CEMENTERIOS COMO ESPACIOS REALES E IMAGINADOS EN HELDENFRIEDHOF, DE THOMAS HARLAN (53)
[Fragmento inicial]
Ana R. Calero Varela
(Universitat de València)
Hubo veinte millones de muertos, diez millones de soldados. Diez millones suponen unas fosas muy grandes. Suponen cementerios hasta perderse la vista, vastísimos cementerios muy hermosos donde las tumbas son similares. Se requieren diez millones de muertos, tal vez, para que todas las tumbas se parezcan. Cuarenta y siete mil ciento ochenta y tres piernas alemanas se perdieron. Veintiún mil ciento cuarenta y nueve brazos.
Éric Vuillard (2019, 165)
[…] la ralentización del horror ha desplazado el final hacia el infinito […].
Thomas Harlan (2006, 494)
En 2006 el escritor Thomas Harlan publicó su novela Heldenfriedhof (Cementerio de héroes), que ponía en relación la acción de los perpetradores de la Aktion Reinhard –nombre en clave del plan secreto de los nazis para exterminar a los judíos polacos– con los cementerios colectivos en los que se enterró a los caídos en la II Guerra Mundial. No se trataba de un problema novedoso, sino de una cuestión que había aparecido en diferentes debates de las últimas décadas y que pivotaba en torno a un dilema esencial: ¿qué lugar dar a los perpetradores de los crímenes nazis en los cementerios colectivos pensados como lugar de homenaje y conmemoración?
53. El presente texto ha sido concebido en el marco del proyecto «De espacios de perpetración a lugares de memoria. Formas de representación» (PROMETEO/2020/059), Generalitat Valenciana.
Esa pregunta atraviesa de parte a parte la novela de Harlan, que da forma literaria al conflicto generado por ella. Para analizar el modo en que lo hace dividiremos el capítulo en cuatro pasos. En primer lugar, nos detendremos en la naturaleza de los Totenburgen (lugares de enterramiento colectivo) de la II Guerra Mundial y en la conflictiva historia de la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra (VDK). En segundo lugar, expondremos el modo en que la novela de Harlan incorpora elementos de esa historia y los integra en una determinada estética literaria. En tercer y cuarto lugar, nos centraremos en la forma en que la novela representa directamente dos de estos cementerios, que son sitios reales que pueden visitarse pero que a la vez se transforman en lugares imaginados gracias a las capas de ficción que inserta el autor. Se trata del cementerio de Villa Opicina, donde se descubren 14 cadáveres, en diferentes posturas, de antiguos miembros de la Aktion R y el de Oberrad, en Fráncfort del Meno, lugar en el que fue enterrado (en la novela) Fritz Bauer, el fiscal general del Estado cazador de nazis de la posguerra. Son muchas y variadas las estrategias narrativas de las que se sirve Harlan para hablar en la literatura de una historia oscura, que hunde sus raíces en el pasado y que se despliega hasta la actualidad, pues el debate en torno a los perpetradores del nazismo sigue estando muy vivo en la sociedad alemana actual.
1. Totenburgen y la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge)
Buena parte de los soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial en Alemania descansan en lugares de enterramiento colectivo denominados Totenburgen, cementerios diseñados arquitectónicamente como fortalezas. Al observar su distribución, es evidente que se busca en ellos de forma consciente la pérdida de la individualidad de los difuntos, que queda neutralizada en el espacio por la masa de muertos, algo contrario a la norma establecida al finalizar la Primera Guerra Mundial de asegurar el descanso eterno de los caídos con una tumba individual (Böttcher 2017). Robert Tischler (1885-1959), arquitecto jefe de la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra (VDK) entre 1926 y 1959, comenzó a desarrollar este concepto a finales de los años 20 del siglo pasado (Mosse 1990). A través de estos monumentos funerarios y de su ideador queda patente la gran relevancia que tuvo el culto a los caídos durante la Primera Guerra Mundial en la Alemania de la República de Weimar y para el Nacionalsocialismo, además de dejar constancia de su continuidad una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. (54)
54. Tischler ejerció su profesión en tres sistemas políticos diferentes y siempre tuvo la oportunidad de hacer realidad sus diseños de cementerios, como por ejemplo Langenmark y Lommel en Bélgica, o bien Meran y Costermano en Italia. Encontramos entre sus Totenburgen inauguradas antes de 1945, Nazareth en Israel (1935), Tolmin en Eslovenia o Quero en Italia (1939). Después de 1945, se inauguraron Totenburgen en Libia en 1955 (Tobruk), en Egipto y en Italia en 1959 (El Almein y Pordoi-Pass) (Kirchmeier 2001).
