Estimado Faus:
Creo que (sobre)vivimos, precisamente, por las contradicciones y por la extrema lucha con ellas. El placer de trabajar con un compañero de libro tan alejado metodológicamente pero tan cercano por una cuestión puramente generacional es ir descubriendo que, al margen de los referentes, somos capaces de intuir los mismos problemas en el tapiz sociológico que nos ha tocado afrontar. En ese sentido, quizá una de las vertientes más reivindicables del trabajo que hemos realizado en paralelo durante los últimos meses haya sido bregar precisamente contra nuestras propias contradicciones: nuestros intereses, nuestras herramientas. Probablemente a nuestro pequeño Frankenstein teórico se le noten demasiado las hendiduras, las cicatrices, los balbuceos y las desavenencias entre nuestras dos miradas teóricas pero, después de todo, ¿no somos nosotros mismos ya hijos de una sociedad de discursos tartamudos, balbuceantes, contradictorios?
Me gusta, en cualquier caso, esa polaroid movida que lanzas sobre una familia -la retratada en Yang- capaz de moverse “entre la necesidad y el dolor”. La familia ha pasado de convertirse en el pilar maestro de edificación ideológica y social de las sociedades del primer mundo a una especie de último héroe crepuscular de un mundo pasado (y no por ello, debo añadir, menos reivindicable). En otro momento hablas de que la familia “debería estar abierta a cualquier variación, interpretación y mutación”. Y aquí, afortunadamente, es quizá donde me atrevo a discrepar con mayor fuerza con tu línea teórica y donde -si todo va bien- se apreciarán con más fuerza nuestras divergencias en el análisis. La familia, en tanto construcción, es necesariamente el resultado eficaz y soberano de una emergencia personal vivida en ciertos textos, digámoslo sin miedo, fundacionales. Por supuesto, nos topamos de bruces con el problema de los márgenes y de los sujetos que viven en los márgenes, pero eso no me impide definir(me) en la familia con una perspectiva necesariamente reflexiva/defensiva sobre, pongamos como ejemplo, la función simbólica del padre. Comprendo que mi posición es ciertamente más incómoda -por no decir, retrógrada o suicida- y, sin embargo, no puedo sino dialogar con los textos en busca de evidencias que sustenten o desmonten esta misma intuición. Una cinta de la que no hemos hablado casi ni en nuestros correos ni en nuestros cafés es la muy intensa (y sabiamente postmoderna) C.R.A.Z.Y., esa pequeña joyita que nos habla de una familia en la que se propone un constante debate entre su interior simbólico, su diálogo con los márgenes (la homosexualidad, el mundo no occidental) y su identidad dentro de un marco en el que la cultura popular parece fagocitar lo que antes pendía de la presencia de lo sagrado. Creo que una cinta de esas características engloba también con gran precisión el reto y las posibilidades de diálogo que pueden desprenderse de la sociedad líquida. Sin embargo -y antes de deslizarme en un peligroso claqué relativista del que no saldría muy bien parado- prefiero trabajar desde la eficacia simbólica para, una vez cómodamente asentado en su tejadillo, intentar mirar con sospecha los huracanes distópicos de nuestro querido y criminal siglo XX.
Y supongo que bien podría ser ésta mi declaración de intenciones inicial. Poco me queda añadir sino abrir las puertas del análisis para que cualquiera de nuestros -más o menos problematizados- lectores pueda disfrutar (que al final es de lo que se trata) de esa experiencia brutal y hermosísima que acaba cristalizando en dos obras mayores de nuestro tiempo como Infiel y Yi Yi. Y agradecerte, por supuesto, tu valiente participación como compañero de viaje en esta pequeña aventura cinematográfica. Utilizando una metáfora que sin duda será del agrado de nuestros anfitriones en Shangrila Textos Aparte, aunque lleguemos a arrecifes opuestos y sensiblemente contradictorios, la travesía por las dos cintas ha sido un inmenso placer.
Un abrazo -que bien podría mandarte desde el arrecife de Donovan.
Aa. R.
