Botonera

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18.9.18

VII. "RAINER WERNER FASSBINDER. SOLO QUIERO QUE ME AMEN", Jesús Rodrigo García (coord.), Shangrila 2018





Rainer Werner Fassbinder
en la voz de los otros

José Luis Márquez


Rainer Werner Fassbinder


Para librarse del turbulento Rainer [un niño, apenas] y poder trabajar tranquila, Liselotte Eder le daba dinero para que se fuera al cine y comprara salchichas en la esquina de la calle. Fue así como Rainer adquirió la costumbre de ir varias veces al día al cine, se aficionó a los thrillers, a las películas del Oeste y a los viejos melodramas alemanes, y suplantó la figura paterna con personajes de las películas del género negro, tipo George Raft o James Cagney, más que Humphrey Bogart. Se estrecharon los lazos con su madre: ambos se hicieron más dependientes el uno del otro. Al sentirse rechazado por ella, él a su vez la rechazó. Esta relación entre Fassbinder y su madre es en el fondo la que se da en transposición entre Barbara Sukowa y Karin Baal en Lola.
Lardeau, Yann, “El rey de los alisos”, en Rainer Werner Fassbinder, Madrid: Cátedra, 2002.

Desde un principio, Fassbinder se apoya en la idea de Sirk de que no es posible hacer películas sobre las cosas: hay que hacerlas con las cosas, con las personas, la luz, las flores, los espejos y la sangre. “Emotion Pictures”, que diría Samuel Fuller en Pierrot le fou. El melodrama resulta ser el género privilegiado para el dominio de las pasiones, el más homogéneo para la guerra de sentimientos puesta en escena en cada relato: el amor no correspondido, el engaño y la traición, la zona franca de la realidad y la obtusidad cotidiana, la felicidad soñada y el deseo tortuoso. [...]
Los espejos, tan caros a Fassbinder -como a su admirado Douglas Sirk, por otra parte-, testimonian, además de significados psicoanalíticos y narrativos, mezclas explosivas de vida y representación, de figuración y presencia existencial (zona de paso que, en cierto modo, emparenta su cine con el sentido físico y el despliegue energético de Rivette o Cassavetes). Fassbinder parece abrazar los protocolos catárticos de la ficción sobre la base de una vampirización sexual que ejemplifica aquella máxima de Faulkner tan invocada por Ingmar Bergman: “Como es bien sabido, el director del circo de pulgas permite a sus artistas que le chupen la sangre”.
Font, Domènec, “A time to love and a time to die”, en Rainer Werner Fassbinder. La anarquía de la imaginación, Barcelona: Paidós, 2002.

Creo que la frase que más se le adapta, la gran verdad, es la frase... no me lo puedo creer... ahora no me acuerdo... la frase de Oscar Wilde: “Cada hombre mata el amor que ama”.
Schygulla, Hanna, en Las mujeres de Fassbinder, de Alessandro Colizzi y Silvia Cozzu, documental, Italia, 1997.


Nunca tuve la sensación de que Rainer se interesara por lo que el actor o la actriz tuviera dentro. Lo que le interesaba era la forma, la imagen externa y la clase de histeria que pudiera reflejar la expresión de la propia personalidad. Asignaba los papeles según criterios de expresividad y no según la personalidad del actor. Lo que le interesaba era dar forma a cierta estructura que él había imaginado y para ello nos utilizaba y nos explotaba.
Caven, Ingrid, “Fassbinder y los actores”, en Fassbinder, de Ronald Hayman, Barcelona: Ultramar, 1985 [...]