Botonera

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12.6.19

V. "CARLOS SERRANO DE OSMA. SOMBRAS ILUMINADAS", Asier Aranzubia (coord.), Shangrila, 2019



UNA OBSESIÓN

Álvaro del Amo


Rodaje de La sirena negra


[...] En La sirena negra (1), Serrano de Osma presenta un protagonista hipocondriaco. Su carácter, taciturno carece de lo que se ha dado en llamar una causa lógica. Ocioso, tristón, se interesa turbiamente por el mar y los espejos sin descuidar, aunque elija mal al preceptor, una violenta preocupación educativa, basada, revolucionariamente, en una combinación muy original de capricho y rigidez. Es el hidalgo un hombre obsesionado. O, si se prefiere, propenso a aficionarse a una obsesión, a una obsesión, casi podría decirse, cualquiera. Primero parece que le interesan los fantasmas, que emergen en penosa copia en dieciséis milímetros bajo la forma de un mendigo; de un mendigo espectro. Luego, la obsesión amorosa. Pasión súbita por madre incurable que se transforma en entrega a la huerfanita, con la intención de moldear con provecho una inclinación natural a la obediencia y al buen humor. Aunque cambie tanto, tan fluidamente, no por eso el hidalgo es un obseso voluble. Lo que importa es la obsesión misma, y esta engorda y crece, gracias, en Abel Sánchez (2), a los enzimas de la envidia. Envidia que no llega a alcanzar las calidades del vicio, el fulgor del pecado, precisamente porque la inquina de Joaquín por Abel es más obsesión que despecho. No es que desee, según la definición tradicional, el bien ajeno; es que se colma y disfruta en la envidia misma, en su obsesión como envidioso recalcitrante. Y una obsesión de verdad no atiende a razones, no se pliega a evidencias, no se deja rasgar por la amistad, el tiempo o la sensatez. Cuando todo parece indicar que aferrarse a la idea, simultánea y complementaria, del regreso indefectible y de la espera esperanzada, es una solemne tontería, el matrimonio separado por la guerra y el exilio de Rostro al mar (3), permanece impertérritamente fiel a sus obsesiones respectivas, coincidentes: él, que volverá; ella, que él volverá.

1. La sirena negra (Carlos Serrano de Osma, 1947).

2. Abel Sánchez (Carlos Serrano de Osma, 1948).

3. Rostro al mar (Carlos Serrano de Osma, 1951).


Y, del mismo modo que Lola Flores y Manolo Caracol, en Embrujo (4), viven obsesionados él uno con y por el otro –hasta el punto de pronunciar la frase que titula estas páginas–, el rostro al mar –que el cineasta muestra con frecuencia como probable metáfora de la obsesión– sigue contemplando la ausencia como lo que la ausencia es en su versión más suave y soportable: el vacío que separa la despedida del retorno, equiparando el muy cierto desgarro del adiós con el, de por sí incierto, reencuentro. Saben ambos que se abrazarán de nuevo y atraviesa cada uno su rara peripecia sostenido por la firmeza de su obsesión.


4. Embrujo (Carlos Serrano de Osma, 1947).


Peripecia rara, en verdad. Ancianas bondadosas que atienden el parto inoportuno de la esposa del republicano que huye hacia Francia en 1939, marinos gordos y hoscos de corazón tierno y enamorable, muy curiosos campos de concentración adonde unos pintorescos comunistas –mezcla de traidores de folletín y de rufianes portuarios de opereta– envían por oscuros motivos a “compañeros” o “camaradas” que tienen así la oportunidad de conocer un improbable enclave siberiano en una Normandía históricamente ocupada a la sazón por las tropas hitlerianas, rivales de pésima entraña que rompen cartas del marido ausente y arrojan los papelitos restantes al oleaje de una playita rocosa, trasatlánticos prodigiosamente dotados de una colección tan completa de ingenios automáticos que permite la fabulosa economía –tanto en el terreno de la navegación marítima como en el igualmente arduo de la contratación de extras en una producción cinematográfica– de reducir la marinería al gordo capitán enamoradizo y a su amigo el contramaestre, situando el resto de la tripulación en la zona invisible y baratísima del fuera de campo.

Rostro al mar es una fantasmagoría. La rosa roja (5), una filigrana urdida de espaldas a la realidad [...]


5. La rosa roja (Carlos Serrano de Osma, 1960).