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11.7.13

LA MIRADA ESQUINADA: DOBLE(S) SENTIDO(S). LECTURAS Y REFLEXIONES SOBRE EL CINE Y EL MUNDO: DOBLE MORAL, DOBLE SOCIEDAD, DOBLE TRATO

COORDINADORES: FRANCISCO JAVIER GÓMEZ TARÍN / AGUSTÍN RUBIO ALCOVER


Junio 2013
DOBLE MORAL, DOBLE SOCIEDAD, DOBLE TRATO









Hay acontecimientos soportables (incluso irrisorios, si no fuera por lo que conllevan de fondo: justificaciones de Cospedal, sin ir más lejos) y otros que son insoportables. En esta segunda gama entra el hecho de que un señor –no perdamos la educación y etiquetémoslo de tal forma– imputado, sentenciado e indultado, para el que se hace una norma política ex–profeso que le permite seguir ejerciendo en su entidad del marrullerismo, se vaya a su casa “de rositas” con una pensión de casi 90 millones de euros, en tanto los altos mandatarios estudian cómo recortar las pensiones de sus conciudadanos. Se podrá argüir que un banco es una entidad privada y que puede hacer con su dinero lo que quiera, pero no cabe tal, por dos razones esenciales: 1) demostrado está que los dineros de las entidades privadas, en este país, son suyos cuando hay beneficios, pero se socializan cuando se trata de pérdidas (pagamos entre todos), y 2) el agravio comparativo no es solamente un insulto a la inteligencia y una tomadura de pelo al conjunto de la sociedad, sino una falta de ética inasumible en las actuales circunstancias. Esto, sin contar con que las cifras evadidas en los paraísos fiscales solucionarían nuestra economía y nos dejarían en muy buen lugar frente al resto del mundo (casi todas las modélicas empresas del IBEX35 se instalan en esos “cielos de papel” y convierten así en bromas pesadas lo que debiera ser el pago de sus impuestos).

No cabe duda: estamos en el país de la doble moral, del doble trato y de la doble sociedad (los de arriba y los de abajo). No quiere decir esto que otros países no tengan problemas similares, pero aquí nadie paga por sus desmanes, nadie que maneje cantidades importantes de dinero procedente de los malos hábitos fraudulentos va a la cárcel, nadie con acceso a las élites sufre los “recortes”. Políticos y empresarios de pacotilla se llenan la boca con frases hechas y palabras vacías (incluso obispos –y aprovechamos para enmendar el error del número anterior cuando adjudicábamos al de Toledo lo que correspondía al de Alcalá: a cada cual lo suyo) mientras los dobles sueldos y los sobres van y vienen, Bárcenas esquía, y los desahucios dejan en la calle y en la miseria a miles de personas bienintencionadas y convenientemente estafadas, a las que no le van a la zaga las timadas por las “preferentes”. Los más de seis millones de parados son, claro está, la “otra” sociedad (los malandrines de antaño). Para colmo, el inefable señor Fabra (sí, ese del “aeropuerto peatonal” de Castellón) sentencia que Bárcenas es un sinvergüenza, así, sin inmutarse, y vemos cómo en la votación para decidir que los parlamentarios europeos viajen en clase turista (un ahorro efectivo de casi el 80% en las facturaciones), nuestros “representantes”, tanto del PP como del PSOE, votan mayoritariamente en contra.

Y es que el problema esencial estriba en que quienes nos gobiernan forman un clan (o varios) que coloca frente a sí como enemigos a los demás: o acuerdo-sumisión, o infamia-traición. El “nosotros” de tales individuos –léase todo lo despectivo que se quiera, ya que quedará siempre corto– no es el conjunto de la sociedad, toda vez que se alimenta de una afirmación en primera persona del plural frente a los “otros”, los diferentes, los marginables y cada día más marginados. Pero la doble moral obliga a tratarlos como parte del “nos” y decir que todo se hace en beneficio del conjunto de la sociedad: ¿de cuál de las dos?

