Banda Aparte
está compuesto por una selección de artículos aparecidos en
Banda Aparte. Revista de cine - Formas de ver (1994 - 2001)
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Banda Aparte. Revista de cine - Formas de ver (1994 - 2001)
LE NAVIRE NIGHT O LA DERIVA
(Le Navire Night, Marguerite Duras, 1979)
POR SANTOS ZUNZUNEGUI
(Le Navire Night, Marguerite Duras, 1979)
POR SANTOS ZUNZUNEGUI
Le Navire Night es un filme en el que dos continentes se afrontan bruscamente: el sonido, las voces de la ficción con su carácter anónimo, envolvente, y la imagen –las imágenes- con todo su peso específico, su densidad, su presencia.
Filme sobre los abismos de la pasión amorosa, sobre el amor gritado, aullado a través de líneas telefónicas que surcan la noche de París. Filme sobre las voces que monologan, se cruzan, compiten por un espacio sonoro sobre el que edifica una ficción. O más precisamente, su simulacro visual y su plenitud sonora.
Toda la radicalidad de la obra de Marguerite Duras se asienta sobre esa descorporeización de lo narrativo, sobre esa recuperación de la fabulación de la voz, del lenguaje hablado y su desnuda enunciación.
Enunciación que se realiza desde una tierra de nadie, un centro oscuro, aislado e inalcanzable. Un centro, en definitiva, que no es tal sino su propia y vertiginosa rotación, el producto final de la deriva de esa voz –esas voces- de cuyo origen nada sabemos y cuyo destino final se nos escapa.
Si en obras anteriores –India Song, por ejemplo- los actores –pero ¿qué sentido tiene hablar de actores en un cine como este?- se mantenían exteriores a su papel, circulando como portadores de una generalización, de una pléyade de signos externos, sin encarnar de forma precisa sus personajes, Le navire night profundiza en esta vía: ni siquiera se les mostrará en su carácter de objetos sobre los que rebota indefinidamente un discurso; por el contrario, el espectador únicamente tendrá acceso a una serie de actos previos –el maquillaje- al rodaje propiamente dicho. Que, finalmente, esto sea rodado e integrado en el filme como producto terminado, acaba constituyendo a Le navire night como los restos de un naufragio.
Restos de naufragio, detritus de la narración, anotaciones marginales a la misma o comentario sabio de la misma: todo eso a la vez, son las imágenes de Le navire night.
Imágenes que a fuerza de hacer hincapié en la realidad concreta, acaban por circular sin dejar rastro en un movimiento que es conducido por el juego y la alternancia de la voz, de las voces. Negativo de una positividad, de una ficción, de una narración: esos travellings, esos movimientos de cámara en vacío sobre espacios en los que la ficción puede encarnar. Historia sin imágenes, imágenes sin historia. Imágenes naturalistas, de lugares, vestidos, actores, decorados, proyectores que no llegan a formar parte de una narración. Que no son memoria ni serán futuro.
Paradoja que constituye el centro de trabajo de Le navire night: imágenes del desastre de un filme no realizado (Duras, dice) y que constituyen el soporte visual del filme que se nos entrega como espectadores. Testimonio de unas imágenes que no pueden encarnar, traducir el sentido profundo de un discurso verbal.
De idéntica forma que las entrevistas telefónicas que articulan el texto sonoro nunca van seguidas de encuentros, la realidad sonora no llegará nunca a tomar entidad visual. Le navire night es el relato de una historia a adoptar una forma visual. O al menos la historia de cómo la resistencia de los materiales visuales a concretarse en un sentido parásito de la banda sonora, acaba convirtiéndose en el núcleo estructurante del filme.
“¿Una historia acontece? Alguien que la ha vivido en realidad. Y después fue contada por otros. Y después escrita”. Marguerite Duras, dice y enuncia verbalmente la historia. Y un simulacro, decimos de representación visual.
De la fricción de dos universos inaccesibles entre sí, surge el impacto de Le navire night.
Inútil buscar la fuerza de un filme como éste ni en la trivial reflexión sobre la dificultad de realizar una película –de buscar las imágenes justas, diría Godard- sino, en la incansable persecución de unas imágenes indiferentes, rotatorias, capaces de expulsar el unívoco sentido al que aspira la narración tradicional para actuar, no como una ventana abierta sobre el mundo, -¿qué mundo?- sino como pantallas que opacan y ocultan un significado que, finalmente, no llegará a tomar cuerpo.
Queda el implacable movimiento, el deseo sostenido de unas voces por alzarse sobre su propia verdad, por destilar un relato hecho de entrecruzamientos, imágenes fugitivas y deseos frustrados.
