Botonera

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15.2.21

VIII. "ENTRE ADOQUINES: CINE Y MAYO 68", Manuel Vidal Estévez, Valencia: Shangrila 2021

 

Sublevación por devoción:
El "affaire Langlois"





[...] El asunto es de sobra conocido. No hay evocación de Mayo-68 que lo rehúya. Ni tampoco remembranza historiográfica del cine francés que lo eluda. Mucho menos aún las biografías de quienes de un modo u otro participaron en él. Es para todos el acontecimiento por excelencia del año. No falta incluso quien lo considera una especie de “ensayo general” de cuanto habría de acontecer inmediatamente después, en Mayo-68. Precisamente esta lectura teleológica potenció su mitificación; favorecida desde luego por la leyenda que rodeaba, y aún rodea, a Henri Langlois; pero, sobre todo, debido a que Daniel Cohn-Bendit estuvo presente en la manifestación del 18 de marzo en la calle Courcelles, ante la sede social de la Cinemateca; en ella se hizo notar y protagonizó una anécdota relevante, algo que no puede dejar en el olvido ningún historiador y a la que tampoco nosotros, llegado el momento, dejaremos de evocar. Poco importa, no obstante. Sea como fuere, el asunto, el llamado “affaire Langlois”, constituyó un factor inapelable de politización masiva en el mundo del cine. E ilustra bien la disconformidad latente con los poderes públicos de la época. Aunque también es verdad que se cuentan más los efectos de la batalla que las razones del conflicto. Y si bien los efectos fueron espectaculares, las razones son algo más prosaicas, tanto como discutibles [...]

[...] El Estado [...] coadyuvó notablemente al desarrollo y a la consolidación de una asociación privada que, a principios de los sesenta, se había convertido en una institución cultural de prestigio internacional. Gracias a estas ayudas, la Cinemateca había aumentado no solo su capacidad económica, en cuanto a número de películas y posibilidades de exhibición, sino que había adquirido no solo el gran prestigio ya dicho sino también una enorme potencialidad simbólica. Se había convertido, en pocas palabras, en la meca, valga la metáfora, de la profesión cinematográfica y de los estudiosos y aficionados de todo el mundo. Era el lugar al que había que peregrinar si se quería disfrutar y conocer la Historia del nuevo arte del siglo XX. Cabría añadirle, además, el puntual visionado de las numerosas novedades que no veían fácilmente la luz en las salas comerciales. Servía, en fin, no solo para la conservación y difusión de películas sino que hacía las veces de una escuela de cine en la que se formaban libremente los futuros cineastas. El estallido de la clamorosa e influyente Nouvelle Vague pasó a convertirse en una prueba irrefutable; habría sido difícilmente concebible sin su existencia. “Nosotros somos hijos de la Liberación y de la Cinemateca”, dijo Godard en alguna ocasión, sin que nada ni nadie pudiera desmentirlo, como es de sobra conocido. Y al personaje al que se le atribuía todo el mérito no era otro que Henri Langlois.

  A cambio de sus aportaciones, el Estado requirió entonces el derecho a participar en las deliberaciones del consejo de administración y así poder supervisar, cuando menos, la gestión. Era vox populi, que pese a sus indiscutibles méritos, Henri Langlois no era un administrador eficiente ni mucho menos un gestor modélico. Para subsanar estas carencias, el Estado creía conveniente cambiar los estatutos y engendrar una nueva composición del consejo de administración. Esto era lo que se esperaba sucediese en 1964. A partir de entonces se preveía que, con los nuevos estatutos, la composición del consejo la formarían ocho miembros elegidos entre los socios de la asociación y ocho miembros representantes de diferentes instituciones del Estado. Estos dieciséis miembros cooptarían a su vez la selección de otros ocho miembros. Los cargos ejecutivos serían elegidos por el consejo, y su mandato duraría por lo menos tres años. La finalidad de esta reforma no era otra que aproximar lo que era una asociación privada a un organismo de carácter público. Pero Henri Langlois se opuso a la aplicación inmediata de los nuevos estatutos; consiguió que la asamblea general se pospusiera hasta el 19 de diciembre de 1967. Se suponía que llegada esta fecha se concretarían los cambios. Pero no fue así debido a que Henri Langlois mostró su disconformidad con “la solución preconizada por André Malraux, que quería confiar a un alto funcionario, Maxime Skimazi, la responsabilidad administrativa de la Cinemateca, dejando a Henri Langlois solo como director artístico”. (71) Ante esta actitud, el Estado amenaza con retirar las subvenciones.

71. OLMETA, Patrick,  La Cinémathèque française, de 1936 á nos jours, op. cit., p.120.

Un mes más tarde, el 19 de enero de 1968, se constituye por fin el nuevo consejo de administración según los nuevos estatutos. Lo componen los siguientes nombres: ocho miembros elegidos entre los casi ochocientos socios: Alexander Kamenka, Hubert de Villez, Jean Riboud, Louis-Emile Galey, Yvonne Dornés, Denise Lemaresquier, Henri Langlois y André Holleaux; otros ocho miembros representantes el Estado: Pierre Moinot, Alain Trapenard, André Chanson, Maxime Skimazi, Roger Malafose, Jean Badevant, Jean Chatelain y Ètienne Dennery; y otros ocho miembros elegidos por los dieciséis anteriores: François Truffaut, André Laporte, Claude Charpentier, Léon Mathot, Ambroise Roux, Clovis Eyraud, Jean-Albert Cartier y Jacques Gaultier de la Ferrière. La nueva dirección ejecutiva debía ser elegida por este consejo de administración. La fecha que se fija para hacerlo es el 9 de febrero. Nadie dudaba que Henri Langlois volvería a ser elegido director con responsabilidades artísticas y financieras, tal y como venía sucediendo desde 1936. Pero no tarda en extenderse el rumor de que esta posibilidad estaba seriamente amenazada.

Este rumor llega a oídos de François Truffaut. En la biografía de este redactada conjuntamente por Antoine de Baecque y Serge Toubiana se afirma que Jean-Louis Comolli, a la sazón redactor jefe de Cahiers du cinéma, fue quien visitó el rodaje recién iniciado de Besos robados (Baisers volés, 1968) para informarle de lo que podría suceder. Sea como fuere, lo cierto es que François Truffaut cambió los planes de rodaje para poder asistir a la reunión del consejo. Pese a no estar conforme con el modo en que Langlois concebía sus responsabilidades en la dirección técnica y artística no era partidario en absoluto de sustituirle. Para él, como para la mayoría de los cinéfilos, críticos y profesionales, Henri Langlois era algo más que un símbolo, era un demiurgo. A su relación con la asociación se le otorga una especie de unión hipostática cuya separación no podía concebirse. Intentar hacerlo supondría incurrir en algo más que una injusticia. Con esta disposición “François Truffaut iba a situarse en primera línea en el combate por el mantenimiento en su puesto del fundador de la Cinemateca”. (72) [...]


72. BAECQUE, Antoine de; TOUBIANA, Serge, François Truffaut, París: Gallimard, 2004, p.462.



Dos páginas de Entre adoquines: Cine y Mayo 68




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