Que un programa de televisión como Salvados haya puesto en la picota a los gerifaltes de la Comunidad Valenciana después de años de ocultación, mentira y control de los medios de comunicación para provocar el olvido, es más que un síntoma del hartazgo en que nos encontramos todos. Pero véase la otra cara de la moneda: de pronto, el programa consigue llenar la plaza de la Virgen en las concentraciones habituales de los afectados, cuando en los meses anteriores nadie parecía acordarse de ellos. Eso, discúlpenos el lector, también es doble moral. Los políticos intentaron acallar las conciencias, cierto, pero estas fueron demasiado fáciles de silenciar, y este mal endémico que padecemos es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Cuando decimos que “tenemos lo que nos merecemos”, el refrán hace diana. Si no fuera así, no lo tendríamos y es evidente que más de uno tiene que “hacérselo mirar”.

Por su parte, la sanidad en Madrid está en pie de guerra, con referéndum incluido, en tanto se hacen oídos sordos a sus reivindicaciones. Seamos claros: la inversión de los especuladores inmobiliarios se va a refugiar ahora en la sanidad, hasta dejarla hecha unos zorros y que sea el erario público (nosotros) quien pague los platos rotos; otro tanto hará con las inversiones y especulaciones en la alimentación como lo ha venido haciendo con las materias primas, ya que su voracidad depredadora –previa conversión del dolor en dinero– no tiene límites, ni tan siquiera en las vidas humanas. También en Madrid, Gallardón clama por la vida proponiendo una ley del aborto que nos lleva hacia el pasado (es normal porque ya todo nos lleva hacia el pasado… y que no lleguemos a la Edad Media, incluso con el restablecimiento del derecho de pernada) en tanto se eliminan los costes para atender la dependencia (¡caramba, qué coincidencia! ¿Pues no estábamos a favor de la vida? ¿por qué se deja sin recursos a los más necesitados?: “¡Muérase usted, amigo mío, que la situación no permite mantenerle si no es productivo y/o sangrable económicamente!”). Si no fuera por lo patético, nos carcajearíamos también de las comparaciones del aborto con los crímenes de ETA, o del informe en la cámara de la falta de cultura de un gran porcentaje de las mujeres que abortan: desde los tiempos de Gil en Marbella y en Tele 5 no se escuchaban semejantes disparates, obispos aparte (que a estos hay que darle de comer por separado).

Y las cosas no van mucho mejor por esos mundos de dios. Italia y Francia con problemas internos de grueso calibre, Oriente Medio en el caos, Venezuela con litigios, Estados Unidos sin poder acabar con la lacra de la libertad de uso y abuso de las armas, y con el atentado en Boston, que a más de uno le ha puesto los pelos de punta; y, por si fuera poco, con ese descubrimiento de niñas secuestradas –ya mujeres– que han sido liberadas después de diez años de cautiverio y que nos hacen pensar que ciertas películas yanquis de horror no andaban tan descabelladas. Como muestra, un botón: ¿quién hubiera dicho que los franceses saldrían a la calle para enfrentarse a la posibilidad del matrimonio homosexual? El país de la libertad por excelencia, presenta una cara humillante y homófoba… Nosotros, francamente, no nos lo creemos; la pregunta es: ¿quién mueve los hilos? ¿A quién beneficia el ascenso casi imparable de la extrema derecha por toda Europa? Lo dicho: doble moral, doble cara social, doble trato y, en esencia, quiebra de la colectividad en la separación de un “nosotros” frente a un “ellos” (la otredad, entendida como amenaza).

