Botonera

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9.4.12

DERIVAS Y FICCIONES - LA DOULEUR - AGOTA KRISTOF: LA PALABRA JUSTA

COORDINADORES: MARIEL MANRIQUE - HERNÁN MARTURET


LA DOULEUR 
AGOTA KRISTOF: LA PALABRA JUSTA 




POR  OLVIDO MARVAO


“Por muy triste que sea un libro, nunca será tan triste como la vida”
(Claus)

Agota Kristof ha fallecido a los setenta y cinco años en su casa de Neuchatel, Suiza, donde vivía desde 1956. No era precisamente una escritora mediática. Se atrevió a asegurar: “no me interesa la literatura”. Sin embargo, quiero mantener la sensación de que la escritura sí le interesaba.

De hecho fue en Suiza, adonde huyó en 1986 desde Hungría con su marido y su hija de cuatro meses, donde escribió en francés El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. Recalco que fue en francés y no en su lengua materna porque siempre he sospechado que escribir en una lengua que no conocía bien ayudó a la dureza que desbordaban sus líneas, no sólo en lo que contaba sino en cómo lo hacía. Escribir en otro idioma que no se domina, solo lo hace quien verdaderamente desea escribir.

De su vida en Neuchatel, donde tuvo que trabajar duramente en una fábrica mientras aprendía el idioma, salió su pequeño y magnífico libro autobiográfico Ayer (El Aleph Editores, 2009). En él se puede comprobar el dolor habido en su vida y que la acompañó hasta el fin, como esas dos hernias en su columna que apenas la dejaban caminar.



Mi primer contacto con ella fue la trilogía que publicó El Aleph en 2007 bajo el título Claus y Lucas y fue tan fuerte y desconcertante que provocó un pequeño vuelco en mi vida. Parece ser que a algún ingeniero de Nintendo le pasó lo mismo, pues el juego Mother 3 está basado en los gemelos de Kristof.

La primera parte de Claus y Lucas (El gran cuaderno) es un auténtico ensayo sobre el dolor. Los gemelos protagonistas parecen, en las manos de Kristof, un instrumento para sacar el dolor que ella misma padeció en su infancia. Agota, con una escritura fría, medida, dice ‘lo justo’ en un diálogo continuo que más bien pareciera una obra de teatro que se mueve por unos lúgubres escenarios exteriores e interiores. Narra casi como si fuera un ‘dulce’ cuento el viaje que inician los gemelos metidos en la guerra del Este de Europa, un viaje cuyo único fin es sobrevivir al dolor. Las letras de Kristof son meditadas y pensadas como un auténtico estudio de verificación del sufrimiento en todas sus expresiones, quizá un exorcismo para sí misma.


Su escritura es dura, tajante y breve, conforme lo que dicen, reiteradamente, inclusive, los gemelos en su obra: “hay que escribir lo justo y quitar todo lo que sobra”. “Lo que escribo no tiene importancia”, dice Lucas, ¿o es Claus? Pero no pueden dejar de escribir en esos cuadernos que leemos una y otra vez. Claus y Lucas son tres historias, tres giros diametralmente opuestos según das la vuelta a la página. Entra de lleno en lo que quiere decir y sorprende una y otra vez. Se nota que Agota ama escribir, crear historias; eso es lo único importante. Víctor, uno de los personajes, afirma: “Estoy convencido, Lucas, de que todo ser humano ha nacido para escribir un libro y sólo para eso. Un libro genial o un libro mediocre, poco importa, pero el que no escriba nada es un ser perdido”. La guerra, la infancia, el exilio en Europa del Este se meten por y entre las páginas. La tristeza y el dolor de la pérdida, el azar que ronda a lo largo de las historias sin encontrarse, la moralidad, esa doble moralidad que hay en sus sentencias y en sus textos. La bondad que a veces parece infinita y que se transforma en dolor o en mentira o en maldad pura. La guerra lo pudre todo. Un entramado estupendo que pasa de una novela a la otra. Y por encima de todo ello: la escritura. La escritura dentro de la escritura.

El gran cuaderno se publicó en 1987, La prueba un año después y finalmente, en 1991, La tercera mentira, con la que Agota puso fin a la trilogía. A veces he pensado en esos cinco años en los que su cabeza guardó y cambió la estructura de las historias hasta que las dio por finalizadas.



Su vida de refugiada se encuentra también en La Analfabeta (Ediciones Obelisco, 2006). Tan sólo en setenta y ocho páginas y en once cuentos breves narra densamente con una voz precisa, con el mismo frío en el que se había envuelto su deambular de Hungría a Austria y luego a Suiza. Ese frío le caló hasta los huesos y está ahí. Como ese niño turco que muere atravesando la frontera con sus padres, tal como Kristof relata en “Memoria”. “Me dejé en Hungría mi diario de escritura secreta y también mis primeros poemas. También dejé a mis hermanos, mis padres; sin avisarles, sin despedirme de ellos, sin decirles adiós. Pero sobre todo, ese día, ese día de finales de noviembre del año 1956, perdí definitivamente mi pertenencia a un pueblo”. Bajo sus letras subyace la cruda realidad y la pena flemática de la incomprensión de un idioma, la imposibilidad de leer o expresarse, rodeada de diccionarios, en una lengua nueva, la incapacidad de comunicación. “Al principio, no había más que una sola lengua. Los objetos, las cosas, los sentimientos, los colores, los sueños, las cartas, los diarios, estaban en esa lengua” … luego llegaron las lenguas enemigas. A lo largo de sus páginas está el dolor callado de esas lenguas, de la incomprensión, el esfuerzo por expresarse en un idioma que no era el suyo. El pequeño libro está escrito con un estilo llano y conciso como si de un ejercicio de redacción se tratara, pero justamente eso es lo que llama la atención. Escribir un relato tan intenso en muy pocas páginas y con las palabras justas, sin un solo adorno, parece un ejercicio.

Un ejercicio de supervivencia.

Agota Kristof estaba muy cansada. Ahora ya no escribe más.



Obra publicada en España
Ayer (El Aleph Editores, 2009)
No importa (El Aleph Editores, 2008)
Trilogía Claus y Lucas (El Aleph Editores, 2007)
La Analfabeta (Ediciones Obelisco, 2006)
La tercera mentira (Edicions 62, 1993) 
La prueba. Barcelona (Seix Barral, 1988)
El gran cuaderno (Seix Barral, 1986)