de sombrillas naranja donde la espero, con el recuerdo fresco de su voz sensual al teléfono y su risa franca, sin pizca de afectación, al proponerle esta entrevista: No sé… No estoy muy por la labor… No tengo mucho interés en perder tiempo ahí porque tengo muchas ganas de escribir y hacer cosas que me gustan, y (con un mohín de niña en la voz; ¿tienen mohínes las voces?) eso no me gusta. Es que creo que quieres que haga algo que no soy yo. No soy partidaria de hacer eso, de desmenuzar la magia. Porque no soy una teórica de esas cosas. Quiero huir de decir cosas “esotéricas”, como por ejemplo que las historias vienen a mí, que no me tengo que preocupar de eso de la inspiración porque me sobra inspiración, lo que no tengo es tiempo para materializarla. (Risa divertida). Inspiración tengo por todos los poros de mi cuerpo, estoy inspirada prácticamente las veinticuatro horas del día, soy una masa de inspiración… Todas esas cosas no quiero decirlas porque no quiero pecar de tipa esotérica o que me lo creo, porque tampoco es verdad, ni soy una esotérica ni me lo creo. No soy una persona que daría un curso de cómo se escribe. Yo escribo, y lo que me apetece es escribir y poco más.
Llega ondulando, espantando el invierno. Todo en ella es ondulante y cálido: la melena leonada inmune al cepillado, el flequillo juguetón, el venir y venir de caderas, el paso firme y felino, el aleteo de la mano al saludar, la amplia sonrisa… Y esos ojos, unos hermosos ojos chispeantes de mirada intensa y traviesa. Uno entiende que escriba lo que escribe solo con mirarla a esos ojos que, como quien no quiere la cosa, se te meten dentro, revuelven todos los cajones con gozo infantil y desempolvan el alma mientras le dan ese masaje que tanto andaba necesitando.
—¿Cuál es su fuente de inspiración?
—Es que a mí me inspira todo, salvo la palabra inspiración. (Risa). Escribo porque no lo puedo remediar. Sé –porque me lo han dicho– que hay personas a las que les engancha leerme. Les engancha. Sé –porque me lo han dicho– que lo que les llama la atención es de dónde saco esas ideas, o en qué se basan. Que es el tema de la dichosa inspiración. ¿De dónde las saco? (Pausa). Para empezar, vienen solas a mi cabeza. (Pausa). Me inspira atrapar con delicadeza momentos fugaces que son la materia de la existencia. La emoción. Una instantánea. Me inspira respirar. Vivir. En definitiva es cuestión de sensibilidad. De observación y sensibilidad.
—La elección del relato como forma de expresión ¿es fortuita o deliberada?
—Escribo relatos porque son historias completas y no están terminadas, como en la vida real. Escribo relatos porque las historias de la vida no son largas ni cortas, no tienen extensión. Su dimensión es la intensidad. Escribir relatos aporta una variedad al libro que la novela no suele permitir. Cada relato llega con su propia voz y pide una forma de escritura. Cada uno es como es.
—¿Hasta qué punto le preocupa y trabaja la elaboración del estilo?
—Es que yo no hago eso de “preocuparme y trabajar la elaboración del estilo”. No sé qué es. ¿Qué es el estilo literario?
—Bueno, digamos que normalmente se parte de una idea a la que se va dando forma, y me gustaría que explicara cuál es su proceso concreto…
—Mira, una vez trabajé en una película y a veces, por la noche, iba a ver el montaje. Lo único que conseguí fue que se me fuera la magia del cine. Se me fue. Luego ya se me olvidó y ya está, pero durante una temporada larguísima fue una intromisión en mi cerebro para ver a gusto una película. El estar desmenuzando mi cabeza intentando ver de dónde saco las cosas me hace daño. Porque digamos que yo he respetado mucho mi cabeza, no la he estado castigando preguntándole y dándole vueltas para contarle a alguien… ¿Cómo se cuenta cuando alguien es un buen pizzero? Cuando ves cómo amasan la masa, que es un gran bolo gigantesco que parece el torso de una persona, donde hunden los brazos una y otra vez hasta que hacen las pelotitas más pequeñas que luego serán cada pizza, me he dado cuenta de lo diferentes que son amasando, de lo diferentes que son mimando la pizza, de cómo utilizan la musculatura, de cómo… Tú imagínate que lo paras mientras hace eso y le dices: “¿Me puede usted descifrar y explicar exactamente cómo amasa usted su masa?”. Es que… Un amigo me vio escribir un relato en su casa, "Provisionalmente". Mientras él hacía no sé qué, yo cogí mi portátil… ¿Te imaginas que se hubiera plantado allí y me hubiera dicho: “Me puedes decir cómo has hecho esto”? O que, cuando estuviera acabándolo o a mitad, me preguntara: “¿Cómo estás haciendo esto?” Se me hubiera cortado la inspiración de golpe y además no hubiera podido explicarle cómo lo estaba haciendo, porque es algo automático, que va en tus dedos, en la presión sobre cada tecla, que va en tu vida, en tu experiencia… Que va más allá de tu experiencia, en algo que no sabes explicar… Claro, pero si te hacen una pregunta y lo que dices es “Mire, es que yo no sé explicarle”… Pues entonces no juegues a las preguntas.