Algunas de las películas vistas este mes redundan en esta línea, ora de manifestación y denuncia de la doble moral, ora encubriéndola. La pone en evidencia Alacrán enamorado (Santiago A. Zannou, 2013), cinta ambientada en el mundo del boxeo demasiado parecida a Million Dollar Baby de Clint Eastwood (2004), y a la que resta fuerza un tratamiento de la resurrección de los ultras con los ojos puestos en el neonazismo de hace dos décadas; y es que, seguramente, los brotes de xenofobia más preocupantes en la España contemporánea radican en el rechazo a la población musulmana y, cada vez más, a los ciudadanos de origen chino. Elena Undone (Nicole Conn, 2010), a la que hemos podido acceder con cierto retraso, aborda el tema de la homosexualidad femenina con respeto. Sin alcanzar la excelencia, la película tiene interés y hay momentos con sentimiento que apuntan claramente a la sensibilidad de una realizadora; no esconde su posición y esto le honra. Meses atrás ya hablamos de Tomboy (Céline Sciamma, 2011), ahora en cartel y que conviene reivindicar. Laurence Anyways (Xavier Dolan, 2012) es un film inteligente aunque usa, y a veces abusa, de la mezcla indiscriminada de recursos (cámara en mano, ralentí, imaginarios, etc.); no obstante, desarrolla una estética personal (el flujo de saltos en el tiempo, a veces marcados únicamente por voces, es enriquecedor) y tiene fuerza en la construcción de unos personajes que resultan dar vida a un posicionamiento ideológico potente, y sin concesiones ni claudicaciones sobre la libertad de sexo (y usos sexuales) en nuestra sociedad, que la hace valiente y necesaria en este momento.



Alacrán enamorado, Santiago A. Zannou, 2013


Laurence Anyways, Xavier Dolan, 2012


Pero las dualidades que en esta ocasión nos guían no solamente se vislumbran en el seno de la identidad sexual: la violencia, en tanto pura esencia de una sociedad en descomposición, se presenta como espectáculo e intenta camuflar los males endémicos de fondo en títulos como American Mary (Jen y Sylvia Soska, 2012), truculenta visita al tema del intercambio de órganos sin un ápice de creatividad y con personajes absolutamente planos; o en Escape (Paul Emami, 2012), que tiene cierto ritmo y un mensaje de un maniqueo subido, hacia la gloria de dios, aunque en realidad no pasa de ser una sucesión de “aventurillas” de andar por casa en Thailandia. Y no digamos nada de la consabida ración habitual de terror/horror/crueldad, capitaneada en esta ocasión por The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012), psicodélica y mala, sin matices, que parece una película de los 70, en todos los sentidos, con lo peor de lo previsible y efectista: Rob Zombie hace honor a su firma y ni el supuesto encanto retro le salva. The Pact (Nicholas McCarthy, 2012) pretende desmarcarse del cine de terror con fenómenos paranormales al uso, combinando una parte paranormal con otra de historia de psicópatas, pero cae en los tópicos del género y no llega a resultar, pese a momentos con interés que abren expectativas que no se llegan a cumplir, tal como acontece en John Dies at the End (Don Coscarelli, 2012), más cerca del comic que del cine, o Thale (Aleksander Nordaas, 2012) cuyo aspecto mágico e incluso poético no acaba de cuajar en un cuento de terror con momentos brillantes pero sin cuerpo, además de farragoso. Modus Anomali (Joko Anwar, 2012) tiene un ritmo adecuado pero una absoluta dedicación a la trama circular y truculenta, en la que la imaginación se pierde cada vez más y no parece haber objetivos más allá de sorprender al espectador; su enrevesado guión tiene carencias muy graves.



