Botonera

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30.1.19

V. "NICHOLAS RAY Y LA POLÍTICA DE LA VIDA EMOCIONAL", Robert B. Pippin, Shangrila, 2019






Johnny Guitar


[...] El tópico donde coinciden en Johnny Guitar esas dos temáticas, la socio-política y la personal-psicológica, es la prostitución, la forma más explícita de intercambio capitalista, la encarnación misma del capitalismo. (Vienna es la persona de negocios más sensata del lugar; no es una desviación de las normas capitalistas; es su encarnación; se niega a avergonzarse y por ello presenta un desafío tanto para su amante, Johnny, como para su viciosa y no tan secretamente envidiosa enemiga Emma).

Obviamente, dicho con este nivel de generalidad, la afirmación podría parecer vana o trivial. Cualquier detalle de relieve para el tema, detalles que solo son posibles mediante una lectura atenta, cercana de las películas, debe emerger de esa lectura. ¿Qué ocurre exactamente con esa forma social que puede mostrarse creíblemente que produzca, en algún sentido de producir, semejantes pasiones y tormentas emocionales, muchas de las cuales rozan lo patológico? ¿Por qué esa forma de vida económica y social es tan hostil para el establecimiento de relaciones de intimidad y amor? ¿Por qué son más probables la incertidumbre, la duda mutua, la sospecha y los celos en esta forma de vida? Además las películas no son tratados y cualquier descripción intencionada por parte del director debe entenderse de manera que haga justicia a la riqueza de los detalles en los personajes y las situaciones en cada película, su tonalidad única, su atmósfera, puesta en escena, iluminación, diálogo, montaje y una selección visual del director y su equipo para cada película. Lo que sigue es un mero inicio de un intento de lectura de ambas películas.

Todo esto nos devuelve al tema principal y a una reflexión final. He advertido que la única cualidad que mucha gente asocia con el melodrama o las películas “romántico-expresionistas” es el exceso, la aparente extremidad e hiperintensidad del registro emocional de los personajes. Si la sugerencia que acabo de hacer respecto a que hemos de considerar esa extremidad históricamente conjugada es correcta, entonces hay una posible explicación. Las grandes películas melodramáticas de los años cincuenta manifiestan una especie de desesperación que emerge de la próspera forma de vida de clase media, segura, socialmente autorregulada e individualista que surgió tras la recuperación de la Segunda Guerra Mundial. La presión creada en ese mundo para la conformidad, la represión y el mero seguir adelante pueden crear una atmósfera de sospecha mutua, de estar siempre en guardia, y suscitar tanto la dificultad como la desesperación a la hora de encontrar relaciones de confianza absoluta, intimidad y reciprocidad, el tipo de cualidades propias de la amistad y el amor. En otras palabras, el exceso es sintomático y, si nos resistimos a él, no es porque hayamos resuelto todo eso, sino porque ya no nos damos cuenta de lo que hemos perdido. Para una gran parte del público que va al cine, el anhelo, el esfuerzo, la desesperada esperanza de una escapatoria de un mundo social manipulado y artificial podrían haber quedado simplemente olvidados [...]




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