George L. Mosse (1990, 106) estableció el vínculo existente entre el culto a los muertos de la Primera Guerra Mundial, central en el Mito de la Experiencia de la Guerra, y el auge del nacionalismo en un país como Alemania, que condujo directamente a la Segunda Guerra Mundial. Se buscaba dar sentido a la derrota sufrida en 1918 y a los millones de muertos, que fueron instrumentalizados por la derecha política y sirvieron de pantalla de proyección de una ideología nacionalista. Los cementerios militares se convirtieron en los símbolos por excelencia de dicha instrumentalización, junto con otros como los memoriales de guerra, los cenotafios, especialmente la tumba al soldado desconocido, o rituales como los dos minutos de silencio introducidos en Gran Bretaña o la lectura pública de los nombres de los caídos en Francia. Tras la Primera Guerra Mundial todas las naciones combatientes se vieron obligadas a enfrentarse a los mismos problemas de dar sepultura y recordar a los muertos de la guerra, y cada nación lo hizo de manera diferente (Prost 2011 y 2014; Calero Valera 2021). (55)
55. En general, fue después de la guerra cuando se establecieron comisiones dedicadas a la organización y al cuidado de las sepulturas de los caídos: en Gran Bretaña se creó en mayo de 1917 la Imperial War Graves Commission, transformada en 1918 en la Commonwealth War Graves Commission; en Francia se instauró la Commission nationale des sépultures militaires en noviembre de 1918; en Alemania, en 1919, el Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge, fundado a instancias privadas; en Italia, el Commissariato Generale per le Onoranze ai Caiduti in Guerra, creado en 1920 como parte del Ministerio de la Guerra.
La historia de la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge, VDK) (Böttcher 2014, 2017, 2018; Fuhrmeister 2001) comienza, pues, en 1919, y se presenta fuertemente relacionada con el Mito de la Experiencia de la Guerra tal como lo describe Mosse (1990, 211-212), que vivió su punto álgido en Alemania durante la República de Weimar y el Tercer Reich. El artículo 225 del Tratado de Versalles fijó el carácter transnacional de la última morada de los muertos de la Primera Guerra Mundial, por el que los gobiernos se comprometieron a respetar y mantener permanentemente las tumbas de los soldados caídos en los diferentes territorios de los países combatientes, y a reconocer y facilitar a las comisiones designadas para «identificar, registrar, conservar o construir monumentos adecuados en dichas sepulturas». (56) La VDK se convirtió en mediadora entre los organismos estatales en Alemania y en el extranjero y los supervivientes. Durante el Tercer Reich, los proyectos de cementerios se pusieron de forma solícita al servicio del culto nacionalsocialista al héroe. Hubo también una apropiación del Volkstrauertag (Día de duelo nacional), que introdujo la VDK en 1922, una celebración que encontró gran resonancia entre los nazis que le cambiaron el nombre por Heldengedenktag (Día de conmemoración de los héroes). También se encargaron de borrar el recuerdo de 12.000 soldados alemanes judíos caídos en la Primera Guerra Mundial (Lehar 2018, 133). El régimen nacionalsocialista absorbió a la comisión, quedando así clara su independencia formal del NSDAP durante el nazismo, un hecho clave para comprender que después de la Segunda Guerra Mundial la VDK pudiera recomponerse rápidamente y contar con el reconocimiento del gobierno británico en 1946 y del americano en 1947, movidos asimismo por la necesidad de recuperar a sus propios muertos y poder trasladarlos a sus países.
56. Tratado de Versalles.
La VDK fue encargada por el gobierno federal alemán para continuar con los cometidos ya establecidos después de la Gran Guerra. Entre ellos, facilitar el acceso de los familiares a sus muertos en la guerra. (57) El desarrollo de su labor entronca con la historia de la posguerra: mientras que apenas hubo trabas en la parte occidental, la Guerra Fría y la división de Alemania supusieron serios obstáculos. En la antigua RDA la comisión fue prohibida, y el acceso a los muertos caídos en la zona oriental y en los países del bloque soviético prácticamente no pudo realizarse hasta la caída del Muro. En la RFA, la difícil gestión de la herencia nacionalsocialista tuvo muchas repercusiones. Como explica Böttcher, después de la Segunda Guerra Mundial se aprecian diferencias en el tratamiento de los muertos de la guerra por parte de Alemania, donde el concepto se amplió a otros grupos de víctimas: las víctimas de la violencia nacionalsocialista, los muertos al huir o ser deportados, y los muertos de la frontera interior alemana. Todos ellos fueron considerados iguales hasta los años 60 del siglo XX y, por ende, estaban sujetos a la misma protección y atención del Estado.
57. Sobre los viajes organizados desde la comisión entre 1950 y 2010, véase Kolbe (2017).
La labor de la VDK no ha estado exenta de críticas, una constante que llega hasta nuestros días. Por ejemplo, en 2019, el partido de izquierdas Die Linke veía la conservación de las tumbas de los perpetradores como una «burla a las víctimas». La crítica se dirigía a la financiación con dinero público del mantenimiento de las tumbas de antiguos miembros de las SS y comandantes de campos de concentración, y señalaba que no debería concederse el derecho al descanso eterno a quienes cometieron atrocidades o crímenes de guerra durante la dictadura nacionalsocialista aunque perdieran la vida durante la guerra. La VDK se defendió aludiendo justamente al derecho al descanso eterno de los muertos de las guerras, que en Alemania supone un reto especial. Los cementerios de guerra y sus funciones habrían cambiado de lugares de duelo individual a lugares de advertencia y de aprendizaje:
[…] queremos hacer de los cementerios lugares de debate sobre la responsabilidad del pasado y del futuro. Precisamente el hecho de que a menudo reposen juntos soldados con criminales de guerra, civiles con prisioneros, víctimas con perpetradores –y que algunos fueron ambas cosas– hace patente la compleja y cruel dimensión de esta guerra (Bettendorf 2019[58]).
58. El subtítulo del artículo reza: “Alemania se ocupa de que las tumbas de criminales nazis se cuiden. Die Linke lo critica, la Comisión enfatiza la importancia para la reconciliación”.
[...]