American Mary, Jen y Sylvia Soska, 2012

John Dies at the End, Don Coscarelli, 2012


También hemos encontrado –y ya es una tónica habitual– películas “amables” con intentos de sobrepasar tal valoración, pero enredándose en sus escarceos, como es el caso de Amor es todo lo que necesitas (Den skaldede frisor, Susanne Bier, 2012) que, pretendiendo ser “algo diferente” y utilizar los esquemas de los conflictos familiares cercanos al tipo de Dogma, no consigue sus objetivos y no encuentra el “tono”; queda, al final, una especie de tierra de nadie que se pasa para el gran público y que no llega para quien busca algo más. Y en una línea no muy lejana, Tipos Legales (Stand Up Guys, Fisher Stevens, 2012), simpática y bien interpretada, pero tópica y decadente (en el fondo, desaprovechar a unos actores de ese calibre tiene más delito que mérito); o La huésped (The Host, Andrew Niccol, 2013), una buena idea a la que se le saca solamente partido relativo, ya que por una vez los alienígenas hubieran podido dar un juego positivo; se soporta, pero defrauda por lo que pudo ser y no fue. Un amigo para Frank (Robot & Frank, Jake Schreier, 2012), por su parte, aunque es predecible y bastante plana, aporta un toque de sensibilidad que la dota de un cierto encanto al tratar el tema del alzheimer desde una perspectiva directa y en tono de comedia, huyendo de las moralinas y el pasteleo.



Amor es todo lo que necesitas, Susanne Bier, 2012


La huéspedAndrew Niccol, 2013


Las dosis de espectáculo vacío han corrido esta vez a cargo de Combustión (Daniel Calparsoro, 2013), típica imitación española del cine ultracomercial estadounidense que, aunque está bien rodada y resulta simpática, es de un descerebramiento digno de estudio; de Grandes esperanzas (Great Expectations, Mike Newell, 2012), preferible a las otras adaptaciones literarias decimonónicas de la temporada, Los Miserables y Anna Karenina; de Iron Man 3 (Shane Black, 2013),  espectáculo al que se agradece su falta de verosimilitud y la condición de comic, exacerbada, con tono de comedia y abuso del deus ex machina. En tono menor, The Wicked (Peter Winther, 2013), una más de las previsibles cintas con jovencitos y terror de fondo sin nada nuevo bajo el sol, salvo el rejuvenecimiento de la bruja que, arropada en una leyenda, pervive y amenaza; también  Efectos secundarios (Side Effects, Steven Soderbergh, 2013), un thriller muy correcto, hasta el punto que redunda en su propio perjuicio como película: la obsesión de Soderbergh por hacer un calco perfecto le quita cualquier atisbo de veracidad, de relación con la realidad.



Grandes esperanzas, Mike Newell, 2012

Iron Man 3, Shane Black, 2013


Para concluir, algunos títulos inclasificables por diferentes motivos: la horripilante, insoportable, pedante y despreciable Ayer no termina nunca (Isabel Coixet, 2013), de la que basta con decir “¡ay!”; la prueba viviente del doble trato, Tierra Prometida (Promised Land, Gus Van Sant, 2013), que, si no llevase la firma de Gus van Sant, con ese final tan blando y falso, habría tenido unas críticas muy despectivas: una muestra de los dobles raseros que maneja la crítica actual; War Witch (Rebelle, Kim Nguyen, 2012), crónica sobre los niños-soldado en África, cuya brillantez formal nos impide creer el tono documental que pretende pese a que la información es rigurosa y se sostiene con pocas concesiones a la galería, lo que hace que, como alegato, sea válido; y, finalmente, Le premier homme (Gianni Amelio, 2011), una excelente aproximación a los tiempos del fin de la colonización francesa en Argelia, con una revisión del pasado sin maniqueísmos y con clara voluntad de situar al individuo en el contexto. Amelio transmite amor al mundo árabe al tiempo que desvela los problemas de fondo de un proceso mal llevado por Francia. Título que redime de las muchas carencias del mes.



Tierra Prometida, Gus Van Sant, 2013


Le premier homme, Gianni Amelio, 2011


Ilustraremos, pues, la dualidad que nos envuelve a todos los niveles ocupándonos de, por un lado, To the Wonder (Terrence Malick, 2012), por el otro, de 4 días de mayo (Achim von Borries, 2011) y Lore (Cate Shortland, 2012).


