TOPOFILIA CONCENTRACIONARIA. HUMANIZACIÓN ESPACIANTE EN LOS CCDyT DE LA DICTADURA CHILENA (161)
[Fragmento inicial]
José Santos Herceg
(UIDEA / USACH)
Según informa la Comisión Valech, habría habido al menos 1.153 Centros de Detención y Tortura (CCDyT) repartidos por Chile durante la dictadura militar (2004, 261). (162) En estos lugares se llevaron a cabo las peores atrocidades imaginables. No solo se trató de un encierro masivo de personas inocentes en condiciones miserables de hacinamiento y muy por debajo del más mínimo nivel de higiene, sino que allí la tortura fue extrema, masiva e indiscriminada. Ella se desplegó con una infinidad de atroces modalidades, en un alarde de creatividad macabra e insólita. Los CCDyT fueron, en su sentido más pleno, «lugares del horror». Noticias de ello tenemos fundamentalmente a través de los testimonios de aquellos que sobrevivieron. En estos relatos se da cuenta del funcionamiento y la actividad de las prisiones de forma directa, basándose en la propia experiencia de las víctimas. Son muchas las formas que adoptan estos testimonios (Pizarro, 2021). En el marco de este trabajo tendré a la vista fundamentalmente aquellos textos publicados en formato de libro, que son confeccionados tan solo con intención de dar testimonio, sin pretensiones literarias ni ficcionales y que han sido escritos en primera persona por quien tuvo la experiencia de prisión (Cf.: Santos-Herceg y Pizarro Cortés, 2019). Estos textos conforman un corpus abultado de escritos publicados desde 1974 hasta hoy, pero que lamentablemente no tienen mucha circulación ni difusión (Cf. Strejilevich, 2005 y Pizarro, 2016).
161. Este texto fue desarrollado en el marco tanto del proyecto Ontología política del placer (FONDECYT Nº 1190337), como del proyecto titulado Formas de la traición en el Cono Sur. Hacia una taxonomía crítica (FONDECYT Nº1210232).
162. Dado su carácter clandestino, es posible que esta cifra aún esté por debajo de la realidad. Como sea, se trata de una cantidad enorme de lugares que sobrepasa con mucho en número la realidad que habría existido en las otras dictaduras en el Cono Sur.
Lo que encontramos mayoritariamente en los testimonios es la descripción del horror: imágenes verbales que describen —en ocasiones con mucho detalle— las atrocidades y los dolores de las víctimas. Pese a esta primacía del relato del horror, los testimonios, sobre todo los publicados en el último tiempo, consagran también algunos momentos positivos. Encontramos allí pasajes que, sin desconocer lo terrible, van más allá, complementando el relato. Virgilio Figueroa, por ejemplo, titula uno de los capítulos de su testimonio con el sintomático nombre de «Lo excelente entre tanta maldad» (1991, 176). Cuenta allí que encerrado en el camarín Nº4 del Estadio Nacional, «[p]ara nuestra entretención efectuábamos shows con cantos, chistes, diversos entretenimientos, recitaciones, charlas» (176). Paradigmático es en este sentido el tardío testimonio de Marco Barticevic quien, aludiendo al hecho de que sus compañeros ya habían hecho el relato del horror, expresamente decide hacer un texto diferente. Declara al abrir su libro que «a través de lo escrito trato de relatar múltiples formas que encontramos a lo largo de esos 33 meses, para no ser vencidos anímicamente» (2009, 7-8). El de Barticevic busca ser expresamente un testimonio sobre la resistencia.
Teóricamente el tema de la resistencia en los CCDyT de las dictaduras del Cono Sur es abordado en el conocido trabajo de Pilar Calveiro (1998). Ella sostiene que estos lugares generan constantemente «líneas de fuga y los dispositivos que disparan contra el núcleo duro del poder y contra sus segmentos, abriendo brechas» (2001,112). Su intuición apunta a que hay muchas formas de fugarse, entre las cuales la «física» es tan solo una más. Todas ellas tienen en común el que están «…asociadas con la preservación de la dignidad, la ruptura de la disciplina y la transgresión de la normatividad…» (114). Se trata, como dice la autora, de cualquier estrategia para «sobrevivir sin entregarse, sin dejarse arrasar» (114). Calveiro alude a distintas experiencias de fuga: se detiene en el suicidio, en las experiencias místicas, en la risa (115), el engaño (116), la conspiración (117). Concluye que los objetivos de todas las resistencias tienen que ver con mantener o recuperar la humanidad, con adquirir algún grado de control sobre la situación o de algún nivel –por mínimo que sea– de libertad, con restablecer o generar lazos de solidaridad y cooperación entre los prisioneros (127).