Como si sobre el espacio desierto de la imagen, intentase anudarse, una y otra vez, un lenguaje cuya materia se nutre, a partes iguales, del deseo y del sueño.
Filme sobre los abismos de la pasión amorosa, sobre el amor gritado, aullado a través de líneas telefónicas que surcan la noche de París. Filme sobre las voces que monologan, se cruzan, compiten por un espacio sonoro sobre el que edifica una ficción. O más precisamente, su simulacro visual y su plenitud sonora.
Toda la radicalidad de la obra de Marguerite Duras se asienta sobre esa descorporeización de lo narrativo, sobre esa recuperación de la fabulación de la voz, del lenguaje hablado y su desnuda enunciación.
Enunciación que se realiza desde una tierra de nadie, un centro oscuro, aislado e inalcanzable. Un centro, en definitiva, que no es tal sino su propia y vertiginosa rotación, el producto final de la deriva de esa voz –esas voces- de cuyo origen nada sabemos y cuyo destino final se nos escapa.
Si en obras anteriores –India Song, por ejemplo- los actores –pero ¿qué sentido tiene hablar de actores en un cine como este?- se mantenían exteriores a su papel, circulando como portadores de una generalización, de una pléyade de signos externos, sin encarnar de forma precisa sus personajes, Le navire night profundiza en esta vía: ni siquiera se les mostrará en su carácter de objetos sobre los que rebota indefinidamente un discurso; por el contrario, el espectador únicamente tendrá acceso a una serie de actos previos –el maquillaje- al rodaje propiamente dicho. Que, finalmente, esto sea rodado e integrado en el filme como producto terminado, acaba constituyendo a Le navire night como los restos de un naufragio.
Restos de naufragio, detritus de la narración, anotaciones marginales a la misma o comentario sabio de la misma: todo eso a la vez, son las imágenes de Le navire night.
Imágenes que a fuerza de hacer hincapié en la realidad concreta, acaban por circular sin dejar rastro en un movimiento que es conducido por el juego y la alternancia de la voz, de las voces. Negativo de una positividad, de una ficción, de una narración: esos travellings, esos movimientos de cámara en vacío sobre espacios en los que la ficción puede encarnar. Historia sin imágenes, imágenes sin historia. Imágenes naturalistas, de lugares, vestidos, actores, decorados, proyectores que no llegan a formar parte de una narración. Que no son memoria ni serán futuro.
Paradoja que constituye el centro de trabajo de Le navire night: imágenes del desastre de un filme no realizado (Duras, dice) y que constituyen el soporte visual del filme que se nos entrega como espectadores. Testimonio de unas imágenes que no pueden encarnar, traducir el sentido profundo de un discurso verbal.
De idéntica forma que las entrevistas telefónicas que articulan el texto sonoro nunca van seguidas de encuentros, la realidad sonora no llegará nunca a tomar entidad visual. Le navire night es el relato de una historia a adoptar una forma visual. O al menos la historia de cómo la resistencia de los materiales visuales a concretarse en un sentido parásito de la banda sonora, acaba convirtiéndose en el núcleo estructurante del filme.
“¿Una historia acontece? Alguien que la ha vivido en realidad. Y después fue contada por otros. Y después escrita”. Marguerite Duras, dice y enuncia verbalmente la historia. Y un simulacro, decimos de representación visual.
De la fricción de dos universos inaccesibles entre sí, surge el impacto de Le navire night.
Inútil buscar la fuerza de un filme como éste ni en la trivial reflexión sobre la dificultad de realizar una película –de buscar las imágenes justas, diría Godard- sino, en la incansable persecución de unas imágenes indiferentes, rotatorias, capaces de expulsar el unívoco sentido al que aspira la narración tradicional para actuar, no como una ventana abierta sobre el mundo, -¿qué mundo?- sino como pantallas que opacan y ocultan un significado que, finalmente, no llegará a tomar cuerpo.
Queda el implacable movimiento, el deseo sostenido de unas voces por alzarse sobre su propia verdad, por destilar un relato hecho de entrecruzamientos, imágenes fugitivas y deseos frustrados.
Como si sobre el espacio desierto de la imagen, intentase anudarse, una y otra vez, un lenguaje cuya materia se nutre, a partes iguales, del deseo y del sueño.
Este texto se publicó originariamente en
Cuadernos de cine nº 3, Valencia, octubre 1983
Cuadernos de cine nº 3, Valencia, octubre 1983
y en
Banda Aparte. Revista de cine – Formas de ver nº 5
Ediciones de la Mirada, Valencia, septiembre 1996