LOS DESENLACES
Ricardo Baduell
Tutto il mio teatro comincia dall’“addio”.
C’e prima un addio, e poi la non-Storia, il non-evento,
che coincide con quanto accade, fino al sonno di scena.
L’addio è una necessità prima della premessa.
Senza l’“addio” non si dà un cominciamento.
Carmelo Bene, Sono apparso alla Madonna
I
CORTAR POR LO VANO
Ambigüedad del adiós: el desgarro y la costura en el mismo movimiento, el gesto acompasado y duplicado por la división. Separarse unidos: así en Las dos inglesas (Les deux Anglaises et le continent, François Truffaut, 1971), cuando Anne y Claude regresan de su encuentro remando en la misma dirección, al mismo ritmo tan suave como el discurrir de las aguas, pero divergiendo, cada uno solo en un bote distinto hacia un punto distante del otro en la costa. Y así también en su revuelto interior de entonces, desgarrado por el espacio abierto sobre el atravesado río en que veía reflejada su propia situación, cosido por el hilo del reconocimiento anudado a la ilusión de la imagen que se conserva. How many roads must a man walk down? No es ésta la primera vez ni lo era aquella, cuya sensación recupera a causa del nuevo corte, el nuevo y no querido, pero irresistible, como una tentación, viraje brusco: desembocadura en el abismo que tiene ahora la impresión de cruzar, suspendido sobre la llanura que va pasando sin accidentes por la ventana del tren. Escenario despejado o despojado, según el hemisferio cerebral que se haga oír: lo que queda después de los tumultuosos adioses masivos que todo lo enredan, el tríptico de Boccioni con sus figuras difíciles de distinguir unas de otras, los que se van, los que se quedan, en la arbitraria lluvia de pinceladas oscuras que rayan los cuadros. En la ventana, en cambio, mate, lisa, ni lluvia ni sol. Traqueteo regular que aplana, si es posible, más aún el paisaje que aparece sin relieve ni detalles a la mirada abstraída del que sólo es capaz de proyectar su mundo en él. He travels after a winter sun, urging the cattle along a cold red road, evoca ante el neutro vacío, trayendo al presente lo que fue un punto de partida, Joyce desgajado de otro bosque, otro árbol. “De nuevo forzado a hacer de mí un compañero”, piensa con palabras ajenas, extraídas del archivo cultivado durante los largos y profundos períodos de soledad por los que este nuevo estado le resulta familiar. Should I stay or should I go? Pregunta no menos recurrente que el tenaz estribillo, cuya aceleración promediando el tema quizás libere al oyente pero no resuelve la cuestión. Él ha vuelto a elegir la partida, pero tampoco esta vez eso hace de su respuesta la correcta. Como en cualquier división, el cociente y el resto encajan perfectamente y sólo ulteriores operaciones independientes por cada una de las partes pueden dejar atrás la suma original. ¿Por eso, en aquel lapso, el rechazo a acometerlas? “No quiero más abrazos que aquél al que aspiro / y muera el canto del gallo”. Ahora el gallo canta a sus espaldas, despertador de remordimientos, y las sombras se infiltran en el día alumbrado. We’ll meet again? Dice Borges que en la promesa hay algo inmortal y en el adiós, aun seguido de un portazo, hay la promesa de un reencuentro, aun si sólo se da en sueños, malos o buenos. El reconocimiento, la negación del olvido, está grabado, al menos en un espíritu no indiferente: puede o no entender, puede o no dar fe, pero el signo, aun ambiguo, ha sido hecho. El fin confirma el principio y los reanuda, restaurando la unidad imaginaria. Así, la primera y la última palabra de la boca en el centro de la red, pronunciada en la entrada a un cine alternativo y repetida una década después, ruptura mediante, en la entrada a otro, son la misma: “Hola”.
II
RÍO ARRIBA
En el lugar de las separaciones
me empantané. Resbalé en el umbral
de las orillas firmes. Donde el río
da vueltas caí, improvisado isleño
temeroso de las inundaciones.
Pero donde enraicé sigo creciendo,
detenido como un lento crepúsculo
que viste aún la cáscara del alba.
