Botonera

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21.9.20

VI. "VIDEODROME. LA DISTOPÍA SEGÚN DAVID CRONENBERG", Iván Gómez, Shangrila 2020





[...] Uno de los rasgos de nuestra moderna sociedad de la comunicación es la conexión instantánea y planetaria entre puntos distantes y el constante fluir de información que viaja del sujeto al entorno y viceversa. (145) La instantánea transmisión de la imagen ha originado una nueva relación entre entorno, emisor y receptor. La caprichosa realidad mediática parece copiar el funcionamiento del sujeto biológico. Desde la Teoría de Santiago de la Cognición se identifica la cognición o proceso de conocimiento con el proceso de la vida, porque es la actividad mental la que organiza los sistemas vivos. Ninguna de estas magnitudes puede sobrevivir aisladamente, “puesto que el organismo vivo responde a las influencias del medio con cambios estructurales, estos alterarán a su vez el comportamiento futuro de aquél. En otras palabras, un sistema estructuralmente acoplado es un sistema que aprende”. (146)

145. A nivel popular la ficción ha incorporado esta idea en su versión teoría del aleteo de la mariposa. Ya se sabe: el aleteo de una mariposa en Brasil es capaz de generar un terremoto en el lado opuesto del mundo. También conocida como la teoría de los seis grados de separación esta idea de la interconexión infinita del mundo ha tenido su desarrollo científico. El libro de Duncan J. Watts Seis grados de separación: la ciencia de las redes en la era del acceso realiza un buen repaso del tema. 
146. Capra, Fritjof, op.cit., p.63. 

A partir de estas teorías científicas se ha elaborado una metáfora conveniente, la de la retroalimentación mediática e (in)finita, que ha sido blanco de las críticas de la teoría política contemporánea. La interdependencia de sujeto y entorno explica la preocupación por la transmisión de datos y el control de la imagen televisada. ¿No estamos ante la revisión mediática de la filogénesis descrita por Jung? La inviabilidad de un sujeto aislado del entorno y ajeno a los vaivenes de la historia lleva al ilustre psiquiatra a buscar en el inconsciente del individuo las marcas de un pensamiento histórico y cultural traducido en el mito. Hoy Jung buscaría algo más que mitos e indagaría en la formación de imágenes mediáticas en su vertiente de alivio y presión, control y liberación del entorno. Apresados por una cultura mediática que imprime en nuestro inconsciente una serie de profundas marcas digitales somos sujetos alimentados por el entorno y productores del mismo. Así que vivimos entre la libertad y el determinismo digital. Nuestro comportamiento como sujetos está determinado pero “no tanto por fuerzas externas como por la propia estructura, la cual se ha ido formando mediante una sucesión de cambios estructurales autónomos. Por consiguiente el comportamiento del organismo a la vez está determinado y es libre”. (147) Que es tanto como invitar al sujeto a decidir su grado de implicación y libertad, aunque cada día que pasa nos acercamos un pasito más a un entorno mediático lleno de perturbaciones fuertes a las que nos vemos obligados a responder. No hay perturbación más fuerte que el miedo mediático (retro)alimentado por la imagen amenazadora del otro. (148) Al final deberemos reflexionar sobre la formación de nuestra propia consciencia en la medida en que esta “implica un nivel de abstracción cognitiva que incluye la capacidad para mantener imágenes mentales, lo cual nos permite formular valores, creencias, objetivos y estrategias”. (149) De la imagen llegaremos a la creencia. Estamos ante una revolución sin precedentes, porque neurobiología y cultura digital convergen, o ocaso podamos decir, más prosaicamente, que la cultura digital (la creación del mundo por la imagen) ha reproducido lo que nuestra conciencia sabe hacer desde siempre. Aunque las paradojas se extienden, pues es precisamente la condición de existencia de una cultura digital, a saber, la tecnología creadora, la que nos ha sumido en una nueva era de la sospecha caracterizada por la desconfianza de la imagen tomada y (re)producida, acaso manipulada. 

