Botonera

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20.11.24

III. "DESPEDIRSE. FORMAS DE DECIR ADIÓS", Revista Shangrila 46-47, Jesús Rodrigo y Mariel Manrique (coords.), Valencia: Shangrila, 2024



FORMAS DE DESPEDIRSE ( O NO)
Mariel Manrique


Picnic at Hanging Rock (Picnic en las rocas colgantes, Peter Weir, 1975) 
Filme basado en la novela homónima de Joan Lindsay (1967)



DILE ADIÓS A TU VIDA
(YA NO ES TUYA)


Tu vida ya no es tuya. Porque una hendidura la desbarata o la suprime. Porque alguien la usurpa. Porque un don la martiriza y la libera. Porque alguien pasó por ella y la partió en dos. Porque alguien tiñó de sangre su sentido. 


La hendidura
I.

Las chicas no volvieron a la hora del té. Habían prometido regresar tras hacer ciertas mediciones no riesgosas al pie de la enorme Hanging Rock. La impávida roca colgante. En el internado todo estaba medido. El lazo y la seda, las puntillas, los arreglos florales, las banderas, el retrato ovalado de la reina, los cojines y las sábanas pulcras, la porcelana y las postales de San Valentín. 

Ellas se ataban en fila los corsés. Todas vestían de blanco, sin puntadas ni arrugas a la vista. Las botitas negras las pegaban al piso. Todas iban bien acordonadas. Nada ni nadie se podía desviar. El internado era una anomalía arquitectónica, un despliegue de orden victoriano en un paisaje sin domesticar. El internado era un pasaje a la claustrofobia. 

Oh, Hanging Rock, con tus grietas, tus huecos, tu cadena de promontorios como tótems, tu origen antiquísimo de erupción volcánica, tu lava viscosa y fundacional. Se arrastran las serpientes en Hanging Rock, las hormigas, las pequeñas iguanas. Esparcen su veneno. El bosque no tiene caminos trazados. La presa no está en el mapa, la isla canta como un sirena sobre el mar. El colonizador liquida al colonizado, lo martiriza, lo usa, lo secuestra. Habrá una generación robada. “Por su bien y para protegerla”. De la apacible bestialidad de Hanging Rock. Hanging Rock te hipnotiza y te marea. Te pone a dormir y te descalza. 

Solo la servidumbre tiene sexo en el internado. Las chicas toman clases de danza y de  bordado, recitan poesías de memoria, sus padres depositan la cuota mensual. Por la huérfana paga su tutor. Escribe poemas que ni siquiera le permiten pronunciar. Ama con todas sus fuerzas a la chica que guía la expedición en Hanging Rock. Todas están condenadas, lo sabemos. El colonizador pretende dominar un territorio que no entiende. El territorio se le escapa al colonizador. Hanging Rock se cobra sus pecados, se traga a las chicas que no encajan, que no pertenecen al lugar. Con sus vestidos etéreos, vaporosos. Sus quitasoles, sus guantes, sus sombreros. El pelo fino como hebras de hierba. Los cuerpos aletargados en la tarde de siesta, en la zona del picnic en Hanging Rock. Los cuerpos alterados que miran las alturas, los precipicios y los desfiladeros. 

Hace calor, mucho calor, las hormigas se trepan a la torta. La curiosidad es una trampa metálica, es una perdición en Hanging Rock. Ellas parecen pintadas por Frederick McCubbin, especialista en capturar el bush, en deslizar señoritas impresionistas entre el bush, como si fueran a perderse o a ser devoradas. Son las hermanas mayores de las vírgenes suicidas de Eugenides y Coppola, un gineceo confinado puesto en otro continente. ¡El bush australiano te enloquecerá, nadie está a salvo si pisa país robado! 

El ojo se cubre con un velo de tul, las ve a las chicas difuminadas en la atmósfera, son chicas perfectamente hamiltonianas. Las exploradoras saltan un arroyo, avanzan de la mano, se adentran en el bosque, comienzan el ascenso de la ladera imperturbable, se quitan las botas, se las atan con los cordones a la cintura, se quitan las medias, las dejan en las rocas o las llevan colgadas entre los dedos, van como posesas o sonámbulas. Han violado la consigna de la primorosa excursión del internado, están violando el tabú de Hanging Rock. La guía asoma su cabeza a una hendidura. Las sigue la profesora de álgebra. El álgebra se despedaza en Hanging Rock. 

Todas desaparecerán sin dejar rastro, la sobreviviente rescatada jamás recordará lo que pasó. La huérfana será castigada en el gimnasio, porque no endereza su postura. Atada a un instrumento de tortura, espera que su tutor pague la deuda que se acrecienta en el internado. La noticia corre como pólvora. Tres chicas y una profesora, esfumadas por arte de magia (pero es el arte negro de Hanging Rock, harto de McCubbin y sus damiselas, harto de su representación del bush). Lo espeluznante es que Hanging Rock no dice nada. Podrían subirlo entero al potro de tortura y estirarle la lengua rocosa, arrancarle una a una sus extremidades, descoyuntarlo o dárselo a los perros. Para un puro y enloquecedor silencio, para nada. 

Sonaba una flauta de Pan, sonaba un órgano. Las cuatro desaparecidas continuaban desapareciendo, persistían en su condición, en el gerundio. Ni vivas ni muertas, en el aire, en cámara lenta desaparecían, esa cámara lenta no paraba, los padres retiraban a sus hijas de la institución en bancarrota, la asistente renunciaba, la directora bebía alcohol en su despacho, se le desmadejaban la rígida estructura del peinado, los libros contables, los mandatos familiares, los pupitres y la biblioteca, la reina en el retrato, todas las cosas dadas por sentado corroídas por una especie de peste en Hanging Rock. Se viste de negro, sale de sus claustros. Su cuerpo sin vida, dice una voz en off, fue encontrado al pie de la montaña.  

El verano siguiente, el fuego encendió los bushes y un incendio hizo desaparecer el internado. No importa si este caso fue inventado o fue real, no importa en absoluto. Hanging Rock detiene los relojes, mantiene su poder, a Hanging Rock no le importa nada.  

[...]




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