HACIA OTRO LADO: TO THE WONDER
Agustín Rubio Alcover




To the Wonder, Terrence Malick, 2012


Una de las consecuencias más tragicómicas del sectarismo consiste en que fuerza a caer en el error a quien lo padece a diestro y a siniestro; es decir, tanto cuando atiza al contrario porque sí, como cuando hace la vista gorda con los propios porque toca. A propósito de las películas, los espectadores –los rasos y los especialistas– solemos retratarnos, de diferentes formas: justificando lo injustificable, por buena voluntad, condescendencia o soberbia; forzando lecturas para ver lo que no hay –ya sean excelencias, sutilezas y, en el extremo, temas–, o, justo al contrario, cerrando los ojos a lo que se muestra en la pantalla; redoblando el rigor o la severidad en función de unas determinadas expectativas…

El último film de Terrence Malick, To the Wonder, ha dado pie al enésimo choque entre críticos: unos la han condenado a priori debido a la deriva ultrarreligiosa y creacionista de su director, ya visible en la hórrida El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011); otros –los menos, lo cual resulta significativo– la han reivindicado precisamente por ese motivo; unos cuantos han reclamado que se viera la película primero, y han discriminado entre la mentalidad del director y las excelencias fílmicas de sus obras; alguno, en el extremo, ha negado que este último film participara de la filosofía del anterior…

Más que narrar, To the Wonder consiste en una observación comentada de varias vidas actuales, a saber: Neil (Ben Affleck), un mocetón americano, ingenuo y algo retraído, conservador él y con buen fondo; Marina (Olga Kurylenko), una ucraniana que reside con su hija, Tatiana, en Francia hasta que se enamora de Neil, y se marcha con él a vivir a Oklahoma; Jane (Rachel McAdams), una antigua novia de él con la que retoma la relación, cuando Marina y su hija no se adaptan y regresan al viejo continente (por separado); y el padre Quintana (Javier Bardem), el cura católico de la parroquia que frecuentan, que está atravesando una crisis de fe.

Ciertamente, como bien afirman los defensores de To the Wonder, que estos sean los mimbres no implica, necesariamente, ni que el film sea bueno, malo o regular; ni que sea propagandístico. Es más, tal y como aquéllos señalan, el film no hace explícitamente apostolado. Sin embargo, lo que debiera interpretarse como un motivo de recelo es el modo en que Malick hace acopio de coartadas, a cuál más alambicada y reflexiva, para protegerse de la acusación. Fiel a su estilo, el director cede la voz (over) a los propios personajes, cuyos discursos interiores acompañan a las imágenes, de manera que, en verdad, cuando sus criaturas ruegan a Dios que los guíe, cantan las maravillas de la creación, pronuncian frases acerca de sus expectativas como esposos, padres y personas en las que subyacen los valores más tradicionales, o balbucean sujetos sin predicado como iluminados…; obviamente, no hablan por el director, sino por ellos mismos.

Todo eso es cierto, pero no lo es menos que un cineasta habla por lo que decide contar u omitir, por cómo lo organiza y por cómo lo cuenta. El discurso de Malick se sustancia en un cúmulo de indicios: el casting, empezando por un Ben Affleck al que el director se complace en mostrar de espaldas y que, con el cuerpo de hombros desproporcionadamente anchos y cargados, es la viva encarnación del Eslabón Perdido; un tratamiento del sexo que le permite soltar el previsible sermón obsesivo contra la cultura del aborto (véase la escena en que Marina se somete a una revisión ginecológica que se cierra con un morboso plano de una radiografía suya, con un DIU como una infamante mutación artificial), y un paralelismo/contraste entre el impulso mesiánico del cura, que ayuda a una yonqui, y la mujer adúltera, que se degrada al acostarse con un obrero esquelético; pildorazos de supremacismo estadounidense (“La gente débil nunca acaba las cosas por sí misma. Espera que otros lo hagan”) pronunciados, en el colmo de la elocuencia, en un edificio que recuerda el colosalismo arquitectónico de El manantial, de Ayn Rand…

