Botonera

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14.10.20

XV. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




FUNDIDO A BLANCO
Ricardo Baduell



El gran éxtasis del tallador en madera Steiner, Werner Herzog, 1984



PISTA DE DESPEGUE

La mente en blanco ante la carta blanca. “No se me ocurre nada sobre H.”. Nada que poner sobre la nieve, que no distingue entre razas ni credos, a pesar de sus orientaciones geográficas, pero se ha tragado a muchos, y entre otros a varios cientos de los mandados por el genocida que no inspiraba al Criticón austrohúngaro. Mejor la nieve sola, sin comentario, sin testigos ni a corta ni a larga distancia. Como la página en la que el mismo instinto de conservación aconseja no aventurarse. Ni una huella: ni de bota, raqueta o trineo. Nada. Si acaso, algún bosque amenazante a lo lejos, cuyos imaginarios lobos completan el marco disuasorio de la ventana. Y sin embargo, pendiente, la invitación llama al aliento que, empañando el vidrio, delata la vida escondida. Apretado corazón en suspenso como el mundo sin límites allá afuera. ¿Trazar en el cristal unos signos que confiesen, sin exponerse al ácido del aire desnudo, la aptitud de la conciencia pasmada por la ausencia de pólvora en su recámara? Y sin fuego, sin el calor de una fricción entre memoria y quimera, experiencia y probabilidad, ¿cómo quemar las hojas que, muertas y abandonadas entre la tinta endurecida y la madera inútil, sostienen a toda hora su llamada al vacío?   

Llanura deshabitada, o mejor desahuciada, condenada entre el mariscal von Karibdissen y el general Escilov. La Polonia de las dos primeras películas de Zulawski, cubierta por una nieve capaz de acoger cualquier incendio. Un espacio negado entre dos potencias, cada una empeñada en su despliegue: el paréntesis que contiene las vidas en suspenso que, despojadas de su tierra, la sienten con la fantasmal intensidad del miembro arrancado, como la expuesta raíz. Espacio de nieve: mejor blanco, sin nadie, tal como el conquistador cree que lo quiere, de libre disposición, cuando sin resistencia no hay conquista ni victoria: sólo ya el abierto abismo de esa trampa, cerrada incluso antes de que la presa caiga. Nada contra la que estrellarse. ¿Con otro paso sería posible, quizás, abrirse camino hasta otro lado, al menos otra posición, que derrita el congelamiento? Nabokov, en Speak, memory, evoca los trineos de su rica infancia rusa con una nostalgia comparable a la del cuerpo por su parte amputada, en este caso el incomparable deslizarse de los abandonados esquíes sobre la derretida nieve bendecida por los zares. “I wish I had a river I could always skate away on”, famoso y muy coreado verso de Joni Mitchell. Si no intentas quebrar la resistencia, esta puede ser tu apoyo. Aunque no tolerará que te evadas. 

Aun así, la invitación a la nieve descubre una mente en blanco. Una sola asociación significativa, pero ajena a lo visual o a los otros sentidos: sólo verbal. “Equivocar el camino es llegar a la nieve” (García Lorca, Poeta en Nueva York). ¿Partir entonces desde el extravío, de este lugar sin más referencias que los ecos de tambores muy lejanos? La invitación, la carta blanca, es el mapa de esa nieve que no ha cuajado en ningún sitio salvo este, sin alternativas: nada que elegir, todo por hacer. Nieve de máquina, sin naturaleza ni paisaje afín, sin un clima propicio ni la temperatura adecuada. Buscar la nieve en esta nieve, falsa como toda experiencia vicaria. “¿Dónde están las nieves de antaño?”. ¿Qué responderle a François Villon? Tal vez la metáfora ayude. La nieve bajo la nieve. Todo blanco de novia o novicia, sin evidencia de acto alguno y debajo, desde aquí, el ningún sitio alcanzado por una invitación, en retrospectiva, la inabordable dimensión borrada de la que aún crece, desaparecido su objeto, el remordimiento, o donde hunden sus raíces retorcidas y sucias el arrepentimiento y la nostalgia, lejos de la pureza virtual del destilado. La nieve recuperada ya no es blanca, ni mucho menos nueva. No cae del cielo, sino que sube de la tierra, con todas las ásperas propiedades del suelo, bajo y traicionero. Disuelto el manto que los acolchaba, resuenan los pasos dados y emerge, rompiendo el blanco perfecto de la amnesia, la incorregible huella de lo sucedido: en una nieve conservada con sus manchas, captada en pleno uso por las cámaras contratadas, el punto que da perspectiva al espacio de una probabilidad. Por donde pasa la línea vertical de una fatalidad en suspenso, cada vez que la ley de gravedad es puesta a prueba y desafiada. El gran éxtasis del tallador en madera Steiner (Die groβe Ekstase des Bildschnitzers Steiner, Werner Herzog, 1984) es un documental deportivo con un tema muy concreto pero también, como el mismo título sugiere, una hipótesis metafísica, apenas deslizada sobre los esquíes del protagonista, involuntario héroe de una fábula kafkiana insospechada por el público general que lo sigue o el canal de televisión que financia la película [...]






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