Sigue el muelle creciendo mar adentro,
donde hay entre los barcos la misma
distancia que entre las islas y abajo,
donde nada valen ojos ni oídos,
duerme el viento que las costas recelan,
pero la tierra donde estoy plantado
no cede un grano del polvo que aprieta.
Crece el lugar de las separaciones
con el tiempo que lleva hacia lo alto
y las costas por las que derrapé
se desvanecen, pero lejos veo
al oeste el humo de los cargueros,
al este los pulmones de los juncos,
y del arco que tensan los extremos,
clavado así al corazón desnortado,
tomo latiendo la flecha imantada.
III
LONGITUDINAL
Decide, reconstituido tras el abandono a la nostalgia, que en el centro de su biografía está el rechazo de la formación, entendida ésta como proceso de mutua asimilación entre el sujeto y su entorno, dador de membrecía a cambio de su singularización en un individuo. Tal operación, aun en los momentos de arrepentimiento o duda que propiciaron ocasionales intentos de reforma, con sus propósitos de convertir lo obtuso en recto, siempre se vio frustrada por una resistencia más fuerte, irreductiblemente activa bajo todos los esfuerzos de la conciencia. Pari, sempre pari con l’inespresso, all’origine di quello che io sono. Reconoce que es vanidoso reclamar esos versos para sí, pero advierte la cálida luz opuesta a la aridez subjetiva del paisaje que deslizan en su interior y no se resiste. Doradas monedas del tesoro adquirido en compensación por el exilio resultante de su negativa. Forzado por ella a una educación del todo sentimental y estética. Del todo, es decir, insuficiente. Comprender lo ocurrido y no dicho en la abrupta despedida es sólo un comienzo, que sobra en relación con la historia empeñada en continuar. La tristeza de la pérdida de un mundo lo ha alcanzado en la inmovilidad del largo viaje, rodeado por la indiferencia de las tierras que se suceden sin corte en la ventana.
IV
LA PAREJA ABSTRACTA
Al principio no había nada entre ellos. En el gran trazado urbano daba lo mismo una calle que otra, uno que otro edificio, y las esquinas se confundían entre sí. Por más que se repitiera, todo pasaba inadvertido. Fue necesario, para concertar una cita, imaginar un espacio: localizar un punto fijo y atenerse a él como lugar de encuentro, o punto de partida de los círculos concéntricos que, a partir de ese contacto, irían distribuyendo alrededor de ambas partes y a pesar de la distancia variable entre una y otra las referencias concretas de aquel plano irregular. El impulso nómade y la determinación sedentaria negocian entre esas marcas móviles y arraigadas, buscando un paso o una situación en la creciente maraña que de parque evoluciona a laberinto. Mesas, bancos, ventanas, árboles, glorietas, escaleras, faroles, hoteles, flores destacadas y momentos estampados se enredan en el carrusel continuo que ahonda su permanencia bajo el ir y venir de suelas y tacos. El tren y la estación, la unidad constituida a partir del dúo, lo individual dividido por cada movimiento. Las dos vertientes de la ley: todo lo que digas podrá ser usado en tu contra, tus palabras se las llevará el viento. Fijar la frase, cortar el discurso para agarrarse a una palabra; colmar el silencio que llama con una respuesta intraducible. La exacta correspondencia entre parte y parte excluye al mundo: sólo existe, a través del otro, lo que le gusta a cada uno y es reafirmado, confirmado, por quien ocupa el lugar de lo vivo. Lo rechazado no existe. Cuando no hay acuerdo entre sus inclinaciones, fisura o desgarro que se apresuran a cubrir. ¿Es ésa la puerta del paraíso, decorada con sus figuras, de la delicia al horror lanzadas y del abismo sin cesar recuperadas, en el vaivén que el brillo del relieve procura conjurar? Alrededor la jungla de detalles ha crecido: camas y sillas, pétalos y páginas, entradas de cine y boletos de tren, fragmentos multiplicados, superpuestos, raíces y lianas para tropezar y quedar presos, horas y jornadas reservadas al margen del día sin tregua de la especie. Contemplado en la palma de la mano de la reflexión, el infinitamente prolífico jardín de todo lo nombrado dejaba sólo una salida: separarse.
[...]
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