Madrid, 6 de mayo de 2011
Estimado Aarón:
Como bien sabes, yo también he tenido dudas con respecto a la diferencia de nuestras miradas o a nuestra divergencia metodológica, pero tu último correo viene a ratificarme algo que ya me pasaba por la cabeza: es precisamente ese contraste de perspectivas el que puede ofrecer la riqueza de un análisis que, al final, como cualquier otra reflexión, debe de hacernos pensar en nosotros mismos dentro del mundo. Por eso espero que sea este cruce de miradas que hemos propuesto lo que permita a cualquier lector generar nuevas preguntas, nuevos planteamientos que, probablemente (y afortunadamente, porque si no la responsabilidad sería un lastre demasiado pesado), no tendrán respuesta. Me gusta que vivamos de esa falta de cohesión que a veces es virtud, porque así nuestro texto podrá ser deconstruido, fragmentado, eludido o reforzado, y de esta manera vivirá nuevas vidas, que es una idea que no se puede separar de la época que nos ha tocado habitar, la época después de Godard. Y siento volver a mencionar tan pronto a Godard, convertido últimamente casi en un lugar común, pero creo que buena parte de su fuerza está en sus fogonazos, sus destellos sincopados, sus discursos tantas veces contradictorios y, en el fondo, tan coherentes con Godard mismo… Porque como tú decías, es la contradicción lo que nos hace sobrevivir en un mundo, o sobrevivir a un mundo, tan abstruso como el de hoy. Nuestro querido mundo de retazos y fibras desmadejadas, de horizontes e ilusiones perdidas.
Pero más allá de nuestras divergencias, también estamos en muchas cosas más cerca de lo que pudiera parecer (esas cosas inmutables que necesitan ser reveladas), porque, como vienes a decirme en el correo anterior, de nuestros análisis sí se desprende la detección de ciertos problemas comunes, ciertas alarmas y miedos que compartimos y en cuyo deslizamiento, en cuya posibilidad de sortearlos, reside precisamente la diferencia de orientación. Ambos tenemos objetivos comunes, intenciones equiparables, y es la ruta y la mirada personal la que marca la diferencia. Sobre esto, me atrevería a decir que es mi mirada la que con más facilidad puede caer en ese relativismo al que antes aludías y que por lo tanto la convierte en más peligrosa aunque a primera vista pueda resultar más atractiva. Me atrevería a decir que mi enfoque de esos deslizamientos proviene de una postura ideológica que bebe de un cierto miedo a lo que fue la Historia y de la consiguiente necesidad de que hagamos las cosas mejor que en el pasado. Y por eso quizás se deba a una remanente ingenuidad, a una extraña falta de pragmatismo, o a la herencia de esta generación nuestra de la que hemos hablado, a ratos ilusionante, a ratos caprichosa, a ratos egoísta y cruel, lo que me hace querer creer que son nuestros modelos sociales y familiares los que deben adaptarse a nosotros y no al revés. Quizás todo eso lleve al caos, pero aún quiero soñar que la distopía puede transformarse en utopía. Decías que tu mirada podía parecer anticuada, pero creo que la mía ya lo es y en eso estoy un poco abocado al pesimismo, porque no sin razón suena sesentayochista y caduca, propia de un mundo que no supiera lo que son el capitalismo ni el mercado; y sin embargo, a día de hoy, todavía no soy capaz de pensar de otra manera.
De todos modos, una de las principales conclusiones que saco del trayecto que hemos recorrido juntos está en la confirmación de Infiel y Yi Yi como dos películas extraordinarias, cuya grandeza reside en la cantidad de hilos diferentes que pueden llegar a lanzar y en las maneras diferentes, una por cada espectador, de recogerlos en un ovillo que se puede interpretar como una bola de cristal que reflexione sobre el pasado, que abra puertas de futuro, o que muestre el difuso tránsito del uno al otro.
Para terminar con estos correos que deben servir para que cada uno sea consciente de las bases sobre las que se asientan nuestras reflexiones y nuestros análisis, yo también quiero agradecerte la compañía en esta travesía que me ha supuesto todo un placer y que me ha permitido aprender tanto sin sentir ninguna deuda pendiente. Creo que nuestro entendimiento, a través de cristales de aumento tan distintos, puede simbolizar una nueva esperanza para que no dejemos de soñar con una Shangrila que quizás no se perdió en los lejanos horizontes de Hilton ni de Capra.