Los niños terribles, Jean-Pierre Melville, 1950.
Guión de Jean Cocteau, adaptación de su novela homónima.
Uno de los más potentes conglomerados o constelaciones de personajes que pueblan el mundo de Jean Cocteau es la familia burguesa y su reverso, la familia “bohemia”, que protagonizan dos de las grandes obras literarias y películas cocteaunianas —Los niños terribles, Los padres terribles—. Tenemos que mencionar una tercera, Las damas del bosque de Bolonia (Les Dames du bois de Boulogne, de Robert Bresson, 1945), sobre el relato de Diderot Jacques le fataliste et son mâitre. En este caso, la autoría de Cocteau se limita al brillante diálogo, que contribuye a convertirla en una obra maestra de elegancia y cinismo, y a hacer de María Casares una auténtica hechicera, a la altura de las mayores divas del cine de los años cuarenta.
Será bueno, antes de pinchar la burbuja de la familia concebida como entidad monstruosa, comenzar diciendo que Cocteau no solo no confiaba en el psicoanálisis, sino que Freud no le agradaba y que sentía una especie de desprecio hacia las interpretaciones freudianas de algunos de sus críticos —como por otra parte le ocurre a la mayoría de los artistas—. Eso no invalida los estudios psicoanalíticos, sobre todo los de Milorad; al contrario, en su caso, suelen ser muy pertinentes y, desde luego, es inútil volver la cabeza ante el apego de Cocteau a la madre y ante el hecho de que su padre se suicidara siendo él un niño. Este acontecimiento tiñe de sangre su producción y se replica una y otra vez en su primera película, La sangre de un poeta [...]