Botonera

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17.10.21

VII. "PINTORES DE LA VIDA MODERNA", de Alberto Ruiz de Samaniego, Valencia: Shangrila 2021




MALLARMÉ: CRONOFOTOGRAFÍA


É.-J. Marey, Estudio del movimiento humano, ca. 1882



La cronofotografía de Muybridge o Marey. Su grandeza consiste en hacer visible lo invisible, incluso aquello que nos negamos a creer o que persistimos en ignorar. En el rigor más específico de Marey radica, paradójicamente, la flexibilidad del científico: capaz de aportar hechos nuevos, imposibles de prever. Muybridge o Marey son tal vez los primeros en concebir la importancia de fenómenos imperceptibles y, durante mucho tiempo, insignificantes, despreciables y hasta negados. Y, en definitiva, en demostrar cómo la revelación en imagen de estos fenómenos invisibles consiste al cabo en el acto del mundo, y en la posesión del hecho mismo. Convertir en sensible será desde entonces la gran divisa de la era moderna,  la de las vanguardias, precisamente, de Klee, desde las ciencias hasta la literatura o el cine.

Pues este análisis del mundo a través de la medida ponderada y pormenorizada de todos sus actos no aporta solo conocimiento, y conocimiento preciso: significa poder. Como apuntó Valéry: “La medida (y el número) es potencia / poder / actos”. 

De este papel concedido a las imágenes –y a las percepciones de y a través de las imágenes– como sustentos de lo real, por medio del dibujo de sus leyes, de sus variaciones, de sus conexiones, flujos y fuerzas, la cronofotografía tal vez no sea plenamente fundadora; pero, sin duda, sí lo es de una nueva forma de entender la relación entre las imágenes y lo visible y de ellas mismas también con lo sensible o decible. En este sentido, no solo es plenamente precursora de lo que la modernidad entenderá como progreso científico. Supone además la inmersión en un nuevo régimen de los cuerpos y las imágenes, y de esos mismos cuerpos y de los actos con las imágenes. Un régimen que ahora pasa por la presencia muda y detallada de la vida más anónima o insignificante, registrada además con la imperturbabilidad fría y democrática de la máquina.

He ahí el objetivismo sin héroes ni tramas al que aspiraba Flaubert como registro verídico y puro del rumor de la vida, pero también el inconsciente óptico de Benjamin, o el nacimiento de la imagen cualquiera como principio ontológico del cinematógrafo. 

Si bien, asimismo, no lo olvidemos, la potencia de reducción de la propia complejidad enigmática del mundo a esquemas sensibles que lo organicen totalitariamente, que lo encapsulen en la medida, a la medida, de un poder que no solo se sustenta en las imágenes, sino que ha reducido el mundo todo a su única imagen y semejanza.

Cronofotografía: a la vez espaciamiento y temporalización. Archiescritura: los cuerpos presos en el inexorable encadenamiento de un cristal de destino. Y la auroral sensación de que lo allí surgido es, de alguna forma hasta ahora inédita, una precisa verdad. Pero, transformar la vida en destino, ¿no es acaso lo que le está dado únicamente a la muerte, el acto de imponer en definitiva un punto de vista ajeno sobre un cuerpo? [...]





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