Botonera

--------------------------------------------------------------

17.11.21

X. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




UN CORAZÓN EN INVIERNO
Los acordes de la autodestrucción

IRENE DE LUCAS


Un corazón en invierno (Claude Sautet, 1992)



El violín tiembla como un corazón que se aflige
¡Un corazón tierno que odia la vasta y negra nada!

Charles Baudelaire, Las Flores del Mal (1)


El violín es el instrumento del diablo. Lo es desde su aparición en el siglo XVI, cuando su uso extendido en la música y danza popular, unido a la silueta pecaminosa del instrumento, forjó un vínculo con las prácticas paganas de la época. La velocidad enrabiada de muchas de sus composiciones y la dificultad de su ejecución reforzaron este mito, que a su vez originó la superstición de que los violinistas pactaban con Satanás para alcanzar la prodigiosa destreza que requería el instrumento. La fábula del violinista que entrega su alma al Diablo arraigó en la cultura occidental dando lugar a numerosas obras de arte en las que se representa alegóricamente al Diablo tocando el violín. 

1. BAUDELAIRE, Charles, Les Fleurs du mal - Spleen et Idéal. Poema XLVII: Harmonie du soir.

El mito persiguió a célebres violinistas, como el virtuoso Niccolò Paganini, cuya portentosa habilidad se atribuía a un contrato firmado con su propia sangre (2), que le permitía manejar el arco indistintamente con las dos manos o interpretar pizzicatos a una velocidad enloquecida, incluso tocar con una o varias scordature y ofrecer conciertos con una sola cuerda. (3) El mismo Paganini alimentó esta leyenda con sus asombrosas contorsiones sobre el escenario y nombrando la vertiginosa y decimotercera pieza de sus 24 Caprichos para violín como La Risata del Diavolo. Seguía así los pasos del egregio compositor y violinista italiano Giuseppe Tartini, quien, una noche de 1714, compuso su famosa y endiablada “Sonata en Sol Menor”, conocida como Il Trillo del Diavolo, tras soñar que vendía su alma al Lucifer a cambio de que este le interpretara la cadenza de una sonata prodigiosa que convertiría en la melodía central de su obra. En la actualidad, el mito ha sobrevivido en diversas formas: acompaña al carácter temperamental y tortuoso de los violinistas e incluso a un posible vínculo del instrumento con el desarrollo de enfermedades mentales −como la esquizofrenia que afectó al virtuoso Josef Hassid o la enfermedad mental del ruso Toscha Seidel−, posiblemente provocadas por una sobre-exposición del oído a notas extremadamente agudas.

2. Lo cierto es que Paganini sufría una enfermedad llamada Síndrome de Marfan o Ehlers Danlos, que alargaba sus extremidades −las manos le llegaban hasta las rodillas− y hacía hiperelásticas sus articulaciones. Contorsionaba su cuerpo de tal modo mientras tocaba que podía inclinar su cabeza hasta alinearla con el pie derecho, formando la figura de un triángulo. Todo ello le permitía llegar a las notas más difíciles sin esfuerzo y tocar a una gran velocidad, hasta doce notas por segundo en sus movimientos perpetuos. Además, esta rara fisionomía de aspecto cadavérico, su pelo alborotado y su rostro de nariz aguileña −como el de tantos otros célebres violinistas de la época como Vivaldi, Tartini, Veracini, Locatelli o Pugnani− se vio deformada por las agónicas posturas que exigía adoptar el instrumento, más aún en el Barroco, cuando el violín no se calzaba con la caja contra la garganta sino a la altura del hombro. 

3. La vida del extraordinario violinista y compositor italiano del siglo XIX fue objeto de la película Il Violinista del Diavolo, una coproducción germano-italiana de 2013 protagonizada por el violinista alemán David Garrett.

El pacto faústico es una de las leyendas más populares de la civilización occidental y el abanico de tentaciones terrenales que ofrecían los pactos diabólicos era tan amplio como irresistible: el poder, la riqueza, la eterna juventud y, cómo no, el amor. Este último será un argumento recurrente en la literatura clásica y contemporánea, con el Drácula (1897) de Bram Stoker como uno de sus mayores exponentes, al vincularlo con el mito del vampiro, un argumento que Murnau retomará para el cine con Nosferatu, una Sinfonía del Horror (1922). Durante siglos, la tradición cristiana alentó toda suerte de cuentos moralizantes sobre el peligro de aceptar la condena eterna del alma a cambio de algo efímero, por terrenal; y es que a todos los relatos sobre pactos con el diablo subyace una decisión: la autodestrucción a cambio de algo a lo que no se está dispuesto a renunciar. Ni el vértigo de arder en el infierno puede contener una pulsión latente, irrenunciable, aún sabiendo que nos aboca al desastre.

El que sería el decimotercer y penúltimo filme de Claude Sautet, Un corazón en invierno (1992), aborda este mismo vértigo en un relato que parte de una de las casuísticas más complejas de las relaciones humanas: el trío amoroso. Aunque lejanamente inspirada en la novela Un héros de notre temps (4), del romántico ruso del siglo XIX Mikhail Lermontov, la fuente de inspiración principal del guion que escribe Sautet junto a Jérôme Tonerre y Jacques Fieschi es una de las piezas de música de cámara más refinadas jamás escritas: el Trío para violín, violonchelo y piano en La menor de Maurice Ravel, que Sautet eligió como banda sonora del filme. En un terreno como el amor, donde el binomio es el paradigma de la armonía, esta historia se articula en todas sus dimensiones sobre el desequilibro inherente al número tres. Un trío musical de fondo sonoro, tres protagonistas y tres los tipos de relación que entablan −amistad, amor y deseo−, pero ante todo, tres formas diferenciadas de relacionarse con el instrumento que los vincula a todos ellos y al que Sautet dedica el primer plano del filme: el violín.

4. La única relación con la novela es la historia que relata su protagonista, Pechorin, un joven y contradictorio oficial del ejército ruso, que cuenta cómo seduce conscientemente a una joven aristócrata pretendida a su vez por otro soldado, hasta que ella misma se le declara y entonces él niega amarla. Lo que intrigó a Sautet fue la ambigua y tortuosa motivación del protagonista, que explora en su filme.

El instrumento del diablo ocupa un lugar preferente en esta historia como alegoría de ese mal sagrado al que se refería Proust (5), una flor del mal de Baudelaire. El foco de interés para Sautet en sus películas siempre se encuentra en las relaciones humanas y en esta historia era vital caracterizar con sutileza a sus personajes, pues, como ocurre en el trío musical, de sus diferencias, su complementariedad y sus incompatibilidades nace la dinámica central del relato. El golpe de genio del director es definir a cada uno de los tres personajes principales a partir de su particular relación con la música, protagonista absoluta del filme, y en concreto, con el diabólico violín. El director dibuja así una parábola perfecta entre la manera en que cada uno de los personajes es capaz de concebir e interpretar el amor, y la música, que lo envuelve todo en el filme [...]

5. PROUST, Marcel, Du côté de chez Swann, Collection Folio classique, n° 821, París: Gallimard, 2011, p.276.





Seguir leyendo