La definición del asunto, la caracterización de los personajes, la visión de mundo. Como Malick y sus cómplices saben perfectamente, el discurso está en ese todo que forman unas existencias supuestamente representativas de la contemporaneidad (las migraciones transcontinentales, el deseo de volver a un ritmo más sosegado y natural –que choca con la destrucción de esos ecosistemas que son reflejo y vestigio de la mano de Dios–) y unas preocupaciones existenciales expresadas en unos términos más bien anacrónicos (“Enséñanos a verte”).

Decía al comienzo que no hay peor ceguera que la del que no quiere ver, porque se lía, exigiendo pruebas o aduciendo matices para negar la evidencia. Hay casos, como el presente, que, contemplados desde una cierta distancia –una vez que pasa el berrinche–, se revelan casi intrascendentes y hasta divertidos. No sucede lo mismo en otros, cuando están en juego cuestiones esenciales, como la verdad o la democracia. Esta sección es una mirada a nuestro mundo, y yo estoy pensando en el deterioro de la situación política en Venezuela a raíz de unas elecciones bajo la sospecha de fraude. Se puede seguir mirando hacia otro lado. Pero para eso hay que valer.


EL OTRO LADO: 4 DÍAS DE MAYO y LORE
 Francisco Javier Gómez Tarín



4 días de mayo, Achim von Borries, 2011


Lore, Cate Shortland, 2012


El mes anterior veíamos en estas mismas páginas el sentimiento de culpa en dos películas que, casualmente, tienen una cierta conexión, siquiera sea por sus entornos, con las que comentaremos a continuación. 4 días de mayo sitúa su acción en los últimos días de la segunda guerra mundial, con una Alemania vencida y un ejército aliado (ruso, en este caso) “limpiando” reductos a la espera de la declaración final de rendición. Por su parte Lore (uno es consciente de las pocas posibilidades que nuestro sistema de distribución le dará a este película en nuestro país y por eso no quiere dejarla en el olvido de la espera) coloca su mirada también sobre ese final de la guerra, pero ya con el país ocupado. Como puede comprobarse, nada nuevo… aparentemente. Y digo aparentemente porque lo que está en juego en ambas películas es una desviación del punto de vista hacia la otredad, hacia lo olvidado, hacia lo mantenido en la sombra: ejercicio siniestro, pero claramente eficaz y productivo.

Si algo considero que es complementario –y casi siempre accesorio– en el análisis de textos audiovisuales es eso que tan en boga está de contar los argumentos y las vivencias de los personajes, dejando de lado los procesos significantes. Pero esta vez me veo obligado a hacer una excepción, ya que la trama de 4 días de mayo propone un acercamiento histórico relevante: un reducido grupo de soldados soviéticos debe proteger una zona costera del norte de Alemania, dejada de la mano de dios, donde hay un orfanato con muchachas y un joven adolescente patriota convencido de las bondades del nazismo, justo en el lugar que pretenden utilizar las devastadas compañías alemanas para huir embarcando hacia Dinamarca. La vida cotidiana lima las asperezas y hace del grupo de muchachas y soldados una amalgama compacta y hermanada, salvo el joven nazi que, poco a poco, va descubriendo en la figura del responsable de los soviéticos a un hombre honesto y con principios, capaz de cuestionar la autoridad de sus superiores cuando las órdenes son absurdas y/o inmorales (de ahí el respeto y casi veneración de sus subordinados). Un numeroso grupo de soldados alemanes acampa en las cercanías y, pese a superar a los rusos en número y potencial armado, conscientes de que la guerra se acaba, esperan y defraudan las expectativas del joven, que les da información para que arrasen a los rusos en el orfanato. Finalmente, la guerra concluye y llega el ejército salvador-liberador, con un oficial al mando borracho que pretende violar a una de las muchachas. El sargento soviético se opone y lo rechaza. El oficial regresa con su tropa. El sargento pide ayuda a los alemanes y oculta al joven y a las muchachas. Comienza así una cruenta batalla –que el espectador no visualiza porque se mantiene en fuera de campo– en la que los alemanes y los rusos de la pequeña guarnición se enfrentan a los otros rusos para defender el honor y la moral, es decir, por un principio ético que les es común en ese momento y está muy por encima de aquello que los separa. Solamente las muchachas podrán embarcar para Dinamarca, pero el sacrifico pone en la balanza los juicios morales de la historia. Además, la historia se presenta como la ilustración de un hecho real.   

