Botonera

--------------------------------------------------------------

28.5.18

V. "JOHN CASSAVETES. INTERIOR NOCHE", José Francisco Montero (coord.), Shangrila 2018




Estilos de vida, formas de muerte.
El cine como electroshock
Josep M. Català Domènech


John Cassavetes


[...] Sería ingenuo caer en la trampa de considerar que la palabra clave de lo que podríamos denominar el estilo de Cassavetes es “improvisación”. Tomar al pie de la letra la advertencia con que finaliza Shadows (1957-1959), su primera película, donde se informa a los espectadores de que “el filme que acaban de ver ha sido una improvisación” y aplicarla al resto de su obra nos dejaría indefensos ante la impresionante magnitud de la misma. En todo caso, esta pretendida declaración de principios nos obliga a preguntarnos qué entendía el director por improvisación, teniendo en cuenta que de la película se hicieron dos versiones, la segunda para corregir drásticamente la primera. Pero el mismo concepto de “estilo” parece contradictorio si lo aplicamos a un director de cine como este griego-norteamericano que se caracteriza por privilegiar la acción sobre la reflexión a todos los niveles. Un tipo de acción no solo exento de razonamiento, es decir, de juicio o teoría, sino incluso contrario a cualquier postura que establezca una cierta distancia con el simple acto de ser. Ser de forma impetuosa, irreflexiva, incluso violenta: ser a punto de no estar loco, como reza el título de un documental que le dedicó Michael Ventura.

Puestas así las cosas, puede parecer incluso más contradictorio tratar de teorizar sobre una conducta que parece plantearse el valor de la simple aleatoriedad. Pero lo cierto es que hasta las veleidades del clima han derivado en una ciencia y, además, si bien no se puede teorizar demasiado sobre el ímpetu ciego de una tormenta en sí, no cabe duda de que las tormentas tienen un componente estético, como tantos creadores –poetas, pintores, dramaturgos e incluso cineastas– se han encargado de demostrar, todos ellos tan irremediablemente románticos como el propio Cassavetes. Las películas de este director son, en este sentido, tormentas gestadas alquímicamente, con la peculiaridad de que la fórmula alquímica se improvisa en cada ocasión y muy pocos han sido capaces de reproducirla por mucho que lo hayan intentado. “Las emociones se improvisan, los diálogos están escritos”, le confiesa Cassavetes a Joseph Gelmis. Y  Tom Charity recuerda que, según el director, todo consiste en “múltiples tomas y ensayos exhaustivos”, unas obsesiones que se confirman en todos sus rodajes. Quizá, como indica Carney, lo que se desprende de los filmes del director no sea tanto el resultado de un verdadero trabajo de improvisación como una impresión del mismo. La falta de estilo como estilo intensamente formalizado. 

Se hace necesario por lo tanto deconstruir el dispositivo de la improvisación que rige el cine de Cassavetes, no para revelar su posible inconsistencia, sino para poner de manifiesto su complejidad. [...]