Botonera

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14.11.21

VII. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




EL CANAL DE LA MANCHA
La negación de la mirada en Herida, de Louis Malle

VÍCTOR ITURREGUI




Herida (Louis Malle, 1992)
[F1-F2]



The only kind of love is stone blind love
Tom Waits


1. Un rostro entre la multitud

La elaboración del misterio, o de la inteligibilidad sensible de un filme −y por extensión, el funcionamiento del desarrollo narrativo-formal de cualquier película− puede jugarse en una sobreimpresión, en un sonido fuera de campo, en la forma en que se encuadra el horizonte, en un salto en la escala de la composición. Al igual que una pincelada libre o el estallido de color inesperado en un cuadro, o una canción, en la que una nota aislada o un tema recurrente obliga a entender el conjunto de otra manera. Empero, son demasiados los ejemplos, ingente la cantidad de metraje de los millones de filmes que se han producido en más de 120 años, que tienen a un raccord de miradas, a un plano-contraplano, como la consagración formal de sus temas, de aquello que el relato está narrando, para obviar la importancia de esta solución puramente cinematográfica. Recurso que, gracias por supuesto al montaje, permite al cineasta conducir su historia por un itinerario en que los rostros de sus personajes aparecen y desaparecen, se miran, apartan sus miradas, dan la espalda o fijan sus ojos en el lugar del espectador, se mantienen hieráticos o rompen su semblante en llantos o sonrisas. La casuística, como puede imaginarse, tiende al infinito. No obstante, de la combinatoria adecuada surgen en ciertos momentos verdaderos altares de la visión recíproca, películas que no tienen ningún problema en explicitar sus intenciones, en evidenciar todos y cada uno de los pasos que van a dar. Relatos, en definitiva, que reducen sus herramientas a una mínima expresión bajo la cual subyacen infinidad de capas.

En este A+B fílmico se puede obtener como resultado la unión de dos personajes, pero también −debido por supuesto a la polisemia de la imagen, a esa no-gramática donde las reglas cambian de un enunciado a otro− cabe la posibilidad de que la suma, contradiciendo su función, separe, destruya un vínculo. El plano-contraplano, por tanto, a un tiempo imán y cesura, contigüidad y separación, amor y muerte. Que estas asociaciones no se tomen en su abstracción poética: todo eso y mucho más tiene el derecho de entrar en ese paréntesis conformado por un plano A y un plano B. Y la obra de Louis Malle que aquí nos convoca, Herida (Damage, 1992) no se queda atrás en estas particulares operaciones matemáticas: será en la convergencia de los flujos de visión de sus protagonistas donde se diseñe la construcción y la destrucción de su romance, donde se decida el levantamiento y el desvanecimiento de una relación abocada a un destino fatal.

Para muestra, un botón. No es necesario adentrarse demasiado en la narración de Malle para toparse con el primer ejemplo y el pistoletazo de salida de esta progresión de la mirada: el protagonista de la historia, Stephen, acude a una aburrida fiesta, y allí avista a una mujer semidesconocida. O mejor dicho, como se comprobará más adelante: Stephen sabe quién es, pero es incapaz de (re)conocerla. Se trata de Anna, la nueva novia de su hijo Martyn, acerca de la cual solo ha oído hablar. Esta primera vez, en este primer contacto, el hombre rehúye la interacción visual, disimula y mira para otro lado, intenta ocultarse y prolongar lo irremediable, y más importante aún, reprimir su voluntad a las primeras de cambio [F1]. No obstante, a veces esconderse es más visible que dejarse a la vista, en público; la ausencia llama más la atención que la presencia. Anna se da cuenta de la jugada de Stephen entre la muchedumbre, se presenta y habla brevemente con él, pero pronto desaparece [F2].

Herida cuenta la historia de un hombre que lo tiene todo para acabar en la nada. Stephen Fleming (nombre y apellidos epítomes de una inglesidad a la que volveremos más adelante), médico y político aspirante a ocupar puestos importantes en el gobierno británico, se adentra casi sin quererlo (sin darse cuenta) en una vorágine de pasión desmedida y una metamorfosis personal que lo conduce a autoimponerse una sufrida condena. Nos hallamos frente a un individuo atormentado y grave que no es capaz de encontrar un equilibrio ni una solución para su problema: enamorarse de la pareja de su hijo. Un hombre herido, asimismo, que en el radio de acción de sus movimientos y sus decisiones provocará efectos colaterales y fatales daños en aquellos que lo rodean. En un momento profundo del relato, unas palabras que se tornan decisivas en una conversación padre-hijo pueden resumir el sentimiento trágico del protagonista y el dramático devenir de los acontecimientos: “hay cosas que no se pueden controlar” [...]





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