Así, 4 días de mayo resulta ser una película sólida y madura que se centra más en la reflexión sobre la naturaleza humana que en hacer historia; que, ciertamente, no alcanza grandes cotas estéticas, por lo que es la trama la que pasa a primer término, pero, pese a ese “tono” eminentemente clásico, aborda una cuestión trágica sin maniqueísmos: el final de la guerra y la honradez en las relaciones humanas cuando es capaz de superponerse a los intereses de clan/clase/bando/patria para unir sus esfuerzos con otros seres humanos de diferente clan/clase/bando/patria movidos por hacer lo correcto, incluso a costa de sus propias vidas (eso correcto, es común). Ese giro sobre el punto de vista, arropado por un potente diseño de personajes y una buena realización, convierte a esta obra menor en un buen ejemplo de buen cine sin aspavientos ni falsas espectacularidades.

Como siempre, la representación ejemplifica sobradamente: ¿lo correcto, hoy en día, no sería también la unidad para luchar juntos por el bien común y el final de los embustes, contra la especulación, los paraísos fiscales y la explotación sistemática del hombre-pobre por el hombre-rico? Lección, pues, que promueve este film que, curiosamente, es alemán, en coproducción con Rusia y Ucrania.

Con una vena estética más compleja, que utiliza la cámara en movimiento para conferir a muchos momentos del film la sensación de documental, Lore es una muy interesante reflexión sobre un proceso de toma de conciencia que se orienta desde el punto de vista del bando nazi. En este caso, la apuesta que se hace por un cine sin concesiones que se acerca a protagonistas “del otro bando”, resulta sugerente y atractiva. Lore es la hija mayor de un matrimonio de criminales de guerra nazis que intentan huir y quemar los vestigios de sus actos al principio del film; como hermana mayor, tendrá que huir también con sus hermanos, cruzando Alemania, para llegar a su casa de la infancia. Estamos ante casi una road movie en exteriores, sin personajes positivos.

En la construcción del punto de vista, lo esencial es que Lore es el fruto de las enseñanzas paternas: los aliados –le han enseñado– asesinan a los niños, llevan a los inocentes a campos de concentración, los judíos son criminales y ladrones, etc… Una formación en la falsedad que revierte los propios excesos nazis en sus enemigos (suena esto, ¿verdad?) El camino hacia la casa de la infancia se convierte en un viaje iniciático que le hace comprender el engaño a que estaba sometida, pero lo mejor del film es que ese proceso de toma de conciencia no se produce verbalmente, ni se manifiesta por los acontecimientos, sino que va directamente enraizado en la propia esencia de la imagen y sus símbolos hasta transmitir al espectador, sin decirlo, lo que bulle en la mente de Lore. Situarse ahí, en el otro extremo, enriquece el resultado y engrandece el film. A lo que hay que añadir cómo se desvela el convencimiento de los civiles de la bondad del sistema nazi, pese a la demostración de sus atrocidades: un poso que queda pregnante en la sociedad que sobrevive a la guerra.

Mirémonos en el espejo.


Esta entrega de La mirada esquinada se publicó
en la revista El Viejo Topo nº 305, junio 2013.


Agracedemos a El Viejo Topo la autorización
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).



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