Para el caso chileno la idea de la fuga aparece en la literatura sobre los CCDyT veinte años más tarde en un texto de Jorge Montealegre titulado Derecho a fuga (2019). Usando el mismo término que Calveiro, el autor alude a aquellos «viajes interiores, imaginarios, hacia la libertad: fugas incontenibles, individuales. También colectivas, en acciones mediante las cuales se jugaba mancomunadamente a ser libres» (11-12). Fugarse es, para este autor, evadirse del temor, del terror permanente que reinaba en los CCDyT.
La fuga, como evasión sicológica en lugar del escape material, es un recurso que se hace presente incluso en los peores momentos, cuando el cuerpo resignado –en la tortura o la incomunicación– era desplazado para estar imaginariamente en otra parte […] Ensoñación individual que es –fiel a su etimología– el preludio del juego social del que dimanan otras formas de fuga, paliativos y enfrentamientos para eludir el daño que nos causa el mundo real (12).
Las fugas tienen un lugar en los testimonios, aunque es un lugar menor, pues pertenecen a lo que el mismo Montealegre llama con razón «memorias eclipsadas» (2013). Recuerdos callados, ocultos; aquellos de los que poco se habla, a los que se refiere solo ocasionalmente y casi sin quererlo. Se trata de «… acciones y actitudes que, generalmente, no se declaran ni son objeto de preguntas» (2013, 24) porque son «experiencias positivas que permitieron sobrellevar la adversidad con humor, creatividad y espíritu comunitario» (2013, 24). Experiencias, acciones positivas en medio del más terrible de los trances, momentos de alegría, incluso de risa, espacios para el juego y la diversión, que a pesar del dolor más extremo permitieron encuentros profundamente humanos. Montealegre ensaya una serie de hipótesis que permitirían explicar este silencio que tienen que ver con la necesidad prioritaria de denuncia (24), la necesidad de coherencia del relato trágico y la culpa del sobreviviente. (163)
163. «… es posible que la culpabilidad por vivir de los sobrevivientes haya inhibido las posibilidades de compartir experiencias positivas que permitieron sobrellevar la adversidad con humor, creatividad y espíritu comunitario» (24).
No son solo los sobrevivientes quienes callan el referirse a estas resistencias; también la intelectualidad parece eclipsada. En la literatura sobre el tema de la prisión política en Chile este tema había estado completamente ausente hasta la publicación de los libros de Jorge Montealegre (2013 y 2019) y algunos trabajos de mi autoría (2015, 2017a y 2017b). El silencio, en este caso, tiene que ver fundamentalmente con que esta información pueda fácilmente ser manipulada y usada mañosamente. Montealegre dice expresamente que existe un «riesgo de manipulación interesada de esa información por parte de los victimarios o quienes justifican la prisión arbitraria» (2019, 18). La manipulación es una posibilidad muy real, baste con observar que se dio efectivamente desde el primer momento de la dictadura. El mismo Montealegre recuerda en su testimonio los eventos artísticos y de humor que montaban los presos en las galerías del Estadios Nacional y de cómo «los militares llevaron a sus medios de comunicación para que cubrieran ‘lo bien’ que lo estábamos pasando los presos» (2003, 77).
Hablar de fugas, de momentos positivos, de alivio, de alegría, de felicidad, bien puede ser usado con la pretensión de mostrar que la prisión política no fue algo tan terrible. El justificado temor a que sea tergiversado lo que se dice ha sido, sin duda, un elemento central en el silenciamiento de los investigadores que no han querido ser cómplices involuntarios de cualquier tipo de negacionismo. (164) La contraparte de este silencio es que una porción importante de la experiencia de prisión queda velada: justamente aquella que posee el contenido más extraordinario, la que muestra el valor más humano. Dejar fuera del relato y del estudio la resistencia es eliminar de la representación aquello que permite observar el valor, la creatividad, la fuerza, la entereza, la solidaridad de la que es capaz el ser humano con el objeto de preservar su humanidad.
164. En mi propia experiencia como investigador puedo reconocer este mecanismo de auto-censura que ha ocasionado que algunos trabajos estén aún sin publicar.
El presente texto se instala en esta brecha y busca contribuir al develamiento de la experiencia humana de la prisión durante la dictadura militar chilena desde la perspectiva de la resistencia. Para hacerlo, se ha escogido partir del concepto de lugar. Colombo ha hecho ver acertadamente que «[l]as investigaciones sobre el modo en que los sujetos producen espacios en marcos de violencia política son muy escasas» (Colombo 2013, 153). Como si fuera poco, quienes trabajan el tema de los espacios de detención y tortura los piensan «… como ya siempre allí y el detenido-desaparecido como padeciendo o rebelándose contra dicho espacio» (154). Es posible sostener, como lo hace la autora, que estos lugares no son solamente lo que el poder ha querido hacer de ellos, condenando al sujeto a resistir instalado en un lugar ya constituido, monolítico, rígido, al cual solo se aspira a agrietar para poder respirar un poco.
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