Botonera

--------------------------------------------------------------

16.5.23

VII. "UNA VUELTA MÁS", REVISTA SHANGRILA Nº 42-43, Valencia: Shangrila, 2023.




CRÍMENES DEL FUTURO, DE DAVID CRONENBERG:
UNA ANTROPOLOGÍA DEL PORVENIR
[Fragmento inicial]

Faustino Sánchez



Crímenes del futuro




El borde de las cosas, el lugar donde cambian de nombre, el espacio entre dos universos, la frontera, el límite. Si la misión del arte está en la exploración y la búsqueda de límites, el cine de David Cronenberg ha estado, desde sus inicios, comprometido con el arte hasta sus últimas consecuencias. A modo de genealogía de su obra, se puede trazar una línea que recoja las herencias modernas del S. XX y los artefactos diseñados por la posmodernidad para impulsarse más allá del S. XXI, en una tarea que busca imaginar el futuro del ser humano para revelar lo que somos.

Crímenes del futuro (Crimes of the future, 2022) es una película que recoge desde distintas dimensiones el conjunto de ideas del cineasta canadiense para llevarlas más lejos que nunca y para iluminar hipótesis espeluznantes cuya naturaleza terrorífica se pone en cuestión a través de la propia obra. No por casualidad, la película es una obra artística que reflexiona sobre el arte como elemento indisoluble de la vida o la política.


¿Dónde estamos?

Aunque siempre fue algo latente, nunca hasta esta película había puesto sobre la mesa David Cronenberg una equiparación tan clara entre vida, arte y política. Si miramos el conjunto desde lejos, las principales ideas, donde se fusionan filosofía y política, pueden resumirse en una dicotomía entre la preservación y el evolucionismo. Se plantea una tensión entre cuánto podemos cambiar sin dejar de ser nosotros mismos o, aún más allá, si merece la pena o incluso es necesario modificar nuestras esencias. Puede parecer la típica dicotomía entre conservadurismo y progresismo, pero en unos términos muy diferentes a los actuales, donde el progresismo parece haberse convertido en una herramienta de resistencia ante un cambio forzado por quien desea ampliar sus privilegios; es decir, un progresismo que busca preservar la esencia de un mundo cuya inercia de cambio atada a las necesidades de las élites impulsa una evolución hacia una nueva realidad. Y, en ese panorama, parece preguntarse Cronenberg, ¿qué es más inteligente, aferrarse a un pasado agónico, en descomposición, o buscar nuevas formas de ser, de vehicularnos y relacionarnos con el mundo?

En el mundo de Crímenes del futuro, el dolor ha desaparecido. No sabemos si por intervención directa de innovaciones científicas, medicamentos, ingeniería, o a través de una acción indirecta de estas cosas, que poco a poco han cambiado la naturaleza del ser humano hasta hacerlo inmune (o casi inmune) al dolor. Parece que esta desaparición no es total, y mientras algunos personajes alertan acerca de su peligro, asociado a que dejamos de tener en nuestro cuerpo la alarma de que algo va mal, otros anhelan poder sentir el dolor. ¿Llevó la desaparición del dolor a la anhedonia? Así como el silencio solo tiene sentido si existe el sonido, ¿el placer solo existe si hay dolor? ¿La desaparición del dolor implica la desaparición de la sensibilidad física? ¿Provoca también la aparición o relanzamiento de nuevas formas artísticas, nuevas maneras de entender nuestro entorno y comunicarnos con él?

Lo que es seguro, y se muestra claramente en la película, es que ese mundo sin dolor ha modificado los límites y los umbrales. Si la sensibilidad de nuestra audición se debilita, necesitamos muchos más decibelios para oír lo mismo que escuchábamos antes. ¿El peaje para eliminar el dolor es acabar con la sensibilidad del tacto, es decir, acabar con el cuerpo? Esta nueva condición acaba con los clásicos placeres de la carne (“el sexo a la antigua”, se llega a decir), por lo que es necesario buscar maneras más extremas de sentir, lo que conduce a otro de los eslóganes de la película: “la cirugía es el nuevo sexo”. En un mundo sin dolor, el placer del cuerpo es el límite de aquello que está entre el ser y el no ser, en el abismo de su propia destrucción. Los viejos tabúes se rompen eliminando esta condición de contorno.

Por otro lado, sí hay algunas personas que todavía experimentan dolor, y son aquellas, consideradas artistas, cuyos cuerpos generan tumores que se reconducen, nadie sabe si por voluntad de la persona o de forma independiente a ella, hacia la generación de nuevos órganos. Y en cualquier caso se abre otra pregunta que tiene que ver con la naturaleza del arte: ¿es imprescindible la voluntariedad y dirección de la creación para que algo pueda considerarse artístico? ¿Tiene sentido seguir hablando de arte en el sentido de sus definiciones clásicas en un mundo tan distinto como este? El protagonista de la película, Saul Tenser (Viggo Mortensen), es una de estas personas (enfermo-mutante-artista), y parece canalizar su creatividad en esa generación de nuevos órganos que, además, lleva implícito dolor y sufrimiento, vistos casi como un privilegio. Posteriormente, junto con su pareja artística Caprice (Lea Sydoux), realizan performances artísticas en las que se extirpan dichos órganos. Como reza uno de los eslóganes de la película, que se proyecta en las propias performances de los protagonistas, “body is reality”. En un mundo donde la representación y el simulacro se han vuelto hegemónicos, haciendo desaparecer las texturas de lo real, el cuerpo y la realidad parecen ser lo único importante. La frontera entre lo privado y lo público no existe desde que las viejas redes sociales acabaron con ellas. Lo importante es el cuerpo, la realidad. Todo lo demás parecen ser ruinas de un mundo abandonado. El acto de la performance es la extirpación quirúrgica, que se consagra como un rito sagrado; a su termino los momentos cumbre se repiten una y otra vez en las viejas pantallas de tubo que conforman la escueta decoración del escenario y entre las que los asistentes departen e interactúan en lo que parece una tranquila celebración del éxito. El cigarro después del orgasmo.

El mundo futurista que plantea Cronenberg, que no deja de ser una ampliación y prolongación de los apéndices que en la actualidad van apoderándose de la realidad, es un mundo en el que la ciencia y la tecnología, a diferencia de lo que parece actualmente, no han cambiado el contexto, sino la esencia del ser humano. Y cuando muta la esencia el contexto se degrada a velocidad de vértigo, porque la escala de prioridades varía, lo importante se convierte en accesorio y aquello en lo que antes nadie se fijaba se convierte en la gran aspiración de la humanidad.


[...]




Seguir leyendo el texto en