Al final, ¿sabes qué?: el problema es que, digas lo que digas, destrozas la magia. No tiene sentido.
—Como lectora, ¿cuáles son sus autores preferidos?
—Soy una lectora insaciable, he leído tanto… Últimamente me decanto por el relato: E. L. Doctorow, Lucia Berlin, Donald Ray Pollock, Raymond Carver, Alice Munro, Kjell Askildsen, Charles Bukowski, Roald Dahl, Flannery O’Connor, Quim Monzó… y tantos otros.
—¿La literatura y el arte en general iluminan lo oculto?
—El arte ilumina espacios que están obscuros y da sombra a la iluminación plana: el arte crea relieve y revela. La creatividad artística libera. El arte no ilumina necesariamente lo oculto, el misterio también está en el arte y forma parte de él.
—En cuanto a la temática de su libro, aparte del motivo unificador de la vida como transición permanente, yo diría que le interesa especialmente lo que se oculta bajo las apariencias.
—Me interesa lo que hay detrás de lo aparente, que para mí es tan evidente como la apariencia misma. Para mí, una fuente de inspiración –que está en "Marketing relacional" por ejemplo– es cuando la protagonista mira las luces de las ventanas del edificio de enfrente; eso es una constante en mi vida, mirar luces en las ventanas y ver vidas detrás, pero no sé cómo explicarlo. Que observo… Es que la palabra no sería observo. Que todos mis sentidos siempre están en marcha. Que soy como una máquina, tengo todos los sentidos en marcha, y me puede inspirar cualquier cosa que entre por los sentidos. Un olor puede transmitirme toda una historia. Puedo estar con los ojos cerrados y sentir un aroma a mi alrededor, y se dispara una historia, que además son las mejores, son las que me salen solas, las que se disparan. Se disparan en mi interior a través de uno de mis sentidos o de varios, no sabría cómo explicarlo… Es que yo creo que estas preguntas sobran, porque cuando tú lees a un escritor y te gusta, tú sabes en qué se inspira. Es que lo sabes, no tienes ni que preguntárselo. Pero si alguien lee "Terrazas contiguas" y me dice “Ay, pobre chica, era una planta”, pues… ¿qué quieres que haga?
Un buen relato, al final, es aquel que, cuando acaba, se convierte en algo personal para el lector. Lo hace suyo y hace con él lo que quiere. Por ejemplo, ella era una planta. No es un fracaso del relato. Creo que es todo lo contrario, es la suerte que tiene ese relato, que alguien se lo quede y diga “Ay, pobre, era una planta”. Porque hay relatos que ni se te quedan. No sabes lo que eran. “He estado cinco minutos recorriendo letras”.
—Tengo entendido que esta ha sido la primera entrevista que concede. ¿Cómo se ha sentido?
—Me cuesta más hacer esto que escribir un relato. Y encima tenía en todo momento la sensación de que se me quedaba guardado lo más importante… y que me lo quería guardar.
Se marcha sin irse, como sus historias, esas historias que se quedan obstinada, irremediablemente, en el retrogusto y el hipotálamo y otras entretelas no tan confesables.
Y uno entiende de golpe los riesgos insospechados de este oficio de escudriñador en mentes ajenas, la posibilidad de acabar tragado por el espacio entre dos parpadeos hasta ser nada, una vez desmontada la intrascendencia de los guiones preconcebidos y las preguntas previsibles, la futilidad del oficio de medir, pesar y cuantificar lo intangible. Uno entiende, en fin, que la vida no iba de eso.
Recuerda entonces aquellos versos largo tiempo olvidados:
y más, mucho más
que este revuelto recuento, mucho más que cualquier otro descolorido inventario
(las pobres palabras sudan y se asustan, se avergüenzan, palidecen y se excusan ante ti:
pones en evidencia su insuficiencia) descubrí en un descuido
al buscarme detrás de tu flequillo.
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