147. Palabras del biólogo Humberto Maturana. Para una mejor comprensión de este extremo debe consultarse Maturana, Humberto; Varela, Fracisco, De máquinas y seres vivos. Autopoiesis. La organización de lo vivo, Buenos Aires: Lumen, 2004.
148. Cuestión que remite directamente a la teoría poscolonial y a la creación mediática e imaginativa del Otro como amenaza y como elemento de una subalteridad necesitada de comprensión y educación. Para una explicación científica de los efectos sobre el cerebro de un clima de psicosis colectiva pueden consultarse las apreciaciones de Johnson, Steven, en Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, Madrid: Turner, 2004, pp.175 y ss. Edición original en inglés (2001).
149. Capra, Fritjof, op.cit. p.67.

¿Tanto poder tiene una simple imagen? ¿Podemos quedar tan enganchados a lo especular como la madre del protagonista de Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, Darren Aronofsky, 2000), atada a un sofá y alimentada por el espectáculo de concurso televisivo? ¿Podemos, en definitiva, querer vivir en una Matrix mediática perpetua que nos suministre el anestésico necesario, la imagen positiva que somos incapaces de producir por nosotros mismos? ¿Qué busca el personaje Max Renn en el Videodrome? ¿Trascender, acaso, hacia el espectáculo totalizador? 

Que la imagen tiene un poder más allá de los límites del marco o la pantalla lo demuestra el neurobiólogo António Damásio, que en una pirueta propia del mejor artista digital concede a la imagen un poder (neuro)performativo. Damasio considera que la forma más efectiva de contrarrestar una emoción negativa (fuente de problemas psicológicos) es tener una emoción positiva. Forzar la emoción es fabricar imágenes positivas. Al fin y al cabo la conciencia no es más que un proceso por el que una mente se ve imbuida por una referencia que llamamos yo, conociendo así su propia existencia y la existencia de objetos a su alrededor. Todas las percepciones nacen en el cerebro, cuya configuración fisiológica posibilita que adquiramos conciencia. Existe un nexo fundamental entre cerebro y mente, pero el hallazgo revolucionario es que nuestro cerebro funciona como una compleja máquina fotográfica que cartografía (o radiografía) nuestro cuerpo hallando en él los elementos necesarios para construir estados emocionales. Es decir, sabemos dónde se originan los sentimientos y sabemos cuál es el proceso que los crea. La aparente consecuencia directa de lo que acabamos de explicar es la inversión de gran parte del pensamiento occidental: 

En ausencia de emociones sociales y de los sentimientos subsiguientes, incluso en el supuesto improbable de que otras capacidades intelectuales pudieran permanecer intactas, los instrumentos culturales que conocemos, tales como comportamientos éticos, creencias religiosas, leyes, justicia y organización política o bien no habrían aparecido nunca, o bien habrían sido un tipo muy distinto de construcción inteligente. (150)

150. Damásio, António, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y del sentimiento, Barcelona: Crítica, 2005, p.155.

Damásio lo remata afirmando que no cree que exista ningún centro moral en el cerebro y ni siquiera un centro moral como tal. Es decir, no existe una razón más allá del complejo mecanismo neurológico que se inicia en la percepción, origina una emoción y desemboca en un estado emocional concreto. Así es como una auténtica tercera creación habitaba en nuestro interior sin que apenas lo intuyéramos. Nuestro cerebro es una máquina de radiografías, el sentimiento surge de la imagen y de la emoción positiva y, con todo, esa entelequia que unos llaman razón y otros conciencia no tiene un origen claro y definido, sino que es un proceso. Para rematarlo no hay centros morales en el cerebro, sino que lo moral surge de la irradiación del sentimiento además de ser una categoría sometida a la presión del tiempo y la historia. Estamos ante la inversión definitiva del aforismo de Descartes, del pienso, luego existo, hemos pasado al existo, luego pienso. No hay nada en nuestro pensamiento consciente que no esté atravesado por nuestra corporalidad, nuestra visceralidad. Este hecho plantea cuestiones de importante calado: por un lado explicaría por qué las personas sucumbimos a climas de miedo compartido y por otro plantea la cuestión de qué efectos tienen realmente las imágenes que nos llegan desde los diferentes medios. (151) [...]

151. Los climas de pánico y las conductas irracionales colectivas se han analizado desde puntos de vista diversos, siendo el económico uno de los más interesantes. Una perspectiva novedosas sobre los ciclos económicos puede encontrarse en Ball, Philip, Masa crítica. Cambio, caos y complejidad, Madrid: Turner, 2008, pp.211 y ss. Edición original en inglés (2004).





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