Botonera

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3.3.17

X. "ABEL FERRARA. EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS", Rubén Higueras Flores y Jesús Rodrigo García (coords.), Shangrila 2017



The Addiction, Abel Ferrara, 1995


[...] Domènec Font en Cuerpo a Cuerpo afirma que “El mal es esa parte de sombra que acosa al cine”. Si el cinematógrafo, en un sentido fenomenológico, es luz, las sombras mantienen con él una relación dialéctica. La resolución del conflicto sería la obra cinematográfica misma. Las imágenes de Ferrara expresan ese conflicto desde su misma figuración visual. En The Addiction (1995) hay dos momentos donde esta dialéctica se manifiesta como abolición del dualismo, aunque nunca en una síntesis final, codificado visualmente en el par luz/sombra, las formas y su disolución, Bien y Mal.

En el primero, se nos ofrece un primer plano de Kathy (Lili Taylor), mientras pasan en clase diapositivas de la matanza de My Lai. La luz del reflector ilumina su silueta en sombras, surge entonces la mirada abismada en las huellas de lo real. Más tarde, cuando Kathy sea arrastrada por Casanova (Annabella Sciorra) al callejón, las sombras engullen su rostro. En ambos casos, la disposición lumínica no es interpretable desde un dualismo tranquilizador, dominado por el principio del Bien, la Idea suprema que hace posible todas las demás; el conocimiento mismo. Porque, ¿qué ocurre cuando el conocimiento revela tan solo el imperio del Mal, su prioridad ontológica y, en consecuencia, también axiológica? La luz deviene necesariamente algo ominoso, el Bien mismo solo es una cara del Mal, no su antónimo. De igual modo que el corazón de la luz es negro, en el seno del Bien amenaza el mundo de las sombras sin esencia, donde la figura oscila entre el ser y la nada. Si las imágenes de Ferrara nos asaltan con ese peculiar poder de turbación es porque ahondan en su propia economía: la misma nada aniquilante de la que emergen y donde siempre se hunden de nuevo, sin plantear escapatoria alguna. 



Con frecuencia, esta relectura de las ontologías espiritualistas griega y cristiana, aparece alegorizada en la adicción como su analogía somática, como efecto corporal, apetito o conatus. El Mal es un hábito, un vicio según Kathy. La definición es significativa, toda vez que el término “ética” deriva del vocablo griego, “ethos”, que significa, costumbre o conducta. También carácter o personalidad, en cualquier caso, parece evidente el carácter voluntarista que entraña. Ya Aristóteles, al delimitar las diversas disciplinas filosóficas, le  otorgó el sentido de una predisposición hacia el Bien. De modo que la inversión del concepto es clara, la inclinación primera de la voluntad es hacia el Mal. Siguiendo esta lógica, la adicción es un vicio que, según Peina (Christopher Walken) —lo más parecido a un verdadero filósofo que encontramos en The Addiction— modela la voluntad. El Mal se encarna en el vampiro, adquiere cuerpo, deviene efecto corporal. El Mal no será, en adelante, formulado como entidad trascendente, sino un “existenciario” que bien, de forma contingente, puede brotar por el desbordamiento pulsional del dique subjetivo
[...]


"Lo que el Mal sabe de sí"
Marco Antonio Nuñez