Botonera

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27.4.20

VI. "CLARICE LISPECTOR. ALGUIEN DIRÁ MI NOMBRE", Isabel Mercadé (coord.), Shangrila 2020



Clarice Lispector y la crítica de la violencia.
El caso "Mineirinho"
Miguel Alberto Koleff






[...] A partir de este momento, la crónica entra especulativamente en el terreno de lo que –en la terminología de Benjamin- da pie a «una crítica de la violencia» y avanza a pasos agigantados en la descripción de sus efectos no deseados. La sensación inicial con la que depara se concentra en la confirmación de que «esa justicia que vela mi sueño yo la repudio, humillada por necesitarla». La cronista se siente cómplice de esa legalidad que no escatima esfuerzos en satisfacerla, inclusive pagando el alto precio de aniquilar al delincuente que conspira en su contra y por eso se siente «falsa» ya que su modo de vida autoriza este recurso que le permite dormir tranquila sin medir las consecuencias. Sobreviene una internalización de la experiencia que pugna por una resolución íntima pero que antes se evidencia de manera metafórica a través de «la casa» que se incorpora al discurso y se carga de significado para –contrapuesta a otra metáfora, la del «terreno»- cerrar la reflexión definitivamente, más adelante. «Para que mi casa funcione exijo de mí como primer deber ser falsa, no ejercer mi revuelta y guardar mi amor. Si yo no fuese falsa mi casa se estremecería». Como puede observarse, además de ser un índice de la propiedad burguesa, la casa aparece connotada por el resguardo que la separa del exterior amenazante.


(…)

La metáfora en uso se resuelve en una constatación categórica que abre el párrafo siguiente cuando –de manera decidida- sostiene «Yo no quiero esta casa. Quiero una justicia que hubiese dado una oportunidad a una cosa pura y llena de desamparo y a Mineirinho».

(…)

Cuando Clarice contrapone «la casa» al «terreno»: «Debo de haber olvidado que debajo de la casa está el terreno, el suelo donde una nueva casa podría levantarse», está pensando en esta cuestión.

(…)

Dificultoso es no entender en estas páginas una afirmación política de contundencia en la que se rechaza la condición burguesa que se escande de la naturaleza visceral de lo humano a lo que la autora aspira. Ella puede correrse del lugar del privilegio y de la comodidad para ver el costado ignorado del exceso en la prevención, el que se traduce en la sensación de desamparo que mueve a actuar a Mineirinho como a tantos otros de su condición. Motivo este de su apelación irreductible: «no nos maten al hombre acorralado» porque él es nuestro error, la clara presencia que desarma el lugar donde nos paramos y desde donde emitimos nuestros juicios temerarios acerca de la alteridad [...]












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