Botonera

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11.12.16

XIII. "JEAN COCTEAU. EL GRAN ILUSIONISTA", PILAR PEDRAZA, Shangrila, 2016




Orfeo, Jean Cocteau, 1950



Los amores que pueblan las obras de Cocteau nada tienen que ver con el amor burgués sentimental y romántico, y cuando lo hacen el resultado es negativo. Cerca del amor siempre ronda la fatalidad y, a menudo, el final de la obra cocteauniana es la muerte doble de los amantes —Los niños terribles, El águila de dos cabezas (L’Aigle à deux têtes, Jean Cocteau, 1948), El eterno retorno, Thomas el impostor—. El amor homosexual aparece solo de soslayo en algunas obras y explícitamente en el texto y las ilustraciones de El libro blanco o en los dibujos eróticos, en una escalada que va desde la ternura de Radiguet o de Desbordes dormidos, hasta los de carácter más abiertamente sexual y fálico, como los que ilustran Querelle de Brest de Jean Genet.

 
La Bella y la Bestia, Jean Cocteau, 1946



A Cocteau le interesa la relación entre la vida y su negación. Eros y Thánatos. Su Orfeo ama a Eurídice con un amor casero y vulgar; pero en realidad está enamorado de la enigmática Princesa, que es a su vez su propia Muerte, fría y ardiente, la que debe quitarle la vida, aunque al final lo devuelva a ella arrostrando un terrible castigo. El suyo es un amor imposible, que da la vida al difunto y castiga a la muerte. Al final, paradójico como tantas veces en Cocteau, Orfeo vuelve a casa con Eurídice, que no se ha enterado de nada, ni de la gran aventura pasional de su marido con la Princesa ni de la suya propia con el dulce Heurtebise ni de sus intervalos. Espera un niño y parece feliz y enamorada. “Había que devolverlos a su agua sucia” —comenta Heurtebise a la Princesa. Con “el agua sucia”, o “charca”, se refiere a la vida, la cotidianidad, el amor conyugal, la familia burguesa. Ellos dos, habitantes de un mundo donde el amor humano está prohibido, se disponen a recibir el castigo por sus andanzas y sus aventuras amorosas con los vivos [...]