Rainer Werner Fassbinder
en la voz de los otros
en la voz de los otros
Lardeau, Yann, “El rey de los alisos”, en Rainer Werner Fassbinder, Madrid: Cátedra, 2002.
Desde un principio, Fassbinder se apoya en la idea de Sirk de que no es posible hacer películas sobre las cosas: hay que hacerlas con las cosas, con las personas, la luz, las flores, los espejos y la sangre. “Emotion Pictures”, que diría Samuel Fuller en Pierrot le fou. El melodrama resulta ser el género privilegiado para el dominio de las pasiones, el más homogéneo para la guerra de sentimientos puesta en escena en cada relato: el amor no correspondido, el engaño y la traición, la zona franca de la realidad y la obtusidad cotidiana, la felicidad soñada y el deseo tortuoso. [...]
Los espejos, tan caros a Fassbinder -como a su admirado Douglas Sirk, por otra parte-, testimonian, además de significados psicoanalíticos y narrativos, mezclas explosivas de vida y representación, de figuración y presencia existencial (zona de paso que, en cierto modo, emparenta su cine con el sentido físico y el despliegue energético de Rivette o Cassavetes). Fassbinder parece abrazar los protocolos catárticos de la ficción sobre la base de una vampirización sexual que ejemplifica aquella máxima de Faulkner tan invocada por Ingmar Bergman: “Como es bien sabido, el director del circo de pulgas permite a sus artistas que le chupen la sangre”.
Font, Domènec, “A time to love and a time to die”, en Rainer Werner Fassbinder. La anarquía de la imaginación, Barcelona: Paidós, 2002.
Creo que la frase que más se le adapta, la gran verdad, es la frase... no me lo puedo creer... ahora no me acuerdo... la frase de Oscar Wilde: “Cada hombre mata el amor que ama”.
Schygulla, Hanna, en Las mujeres de Fassbinder, de Alessandro Colizzi y Silvia Cozzu, documental, Italia, 1997.
Caven, Ingrid, “Fassbinder y los actores”, en Fassbinder, de Ronald Hayman, Barcelona: Ultramar, 1985 [...]