Botonera

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8.5.24

II. "JEAN-MARIE STRAUB Y DANIÈLE HUILLET. LA REINVENCIÓN DEL CINEMATÓGRAFO. ESOS ENCUENTROS CON ELLOS", Santos Zunzunegui, Valencia: Shangrila, 2024

 


INTRODUCCIÓN


Este libro está escrito para pagar una deuda contraída hace más de cincuenta años. En concreto el 6 de septiembre de 1969 en el que un joven cinéfilo de 22 años descubre, de improviso, en un modesto ciclo de cine alemán que pasaba en aquellos días por la segunda cadena de TVE una película llamada Chronik der Anna Magdalena Bach. Película que se presentaba como un “documental” sobre la obra de Johann Sebastian Bach. Es verdad que el joven cinéfilo tenía noticias de la existencia del filme que circulaba ya en aquellos días por los cines de Europa, porque los avatares de su producción desde el rechazo a su financiación por el Kuratorium Junger Deustcher Film hasta alguna de sus peculiaridades estéticas habían sido divulgadas por la revista de la que era suscriptor, Cahiers du cinéma, que ya había sostenido y publicitado las dos obras iniciales de sus autores: la pareja formada por los cineastas franceses, entonces exiliados en Alemania Federal, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet.

Para ir directamente al grano diré que ese joven cinéfilo todavía no se ha repuesto del impacto que el filme le produjo y que las páginas que siguen no son sino el intento de saldar una deuda arrastrada a través de los años y que ha marcado mi visión del cine a la altura de la que me causaron la frecuentación de las obras de John Ford, Ernst Lubitsch, Yazujiro Ozu, Kenji Mizoguchi, Robert Bresson, Roberto Rossellini y otros que prolongarían demasiado esta lista.

Desde entonces he acompañado como fiel espectador el periplo creativo de los que creo con convicción son dos de los más grandes cineastas que han transitado los caminos cada vez más difíciles de recorrer del cinematógrafo. Nunca he dejado de seguir su trabajo y ha sido en los últimos años cuando, por fin, he encontrado las condiciones para escribir el libro que el lector tiene ahora en sus manos.

Debo prevenirle. Este volumen se parece poco a la inmensa mayoría de los libros sobre cine que se publican entre nosotros. Deja de lado cualquier intento impresionista y huye como de la peste de los lugares comunes que actualmente contaminan la reflexión cinematográfica. Pretende dar cuenta de un trabajo único sin perder de vista la perspectiva global en la que se inscribe pero incidiendo en la dimensión material del cine de ese autor recubierto por el nombre dual de Straub-Huillet aún a riesgo de tener que profundizar en los aspectos más particulares de las películas que lo forman.

Tampoco sobrará hacer alguna advertencia sobre la presentación de los materiales que lo componen. Siendo como es la tercera monografía que dedico a un cineasta —aunque en este caso se trate de una pareja de cineastas— es bien diferente de la que dediqué en primer lugar a Robert Bresson, mediante el seguimiento cronológico de su cine estudiando una a una las películas y haciendo muy limitadas referencias al tan traído y llevado contexto de producción de las mismas. Bien distinta fue la manera que elegí para acercarme a Orson Welles y su cine, al pensar que sus películas ganaban si se consideraban agrupadas por afinidades más o menos obvias y además se las ponía en relación con determinadas hipótesis sobre cuáles podían ser los elementos sustantivos que las hacían más que interesantes y que les conferían su arrolladora personalidad. En este tercer caso he añadido a las técnicas de análisis puestas en juego en los dos casos anteriores una decisión importante: tomarme en serio lo que los cineastas dicen sobre su arte (palabra, que por cierto, no les gustaba demasiado). 

No se me escapa que Straub repitió de forma incansable que si pudiera haría desaparecer todas las entrevistas que habían concedido a lo largo de su carrera, pero no siempre los interesados son los mejores jueces a la hora de evaluar su propio trabajo. Al contrario, pienso que pocos cineastas a lo largo de la historia del cine han sido tan conscientes de lo que tenían entre manos y he decidido servirme sin prejuicios de lo que han declarado por activa y por pasiva. Por supuesto, para confrontarlo con su práctica estrictamente fílmica que es, nunca lo he olvidado, el objetivo final de mi trabajo: esclarecer sus formas de hacer, revisar, en unos casos para abandonar, en otros para ir un poco más allá de la afirmación lapidaria de juicios que aunque a veces sean certeros suelen repetirse sin explicación aclaratoria para lectores no iniciados, en los menos para añadir algún modesto elemento adicional. Para, en fin, excavar en las capas geológicas que forman cada una de sus obras y mostrar de qué manera se éstas entrelazan entre sí y poner de manifiesto la profunda coherencia de un trabajo incansable.  

De ahí que el lector se enfrente a un libro que renuncia al seguimiento cronológico de las peripecias creativas de los Straub sino que adopta la forma de un diccionario o, mejor dicho siguiendo a Umberto Eco, de una “enciclopedia” —en buena parte formada por el saber acumulado sobre los Straub en estos años— en la que en torno a unas nociones centrales se despliega, desde puntos de vista complementarios, un abordaje que pretende volver evidente la intrincada red de relaciones que se anudan en una obra tan singular pese al riesgo, que a veces es rentable, de una cierta redundancia. Para ello no solo he tenido que batirme el cobre con la abundante bibliografía sobre su cine, sino hacer algo que ha preocupado a veces a sus glosadores menos de lo razonable: investigar el por qué de sus elecciones, algo esencial en autores que siempre toman como punto de partida obras ajenas. Y en este caso debo decir que no basta con recurrir a lo que los Straub nos hacen saber sino que es esencial acudir, de primera mano, a conocer a fondo ese material —literario, dramático, poético, pictórico, musical— que funciona como detonante de su trabajo. 

Finalmente, debe tomarse este libro como lo que es. La reivindicación de un cine que, lejos de abismarse en la reproductibilidad técnica, se piensa a sí mismo como un arte profundamente artesanal. En un momento en que el cine parece agonizar es bueno poder pensar que queda un espacio para los que lo practican como auténticos amateurs, en el sentido estricto de la palabra. Es en lo que David Oubiña ha llamado el “tratamiento manual de la imagen que se opone por igual al espectáculo de la industria y a la retórica academicista” donde reside el genio del cine de los Straub. De ahí que el “encuentro con ellos” haya sido y seguirá siendo decisivo para la reinvención necesaria del cinematógrafo.

Santos Zunzunegui
Bilbao, octubre 2023