Botonera

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8.5.20

XXV. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Los castillos en el cine de Miyazaki:
piedra, acero, carne y resistencia
Mireia Iniesta Navarro




Dido construye Cártago, J. M. William Turner, 1815 / El castillo de Cagliostro, Hayao Miyazaki, 1979 /
Castillo de Caernarfon, J. M. William Turner, 1798



Para Hanna Arendt la ciudad es una memoria organizada; para Miyazaki, en El castillo de Cagliostro (1979), es además una conjunción entre amor y naturaleza. El tesoro de los Cagliostro resulta ser una antigua ciudad romana, una representación de la civilización opuesta a la barbarie y cubierta por una pátina arcádica. El camino que conduce a ella pasa por atravesar física y emocionalmente el castillo en el que el conde retiene a la princesa Clarisse en contra de su voluntad para casarse con ella y poder acceder así al ignoto tesoro. Como afirma Lupin: “al castillo del conde lo llaman el agujero negro”. Una fortaleza medieval construida en piedra, cuyo mecanizado funcionamiento interno presenta numerosos pasadizos y trampillas que se abren y abducen el cuerpo de toda persona intrusa, a saber, de Lupin, en sus múltiples intentos de salvar a la princesa. Un abigarrado bloque de piedra que constituye una metáfora de los autoritarismos y de la corrupción político-económica en los años previos a la devastadora burbuja financiera e inmobiliaria en el Japón de finales de los 70 y principios de los 80.

Cuando Lupin llega a las proximidades del castillo tras haberse cruzado con la princesa en mitad de su huida, pasa por las ruinas del Palacio Real del desaparecido príncipe de la región, cuya trágica muerte durante el incendio que sufrió el palacio granjeó al malvado conde de Cagliostro la posibilidad de erigirse como tirano. Lupin se detiene a contemplar las ruinas de la construcción neoclásica, similares a las representadas en los cuadros del Castillo de Caernarfon (1799) y Dido construye Cartago (1815) pintados por William Turner. El espíritu romántico de la obra de Turner envuelve ese momento contemplativo de Lupin, análogo al del Caminante sobre el mar de nubes de Friedrich, interrumpido por el sonido del campanario del castillo. Campanario que se impone ante el espectador, en un poderoso primer plano, que subraya su importancia futura. La secuencia da sentido a toda la película, ya que recoge las bases culturales sobre las que descansa la crisis del hombre posmoderno: que van desde la ausencia y sustitución de Dios por la figura de un tirano, hasta los estragos del sistema capitalista. 

No es casual que el interior del reloj de la torre del castillo de Cagliostro sea el último agujero negro al que deben enfrentarse Clarisse y Lupin antes de huir de la fortaleza para siempre. Las tuercas, los engranajes y las poleas sobre las que ambos protagonistas hacen todo tipo de equilibrismos, así como el mecanismo interno del reloj, funcionan como un símbolo de la evolución del tiempo y de la historia y de cómo el capitalismo ha corrompido a la humanidad. No es casual que el conde se vea derrotado por la unión sobre su cuerpo de las manijas del reloj de la torre, en lo que pretende ser un acto de justicia cósmica.

Tras ser apresados y encerrados en las mazmorras, Lupin y el inspector Zenigata descubren las máquinas falsificadoras en los sótanos del castillo y la trama corrupta que había permitido a la familia Cagliostro controlar clandestinamente la economía mundial durante siglos, desequilibrando gobiernos y el devenir de la historia, a través de asesinatos y conspiraciones, que causaron entre otras cosas, la gran depresión. Ese descubrimiento da lugar a la secuencia en la que Zenigata denuncia al conde ante las autoridades y una serie de mandatarios internacionales, dibujando una contundente crítica a la corrupción político-económica nipona.

La ciudad romana que había sido anegada para ser protegida es el tesoro que el reloj de la torre del castillo hace emerger de las aguas. Un ideal de ciudad elegido por Miyazaki a imagen y semejanza de las ciudades romanas descritas por Richard Sennet en su ensayo, Carne y piedra. Es la forma elegida por el director para retornar a un pasado idealizado en el que la revolución industrial y el capitalismo aún no habían aparecido, a un espacio sin tiempo en el que las crisis históricas no tienen cabida. Toda una declaración de intenciones que visibiliza la dicotomía entre civilización y barbarie (1) [...]

1. El mismo objetivo se plantea Miyazaki en El castillo en el cielo. La película se sitúa en una época imaginaria entre los siglos XIX y XX. Hay una evocación a la época de la revolución industrial, a un pasado lleno de expectativas en el futuro. Se respira desde el principio del libro en el que está basada la película, lo que Isaac Asimov bautizó con la expresión La Nostalgia del futuro. El tesoro buscado por todos los personajes, Laputa, es una isla ecológica, libre de violencia y con memoria de lo dañina que puede llegar a ser la tecnología.





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