Botonera

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28.5.21

IX. "ISLAS. FUGA Y ABISMO", Mariel Manrique (coord.), Valencia: Shangrila 2021



LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA ETERNIDAD
VIAJE A KURAGE, LA ISLA DE IMAMURA:
EL DESEO PROFUNDO DE LOS DIOSES (1968) 
Ricardo Baduell
[Fragmento]




El deseo profundo de los dioses, Shohei Imamura, 1968



EL PARAÍSO DESIERTO

Mucha gente sueña con retirarse a una isla desierta. Es el tema de más de una ficción. Claro que “desierta” no significa, en estos casos, una aridez absoluta bajo un sol implacable, sino una tierra virgen, pura y felizmente aislada de todo lo que queda más allá del océano azul, es decir, alrededor de la encerrada cama en que se sueña. Una nube verde suspendida en el azul del océano, considerada desde una distancia que oculta los tiburones y desvanece el apretón de cables y rascacielos en que se ahoga el soñador. La ilusión de suspender la lucha por la vida y cambiar la muerte en ciernes por una recuperada pero inagotable vida prenatal, acunada por las olas de una tierra libre de civilizaciones y sociedades, resiste el paso de todas las estaciones y todos los cambios de la experiencia: ese poster no cae ni de las paredes de las ciudades demolidas, tanto como la caída de la especie desde un entorno semejante sigue siendo una torre de mármol en el imaginario humano. Irredimible la falta, inolvidable la infancia, el retorno al origen primigenio anterior al crimen y el castigo persiste en el horizonte común alimentándose, como el fénix de sus cenizas, del fracaso de las tentativas tanto de realización como de abandono. 

El 30 de diciembre de 1937, en Buenos Aires, Roberto Arlt estrenó en el Teatro del Pueblo su “burlería en un acto” titulada, justamente, La isla desierta. El resumen de la Wikipedia incluye todos los elementos pertinentes, así que lo copio. Dice así: La acción se centra en una oficina portuaria, en la que los oficinistas, agobiados por la labor rutinaria que desempeñan desde hace años comienzan a soñar con un futuro viaje a una isla desierta, donde creen que podrán liberarse de todas las penurias que sufren debido a su vida monótona de ciudad. Aparece un mulato, el cadete de la oficina, y les cuenta de los lugares ensoñadores que recorrió por el mundo y que logró conocer un lugar ideal que es la antítesis del mundo repetitivo de la ciudad. El entusiasmo por el viaje va creciendo poco a poco hasta llegar a un clima de furor, donde los oficinistas pierden noción de que están aún en la oficina y comienzan a danzar tribalmente. Toda la ensoñación es interrumpida por la aparición del jefe y del director en la oficina, quienes deciden echarlos a todos. 

Y agrega esta interpretación: La temática de la obra es la de “los sueños desatados”. Frente a un espacio opresor, que ha ido consumiendo a los hombres de la oficina, surge la necesidad de rebelarse y de buscar un lugar donde no haya jueces, ni cobradores de impuestos, ni divorcios, ni guardianes de plaza. Hay una búsqueda desesperada de libertad. Pero el sueño tiene un brusco despertar, marcado por la entrada del jefe y el director, que impiden la posibilidad de romper las estructuras establecidas. 

La obra de Arlt lleva por título el tema mismo y resulta paradigmática de esta imagen recurrente de la esperanza o desesperanza humana. A la pregunta de qué te llevarías a una isla desierta podría responderse que un barco, pero no hay salida de un espacio al que tampoco hay entrada. ¿O es que acaso existe de veras esa isla impar cuyo nombre se desconoce?

Las agencias de viajes ofrecen diversas encarnaciones del paraíso soñado, a la medida de toda clase de nostálgicos de ese limbo: un onírico escenario de brillantes colores, un aire libre al fin de las acosadoras voces del mercado, un sol atento a la temperatura adecuada de la parrilla sobre la que se doran sus hijos, unas aguas cristalinas y dispuestas a revelar con fluidez de pase mágico uno tras otro sus secretos, una abundante vegetación generosa en sombra y sabores, un cielo siempre sonriente bajo el cual la desnudez no es pecado y, sobre todo, un tiempo blindado a todo otro reloj que el del día y la noche sucediéndose en su giro gradual sin sobresaltos. La cadena de imágenes que evocan este El Dorado espiritual podría dar varias vueltas al mundo y crece con cada nuevo viajero que procura restaurar en plenitud, con las de su cámara o su móvil, las visiones que el contacto de su pie con la arena de la isla fatalmente habrá manchado. Luego o de inmediato, al irradiarlas, cada emisor en red se transformará virtualmente en isla: un puntito insignificante perdido en el océano, pero secreto manantial de las maravillas que a la vez distribuye y alberga en su nube.  


LA TRANSPARENCIA DEL MAR

De cualquiera de estos errantes mortales se reirían a carcajadas los dioses que contemplan Kurage, la isla de Imamura. Tal vez también se hayan reído de él, que llegó para un rodaje de seis meses y se quedó durante año y medio, al cabo del cual estrenó una obra maestra que jamás recuperó la inversión inicial y en cambio lo relegó durante diez años a la producción de documentales para la televisión que permanecen relativamente desconocidos, incluso invisibles, no obstante las palmas recibidas en Cannes por filmes posteriores y las puertas que estas abrieron a la antes esquiva financiación de nuevas realizaciones. El deseo profundo de los dioses (Kamigami no fukaki yokubō, Shohei Imamura, 1968), su primera película en color, fue uno de sus proyectos más ambiciosos, el mayor seguramente hasta la fecha en la que lo emprendió, y pudo haber sido también el último, de haberle faltado la capacidad de recuperación que es posible apreciar en tantos de sus personajes, como el Dr. Akagi o la mujer insecto de las películas homónimas. Como el ingeniero que en la ficción llega a Kurage para dinamizar los trabajos de la empresa azucarera de su suegro, posiblemente Imamura se vio absorbido por esa isla en la que había desembarcado con un guion y un plan de rodaje, y a punto estuvo de naufragar allí, entre la abundancia de la naturaleza y la variedad de las especies que lo impulsaron a quedarse tanto tiempo. Aun así, nada más lejos de su exploración que la quimera del turista en pos del paraíso tropical, y nada más distinto de la aspiración a una plenitud radiante propia de la estética compartida por las agencias turísticas y sus clientes que el paisaje del filme de Imamura, donde nadie está a salvo si no está muy despierto y cada plano es atravesado por una intención efímera y precisa [...]






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