CREO EN LA NIEVE
Roberto Amaba
Nevaba en la habitación. Hacía tiempo que Margarita compartía sábanas y almohada con las nieves y los hielos. Esta antigua normalidad donde el blanco vibraba por encima de toda blancura había hecho del hueco formado entre el armario y la pared un ventisquero de lo más acogedor. Hacía frío y pronto moriría congelada, pero Margarita era feliz. Lúcida y aterida, solo alcanzaba a lamentar el día de su bautizo. Jamás tuvo otras quejas, desconocía el rencor y ni siquiera necesitaba perdonar, pero, cuatro siglos después, seguía sin aceptar su nombre. No lo consideraba una maldición, aunque tuviera motivos para ello.
Durante la Vigilia Pascual de un abril cualquiera del siglo XX, en las horas bellas donde el Sábado de Gloria se consume ante el Domingo de Resurrección, el único hombre bueno de la diócesis vertió el agua bendita sobre su cabeza. Bajo la venera, el cráneo de Margarita, ralo y amorfo como el de cualquier niña sana, repelió el líquido. En lugar de resbalar cuero cabelludo abajo dibujando una corriente continua, las gotas se agruparon en pequeños núcleos dispersos a la manera del mercurio. Los padrinos, sus dos hermanos mayores, contemplaron el fenómeno sin concederle mayor importancia. Ella, con los años, tomaría conciencia de que para los asuntos sagrados su piel no fue sino teflón [...]
Durante la Vigilia Pascual de un abril cualquiera del siglo XX, en las horas bellas donde el Sábado de Gloria se consume ante el Domingo de Resurrección, el único hombre bueno de la diócesis vertió el agua bendita sobre su cabeza. Bajo la venera, el cráneo de Margarita, ralo y amorfo como el de cualquier niña sana, repelió el líquido. En lugar de resbalar cuero cabelludo abajo dibujando una corriente continua, las gotas se agruparon en pequeños núcleos dispersos a la manera del mercurio. Los padrinos, sus dos hermanos mayores, contemplaron el fenómeno sin concederle mayor importancia. Ella, con los años, tomaría conciencia de que para los asuntos sagrados su piel no fue sino teflón [...]
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